Cuento: "La máquina de picar boludos"

En un lugar remoto, muy remoto y sin control, existía una aldea pequeña, pero que esto no los confunda, a pesar de ser pequeña era muy progresista y evolucionada, contaba con todos los servicios de una gran ciudad, además de su propia universidad y en esta universidad se graduó de ingeniero civil, en robótica y en química, la mente más brillante del lugar, el Ing. Juan Sapien. Desde muy joven se hizo evidente la inteligencia de Juan, todos lo admiraban y no era para menos, contaba con otro atributo, aparte de su inmensa inteligencia, su profunda vocación para lograr que su aldea sea la mejor de todas, pero por mucho la mejor y a eso le había dedicado casi toda su vida. Gracias al cargo de alcalde, que ejercía hacía varias décadas, había logrado un bienestar tan alto en su aldea, que parecía imposible mejorar, pero por más bien que estuviesen las cosas, para el ingeniero siempre se podía optimizar, por eso seguía esforzándose cada día, creando nuevos inventos para su gente. Ya había construido una planta que potabilizaba el agua desechada de la aldea, a un punto de extrema pureza, pero además en el proceso lograba generar energía eléctrica para mucho más que su aldea, de forma absolutamente limpia y renovable, una verdadera maravilla de la ingeniería. No era el único invento que había generado el ingeniero, también construyo una máquina que generaba un escudo invisible e impenetrable, que abarcaba a toda la aldea, por si en algún momento fuese necesario. Un día estaba recorriendo su aldea y tuvo un episodio que lo irritó en extremo, un aldeano que conducía alcoholizado casi lo atropella y esto lo puso a pensar como evitar que este episodio se volviese repetir. Después de trabajar incansable en su laboratorio-taller, construyó una máquina que, gracias a unos receptores neurales, podía determinar qué personas estaban predispuestas a cometer estas imprudencias, pero no conforme con lograr que su máquina funcionara a la perfección, buscó una solución definitiva para deshacerse de estas personas, ya que nadie querría abandonar la aldea y el ingeniero no estaba dispuesto a convivir con este tipo de gente. Luego de mucho meditar, decidió agregarle un desintegrador de materia a su máquina, para que automáticamente eliminase a estos individuos y para que nadie pudiera preguntar por los "desaparecidos", sumó a su invento una lavadora de cerebros que condicionara la voluntad de todos a sus requerimientos, asegurándose la total obediencia de sus aldeanos. Como es lógico, no podía confesar a la gente sus intenciones, por lo que les hizo creer que la máquina era para detectar cualquier enfermedad con un diagnóstico preciso y por una orden de supuesto bienestar de la población, obligó a todos pasar por la máquina. Finalizado el proceso de "limpieza", habiendo entrado el último de los aldeanos, constató que el contador de la máquina marcaba 20% y esa era la gente que ya no estaba, pero a pesar de lo alto del porcentaje, se sintió aliviado que el 80% restante no estaría más en peligro y se podría vivir con mayor tranquilidad de ahí en adelante. Solo dos personas no pasaron por la máquina, el ingeniero Juan y su hijo Sebastián de 18 años, quien era su única familia, su esposa había fallecido dos años atrás por un cáncer de hígado. En su domicilio, el ingeniero le explicó a su hijo que no debía pasar por la máquina debido a que quería hacerle unos ajustes antes, porque este le había pedido pasar para saber si tenía alguna enfermedad, probablemente, debido a lo sucedido con su madre. En realidad no quería que su hijo perdiera su verdadera personalidad al serle lavado el cerebro, era un joven brillante y lo amaba demasiado para exponerlo, por lo que cerró la máquina con una llave que colgó de su cuello. A la mañana siguiente su hijo no se levantó a desayunar como era su costumbre, por lo que fue a su cuarto y no lo encontró, instintivamente, se palpó el cuello y descubrió que no tenía la llave, presuroso se dirigió donde estaba la máquina y la encontró abierta, sin ningún rastro de su hijo, cuando revisó la máquina vio que hacía pocos minutos se había puesto en funcionamiento y el contador había variado del 20% al 20,3%, supo en ese instante que algo terrible había sucedido, ¿pero cómo era posible, su propio hijo, la máquina había cometido un error?, no podía pensar con claridad y por impulso entró en la máquina, el contador varió a 20,6%. Con el tiempo todos los inventos del ingeniero Juan Sapien dejaron de funcionar, porque nadie sabía como mantenerlos y la aldea dejo de ser lo que era y desapareció, solo quedó una máquina cerrada con un cartel que decía "PELIGRO, MÁQUINA DE PICAR BOLUDOS"… Moraleja, ser el más inteligente no exime de hacer boludeces.



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