Cuento: "Una triste historia, con un final tan triste como la historia"

Había una vez, bueno, se que no es el principio más original, pero en realidad si lo había, porque si no lo hubiese habido no tendría una historia para contar. En definitiva había una vez un tipo, un tipo muy particular, tan particular que no tenía nada de especial, lógico que el no lo sabía y vaya a saber por que confusión cerebral él se sentía especial. Se creía tan especial que en todo lo que él hacía era el mejor, el único problema que este concepto le pertenecía en exclusividad, ya que para los demás era uno más y uno más de los más, los que más abundan. De todos modos pudo sobrevivir a su ego y aunque nunca “brillo” en nada, él no estaba tan convencido, veía lo extraordinario en lo más simple y común, sobre todo si era algo hecho por él. Si bien tenía cierta facilidad para comprender rápidamente lo que a otros les costaba un poco más de tiempo, esto le hacía creer que era un superdotado, que poseía una mente superior y creo yo que ese fue el principal motivo de su triste final, en realidad no tan triste, digamos algo triste, un poco triste, bah casi triste aunque no fue para tanto. Como les decía el tipo era como era y basta, creo que se entendió la idea (cualquier similitud con algún conocido es pura causalidad), la cuestión es que estaba yo sentado en la terraza de un bar de la Av. Cabildo, desayunando mi acostumbrado café con leche y tres medialunas, cuando el extraño azar de la literatura, cruza nuestros caminos (queda claro que el único que no es el tipo, hasta ahora soy yo, ya que no podría cruzarme conmigo mismo y más aun si la historia la estoy escribiendo yo). Disculpen si de aquí en adelante apresuro un poco las cosas, de lo contrario se hará demasiado denso y hasta ahora no he dicho casi nada. La cuestión es que no había lugares libres en la terraza y como mi mesa era la única con una sola persona, el tipo se aminó a solicitarme compartirla, cosa que no de muy buena gana acepté, pero no porque necesitara el lugar, solo me preocupaba que de alguna manera fuera a interrumpir mi desayuno. Llego el mozo y pidió lo mismo que yo e inevitablemente, según pareciera, sucedió lo que me temía, me comenzó a hablar. Como todo aquel que aparentemente le interesa charlar con un total desconocido, empezó agradeciendo el haberle permitido sentarse y justificando su pedido diciendo que era su lugar habitual, generalmente un poco más temprano. En ese momento que cabalgaba mi mente tratando de resolver el dilema que se me había presentado, comer la medialuna seca y luego beber el café con leche o hundirla dentro de la taza, tuve que mirarlo que con mi mayor esfuerzo decirle: “no es ninguna molestia”, al tiempo que le retiraba la mirada para que comprendiera que ahí había terminado la charla y me dedique a resolver mi dilema, pero el tipo no captó el mensaje y continuó diciéndome: “este es el mejor lugar para desayunar de la zona”, sin mirarlo acepte con la cabeza (en ese momento me hubiese encantado tener un diario, tamaño La Nación, para esconderme tras el y así evitar cualquier otro comentario, pero desgraciadamente no había diario a mano). A pesar de mi limitada sociabilidad, no se dio por vencido el tipo, bueno dije que iba a hacer más rápido el relato, por lo tanto solo diré que habló varias veces y no obtuvo ni una mirada de mi parte. En este punto tengo que ser honesto y reconocer que el tipo era bastante cordial, el problema es que yo tenía una mañana especial, en la cual no quería que nadie me estorbara. Creo que después de 15’ el tipo se levanto y dijo algo, supongo que se despidió, pero como ya era una costumbre en esa breve conversación, no levante mi vista de mi café ni omití ningún sonido. Cuando volví a la comodidad de la soledad, no pude evitar pensar en lo sucedido y desarrollar una teoría psicológica del tipo, digna de una zapatero, se me ocurrió que el tipo era muy simpático y agradable, pero eso era, acorde con mi teoría, debido a un estado de soledad mal llevada, parecía desesperado por charlar con alguien, como si buscara a una persona en este mundo a quien él pudiera agradar, alguien que quisiera y valorara su amistad. Luego de unos minutos que desperdicie “analizando” al tipo, volví a mi realidad y mis problemas actuales, estuve varios días tratando de resolver como salir del apriete económico en que me encontraba y por más vueltas que le di, no encontré otra solución que un crédito bancario, el mayor inconveniente es que hacía un tiempo largo que mi cuenta en el banco no acreditaba ningún movimiento de importancia, había estado trabajando con efectivo y “ahorrándome” los impuestos, cosa que me convenía, pero en el banco me desacreditaba como posible beneficiario de un préstamo mediano. Cuando terminé mi desayuno me dirigí al banco, ya me había decidido a charlar con el gerente, total el no ya lo tenía y mi misión era poder lograr el si. Cuando la secretaria me hizo entrar al despacho del gerente, encuentro al tipo del café, quien me mira y sonríe, estiré mi brazo al tiempo que le dije: “encantado, que casualidad, como me dijo que se llamaba”, en ese momento creí que mi suerte podía cambiar, después de todo el tipo había compartido el desayuno conmigo. El tipo se sentó sin estrechar mi mano y me contestó. “no le dije mi nombre y si lo hubiese hecho, no creo que lo recordara”….Fin, pongo fin, aunque no es mi costumbre, para que no busquen nada más, terminó…


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