"Diferencias de igualdad"

Superado el quebranto de un final o más aún, el del principio, comienza el transito más doloroso, ese que debemos afrontar sin elección. Las páginas siguientes estarán escritas con lágrimas de grandes tristezas y de pequeñas alegrías, bajo el dominio lógico de toda existencia o por lo menos de las más comunes y numerosas. La vulgaridad no le resta sentido ni dimensión, contrariamente, simulará ser única y diferente, como creada por y para cada uno, sin importar la multiplicidad macabra que burlona y alegre, la repite en demasiados, en casi todos. Cada historia es única y repetida a la vez, porque ha de ser vivida en exclusividad, en la propia carne que no entiende de parecidos ni en simultáneos, porque todas las alegrías y tristezas son vistas con diferentes ojos, aunque todos vean lo mismo, lo mismo no será igual, no traspasará las retinas de la misma manera y llegará a los corazones al mismo tiempo, tampoco repercutirá con igual intensidad, habrá pareceres, habrá fronteras, llaves que abrirán diversas celdas creadas por cada uno en lo profundo de su ser y que probablemente solo sean comprendidas en la individualidad más extrema, aquella que nos separa y diferencia, aquella que definitivamente nos hace iguales y absolutamente distintos.


Mis frases 5



Ante la intelectualidad del presente, no sé como pensar el futuro, pero es probable que sea "Un mundo feliz" (Huxley) o "Idiocracy" (Judge), aunque me inclino un poco más a lo último...

La naturaleza es el único y verdadero dios, pero la ciencia puede llegar a superarla...

Si la ciencia logra que el humano viva 1.000 años en buena forma, pasará a ser la "religión" más practicada y lo más interesante, es que algún día puede llegar a lograrlo.

Existe una diferencia sustancial entre estudiar para obtener un título, a estudiar solo por amor al conocimiento…

La conciencia es ajena a nuestra voluntad, por lo que debemos obrar de forma tal, que no se convierta en enemiga…

No te preocupes, pues preocuparte es anticiparte a una desgracia y ya hay demasiada desgracia en este mundo, como para verla donde aún no ha llegado...

Cuando critican mi forma de ser, pienso, si yo fuera como prefieren los demás, odiaría mirarme en el espejo…

Puedo escribir los versos más tristes esta noche, pero como estoy de buen humor, me parece una pelotudez…

Una flor emana un perfume, que te agrade no significa que sea hermoso y si te desagrada, tampoco significa que no lo sea…


"El joven Fausto" Capítulo XI


Mefistófeles



Luego del funeral de Elízabeth, Fausto volvió a su encierro y sus libros, nada en este mundo le interesaba ya, pero sus libros eran sus únicos compañeros y con ellos decidió pasar el resto de su vida. Cuando su fortuna comenzó a disminuir, se dispuso a dar clases en varias materias a niños y jóvenes de familias adineradas, a pesar de su casi nula comunicación con el mundo exterior, creció su fama de hombre sabio sumergido en el conocimiento y poco a poco, sus servicios eran más requeridos. Este trabajo que había adoptado por necesidad económica, le fue restando soledad, encontró en sus estudiantes un motivo para vivir, para dar sentido nuevamente a su propia vida, para que todo lo que había vivido y aprendido, no se perdiera con su muerte, que sería un final mezquino y absurdo. Lentamente pasaron los años y luego las décadas, tan lentamente como el espíritu de Fausto se iba incorporando al mundo, que de todos modos le seguía resultando vacío sin Elízabeth, jamás dejó de pensar en ella, a pesar de su ya casi ancianidad y su larga barba blanca, permanecía aún en su pecho el dolor por su amor truncado.

Una tarde, caminando lentamente, regresando de dar clases a uno de sus alumnos, tiene una visión que creía haber olvidado, pero la similitud del vago recuerdo que tenía lo dejó petrificado. A pocos metros y tal como lo recordaba, divisa a Mefisto, en primera instancia tiende a dudar de lo que está viendo, era imposible que la apariencia de este fuera la misma. Calculó que debería tener más de cien años ya y que lo lógico era que fuese alguien parecido al recuerdo que tenía de él, pero, precisamente, cuando estaba descartando la posibilidad de estar observando a Mefisto, este abre sus brazos y le grita: “Fausto, que alegría volver a verte”. Tardó unos segundos en recomponerse, la combinación de emociones lo aturdía, por un lado no podía comprender que se mantuviese casi igual a como lo recordaba y por otro, toda su vida paso frente a sus ojos en un instante. Cuando pudo recuperarse se acercó vacilante a los brazos de Mefisto y recibe un fuerte y afectivo abrazo.

─ Querido Fausto, hace tiempo que deseaba verte.
─ Mefisto, ¿cómo es posible? ─pregunta estando aún confundido.
─ ¿A qué te refieres precisamente?
─ Bueno, primero, verlo aquí después de tantos años, segundo, por su aspecto y tercero, ¿cómo me ha reconocido?
─ A ver, responderé lo primero, hace mucho que quería visitarte, pero mis compromisos lo hicieron imposible, por lo que he de disculparme, pero te aseguro que deseaba hacerlo; lo segundo te lo explicaré luego y por lo tercero, debes saber que veo más que la simple apariencia de las personas, jamás podría confundirme.
─ Que algo le resulte “imposible”, me parece poco creíble y si he de ser honesto, creo que he perdido mi capacidad de asombro tratándose de usted.
─ Ja, ja, ja, veo que no has perdido tu ironía, pero si, tengo mis limitaciones.
─ Creo, y supongo que estará de acuerdo, que ya es tiempo que me explique algunas cosas.
─ Bien, si, ya es tiempo, prometo explicarte todo lo que quieras saber, pero si no te parece mal, ¿podríamos hacerlo en otro lugar y no aquí en la calle?
─ Por supuesto, discúlpeme, podemos ir a mi cuarto, es pequeño, pero podremos conversar con tranquilidad, acompáñeme por favor.

Juntos caminaron hacia el refugio de Fausto, mientras lo hacían iba pensando cómo comenzar su interrogatorio. Había pasado tanto tiempo, que lo que en otros momentos le desesperaba averiguar, hoy solo eran intrigas olvidadas, casi como su aventura en la isla del sueño, el tiempo todo lo cambia y principalmente los deseos, aquellas cosas que en la juventud parecen primordiales, con el devenir de los años pierden su interés o por lo menos se apaciguan. De todos modos, el hecho de estar con Mefisto, hacía que volviesen las viejas preguntas, las olvidadas, las inexplicables que había vivido junto a este extraño ser.

Cuando ingresaron en el cuarto, Mefisto se detiene a observar la gran cantidad de libros que había en la habitación. A simple vista se podía deducir que el morador era algo desordenado, ya que los libros estaban desparramados por todos lados, formando pilas casuales sobre cualquier superficie plana o en el piso y acumulados en improvisados estantes en las paredes, los pocos muebles también estaban cubiertos por libros y luego de una ligera inspección, se descubría que salvo unas hojas en blanco, un tintero, una pluma y una lámpara, eran los únicos elementos que se percibían.

─ Por lo que puedo observar, haz leído bastante ─le comenta Mefisto con cierta ironía.
─ He dedicado casi toda mi vida a obtener conocimientos.
─ ¿Y cuál es el fin de obtener esos conocimientos?
─ En realidad no estoy muy seguro de su génesis, podría decir que he buscado respuestas donde creo pueden estar.
─ ¿Pero qué respuestas haz buscado?
─ Las que considero más importantes, por ejemplo saber por qué estamos aquí.
─ Ja, ja, ja, el sentido de la vida, ¿es eso lo que haz querido descubrir? ─Mefisto parece burlarse.
─ Probablemente, creo que debe haber una razón.
─ Disculpa que me ría, pero siempre me causa gracia hablar de este tema.
─ Honestamente no encuentro la gracia, el hombre se pregunta esto desde que comenzó a pensar.
─ Claro que si, el hombre se pregunta esto y generalmente busca la respuesta en las religiones.
─ He estudiado algo de teología, pero solo para poder entender, no creo en Dios.
─ ¿Por qué no crees, como casi todos los demás, en un dios?
─ En principio, me resulta una respuesta simple y muy humana para preguntas demasiado complejas y eso me hace pensar que los dioses son creados por los hombres para poder dar luz donde reina la oscuridad, en el mejor de los casos.
─ ¿Qué significa, en el mejor de los casos?
─ Significa que si analizamos lo que los dioses le han dado al hombre, en lugar de luz, nos han sepultado en una profunda oscuridad y eso confirma que no existen tales dioses, solo son producto del humano y utilizados a su conveniencia, difícilmente sería las cosas como lo son, si Dios hubiese creado al hombre y a todo lo existente.
─ Déjame entender, ¿tú supones que puedes pensar como serían las cosas si un dios las hubiese creado?, suena algo jactancioso.
─ No es mi intención decir eso, no sé cómo serían las cosas, pero seguramente no serían tan atroces, tan salvajes en toda su creación y no me refiero solamente al hombre, la naturaleza es despiadada, brutal y no creo que podamos culparla por sus acciones. Al único que culpamos por su maldad es al hombre, pero ¿qué hay con el resto? La única diferencia que hay entre el hombre y los otros seres vivos es su inteligencia, el poder discernir entre el bien y el mal, gracias al razonamiento, por esto decimos que Dios nos creó a imagen y semejanza, pero parece que queremos obviar que también creo todo lo demás. No, no puedo aceptar que un “ser divino”, todopoderoso, sea responsable por todo lo que conozco, salvo que difiera muchísimo del que muchos idolatran, me resultaría más creíble que un ser superior, pero extremadamente perverso, fuera el creador, dados los resultados. Cómo creer que un ser absolutamente perfecto, creo a su imagen a uno tan imperfecto, es absurdo.
─ Bueno, he de aceptar que el punto es interesante, lo que me preocupa es saber si estas ideas han surgido en ti por alguna razón en particular, que más que un razonamiento, sean el producto de una decepción.
─ El único ser que me podría decepcionar soy yo mismo, porque de todos los demás sé que puedo esperar todo tipo de actitudes, las mejores y las peores, está dentro de la naturaleza humana. Ahora, sobre mí mismo sería otra cosa, porque conozco mis debilidades y fortalezas, mis virtudes y defectos, por lo tanto, cualquier acción que realice responderá a mi propia naturaleza, la única conocida por mí y si bien una reacción podría sorprenderme, solo sería eso, una sorpresa, pero nunca haría lo que interiormente no podría o querría hacer, que no respondiese con mi propio ser. Solo sería justificar mi maldad engañosamente, ocultar lo que profundamente existe en mi interior, un disfraz que intentara confundirme, pretendiendo estar por sobre mí y más allá de mí, honestamente no caería en esa falacia, prefiero dolorosamente reconocer la verdad y comprenderme, a lucir un maquillaje que solo en el espejo pueda ver, creado exclusivamente por y para mí.
─ Querido Fausto, discúlpame por estar jugando un poco contigo, debido a que sé lo que piensas, pero me causa placer oírlo de tus labios.
─ Ahora creo que quiere hacerme caer en la torpeza de preguntarle cómo sabe lo que pienso y si eso también le causa placer, no tengo inconvenientes.
─ No hace falta, te explicaré lo mejor posible, aunque te advierto que es demasiado complicado, hay momentos que preferiría mentirte y decirte cosas que serían más simples de creer para ti, más acordes con tu mundo, pero no mereces eso, eres uno de los pocos en este mundo al cual me puedo presentar como lo que soy.



El cuarto parecía haberse encapsulado en un silencio expectante, Mefisto observa la única silla que había junto a la pequeña mesa y lo invita a Fausto sentarse, quien obedece avergonzado.

─ No os preocupéis, yo no la necesito ─Mefisto se acerca, apoya su mano en un extremo de la mesa y se sienta en el aire─ Considera esto como un principio de explicación.
─ Estáis flotando en el aire ─balbuce Fausto atemorizado─ tú no eres un hombre.
─ Efectivamente, no lo soy.
─ ¿Y qué es entonces?
─ Soy otro tipo de ser, uno distinto al hombre, uno que se puede representar como desee y en este caso, lo que tú vez, es la representación que he elegido para ti.
─ ¿Pero cómo es posible eso?
─ Parece muy raro, pero en realidad no lo es tanto, claro que entendiendo el principio de todo, el cual ya anticipé es complicado para tu especie. Vosotros, los humanos, sois muy jóvenes, no han evolucionado lo suficiente para poder comprender algunas cosas, pero no te aflijas, algún día lo harán, aunque les falta muchísimo para ello.

Fausto queda perplejo, no puede dar crédito a lo que está viendo y oyendo, por un instante cae en la tentación de creer que estaba equivocado y que probablemente esta fuera la prueba. ¿Existen los seres divinos, llámense dioses o demonios?, su lógica le dice que no, pero cómo interpretar lo que estaba viviendo, Mefisto lo observa piadosamente y continúa.

─ Sé lo que estáis pensando, como de costumbre, y es aceptable. En tu mundo y muy a pesar de tu escepticismo, lo más normal para aquello que resulta inexplicable es relacionarlo con sus creencias, lo divino y lo diabólico, Dios y el diablo, el bien y el mal, la luz y la oscuridad, pero te aseguro querido Fausto que nada de eso es real, la realidad es mucho más compleja, como bien has dicho tu mismo. La realidad no se termina en este mundo ni comienza en él, la realidad se puede presentar tan irreal, que es necesaria la fantasía para poder darle comprensión.
─ Pero si no es un dios, ni un demonio ¿Qué es?
─ Ya lo he dicho, soy otro ser, simplemente eso, un ser más antiguo, mucho más viejo de lo que podéis imaginar.
─ ¿Es eterno entonces?
─ No, de ninguna manera, no existe lo eterno, nada es eterno, ni siquiera el universo lo es, aunque puede parecerlo en la comparación. Imagina por un segundo que eres una abeja obrera dotada de inteligencia y puedes conversar con un humano, el poder del humano te parecería grandioso y su vida, comparada con la tuya, podrías considerarla eterna, ya que cientos de tus generaciones morirían y el humano seguirá vivo.
─ ¿Pero compararme con una abeja no es demasiado exagerado?
─ En verdad no, no lo es, suponiendo que la abeja sea lo suficientemente inteligente.
─ ¿Me está diciendo que entre usted y yo existe una distancia como entre una abeja y yo?
─ Aproximadamente.
─ Habiendo esa diferencia, ¿por qué estaba usted trabajando en una herrería, cuando lo conocí?
─ Ja, ja, ja, es que de alguna forma me debía presentar ante ti y además, me resulta divertido interpretar papeles de hombres, he sido muchos y muy distintos, de todo tipo podría decir.
─ Entonces usted a jugado conmigo desde el primer día.
─ No lo toméis así, no he estado jugando, lo correcto sería decir “estudiando”.
─ ¿Estudiando? ¿Qué puede haber de interesante en estudiarme a mí?
─ Esa es una de mis tareas, “compromisos”, que debo cumplir y en tu caso en particular, te elegí por tus condiciones naturales. Tú no puedes comprender cual es la diferencia y para ti no tiene ninguna importancia saberlo, el motivo solo es importante para mí.
─ ¿Pero debe haber algo que me pueda decir y que yo pueda comprender?
─ Si es tan importante para ti, te daré el gusto. Tú tienes el deseo por resolver todo bajo tu propio conocimiento, por eso has estudiado tanto. Tienes un intelecto inquisitivo y un gran orgullo, cosas que te motivan para lograrlo, otros pueden verlo como algo vanidoso y soberbio, pero yo no lo considero así, al contrario, para mí son tus virtudes. También existe otra razón y tal vez la más importante y es que a través del tiempo, he esparcido miles de mis “semillas” en este mundo y tú eres una de ellas.
─ ¿Usted tiene algo que ver con mi existencia? ─interroga Fausto sorprendido.
─ Se podría decir que algo más que algo, ¿o por qué creéis que nada recuerdas de tus padres?
─ Pero por Dios y recién hoy me confiesa esto, ¿tuvo que esperar toda mi vida para decirlo?, ¿por qué?
─ Precisamente por ello, teníais que vivir tu propia vida, es una de las “condiciones” que debo acatar, aunque tengo mis licencias que me permiten participar de alguna forma, como habéis podido comprobar.
─ Por lo que me dice, deduzco que me ha llegado la hora y por eso está aquí.
─ Ahora me estáis comparando como lo que llaman Parcas o con la misma muerte, a quien le dan identidad. Es interesante el egocentrismo de los humanos, se adjudican una posición relevante hasta en su propia finitud, considerando que tienen algo, verdaderamente, valioso y que tanto Dios, como el diablo desean obtenerla, vuestra alma. Vaya sobrevaloración la vuestra ─Mefisto ríe a carcajadas.
─ Honestamente quiero creer que tenemos un alma, no por lo que se refiere, sino para que podamos manifestarnos dentro de una moralidad, una ética que nos diferencie.
─ No podéis apartaos de la necesidad de diferenciarse con el resto de los seres vivos y hasta entre ustedes mismos, muy humano, ja, ja, bueno, debo partir hijo mío, pero antes quiero ofrecerte algo, si firmas este pacto con tu propia sangre ─de la nada, aparece un papel en la mano de Mefisto─ haré posible cualquier deseo que tengáis.
─ Pero aquí dice que le ofrezco mi alma ─exclama Fausto alarmado, ni bien lo lee.
─ Lógico, ¿o no es así como prefieres verlo?, os aseguro que alguien escribirá sobre nosotros, pues me ocuparé de ello y aunque interpretará erróneamente los hechos, os hará famoso en el devenir de los tiempos ─ante la perplejidad de Fausto, Mefistófeles ríe grotescamente.

                                    Fin

P.D.

El resto de la historia es conocida.


"El joven Fausto" Capítulo X

                                                 

Elízabeth


Los días transcurrían en una constante monotonía, comenzaba a sufrir una rutina desgastante, abrumadora, esa que viven los demás como normal, pero de todos modos estaba empecinado en descubrir cuál era el sabor que sentían los otros de la vida, aunque en el fondo los despreciaba, los odiaba profundamente por su miseria, por su resignación y desidia. Fausto quería de alguna manera reconocerse, saber quien era en realidad y no conformarse con el simple juicio surgido de su propia conciencia, no quería caer en la vulgaridad de todos, no quería verse distinto simplemente por ser el quien se mirase y juzgase, intuía que eso hacían los demás, que todos pensaban que eran diferentes cuando en realidad eran muy parecidos, casi iguales, pero para ello debía conocerla, experimentarla, vivirla, aunque le resultase absurda. Con el tiempo descubrió que sus deseos adolescentes de aventurero solo respondían a la necesidad de vivir, de gozar y experimentar, de descubrir, pero también supo que esa vida era una excusa, una negación, una simple rebeldía, que no complacía plenamente sus aspiraciones. Tampoco se sentía conforme con una vida tranquila, ordinaria, gris y sin gloria, una vida de placeres mundanos que cualquiera con el dinero suficiente podía pagar. Pensaba en Mefisto y sentía envidia, una sana envidia sobre sus conocimientos, sus “dones”. Comprendió entonces que lo que verdaderamente podía satisfacer su vida era el conocimiento, aquello que la buena mujer había comenzado a introducir en él cuando era un niño en la isla, pero lamentablemente, él no tenía ninguna instrucción académica, ni siquiera conocía su apellido, por lo que decidió aislarse del mundo y encerrarse para estudiar con cuanto libro pudiera adquirir.

Pasaron meses que se convirtieron en años, alejado del contacto de la gente, Fausto se nutrió de todo conocimiento posible. Su cuarto estaba invadido de libros de todo tipo, de filosofía, matemáticas, física, arquitectura, teología, historia, retórica, anatomía, astronomía, alquimia, química, etcétera. Cada día era mayor su ambición por conocerlo todo y estaba en el lugar apropiado para lograrlo.

Fausto abrazó el conocimiento con el mismo entusiasmo que hacia todo, intentando hacerlo lo mejor posible y con la mejor predisposición, pero el hecho de que no era orientado por maestros, hacía que se desviara permanentemente de los temas que tomaba, por lo que no se especializó en ninguno en particular, aunque logró obtener una amplia cultura general.

Debido a su auto enclaustre, los gastos fueron mínimos, solo gastaba en alimentarse y en libros, por lo que a pesar de haber transcurrido tres años, aún poseía una significativa cantidad de dinero. Una tarde fresca de marzo de 1677, decidió salir a caminar, se encontraba algo inquieto y no encontraba alivio con ninguno de sus libros. Es probable que el estar tanto tiempo aislado de las multitudes, del contacto masivo con otras personas, hubiese gestado un comportamiento casi ermitaño, por lo que el deseo de salir a caminar lo experimentaba de forma extraña. No deseaba nada en particular, solo quería despejarse un poco y recorrer la ciudad. Su personalidad había variado profundamente, por lo menos en lo aparente, poco o nada quedaba de aquel adolescente que deseaba navegar y vivir aventuras, hoy con unos aproximados veintitrés años, actuaba como un adulto mayor, algo introvertido, poco comunicativo y desprolijo con su aspecto algo abandonado. En esa tarde fría y clara sus pensamientos vagaban sin rumbo, por momentos recordaba su pasado, sus vivencias, sus encuentros con Mefistófeles y a su amigo William, ¿qué sería de la vida de estos? En algún punto, aunque supusiera que era poco probable, se esperanzaba en tener otro de sus inesperados encuentros con Mefisto y quizás fuera esta la razón de su inquietud y deseo de salir de su aislamiento. En principio, pensó en caminar hasta la Abadía de Westminster, pero algo cansado por la caminata, se detuvo en los jardines externos del palacio de Whitehall, residencia principal de los reyes ingleses. En realidad no era un edificio único, sino más bien un complejo heterogéneo y caótico de distintos edificios de distintas épocas, que había crecido de forma orgánica alrededor de la antigua residencia del Cardenal Wolsey, hasta convertirse en el palacio más grande de Europa, con más de 1500 habitaciones.

Mientras estaba tendido, apoyado contra un árbol, mirando sin ver, perdido entre el verde de los jardines y el azul del cielo, el delicado andar de una joven atrae su atención y al poder observar su rostro, recuerda a la joven nativa de la isla del sueño. Por un segundo se sorprendió de recordar ese rostro que había sido creado por una fantasía, una fantasía que jamás pudo comprender plenamente, pero que sin duda reflejaba a la perfección su gusto, su idealización de la belleza femenina. La atracción fue tan grande que no pudo evitar levantarse y acercarse a la muchacha, su desinterés por los demás se desmoronó ante la hermosura de la joven, aunque su timidez no le dejaba pronunciar palabra y eso le oprimía el corazón y el estómago, sintió furia por su incapacidad, tanta furia que unas palabras escaparon por su boca sin control.

─ Perdón, ¿le conozco?
─ Señor, ¿cómo se atreve?, no creo conocerlo ─responde la muchacha sorprendida.
─ Discúlpeme, pero su rostro me es familiar.
─ Lo lamento señor, pero creo que se confunde.
─ Por favor, no se asuste, solo quiero hablar con usted ─el tono de su voz era la de un ruego.
─ Le repito señor que no lo conozco y por favor, déjeme sola ─y continúa su marcha.

Fausto se queda inmóvil observando como la muchacha se aleja, furioso por no poder encontrar las palabras adecuadas para retenerla un instante más, cuando comprende que su aspecto no lo ayudaba demasiado en la tarea, entonces decide seguirla a la distancia para averiguar hacia donde se dirigía. La persecución duró unos minutos, hasta un barrio londinense al sur del St. James's Park, cuando la joven ingresó en una casa. Suponiendo que era su domicilio, Fausto regresa a su cuarto bastante cansado por su larga caminata, por lo que se tiende en su cama y queda profundamente dormido. Sueña con la extraña joven y en su sueño se entremezclan recuerdos de la joven de la isla, como si sus recuerdos de la misma pertenecieran a algo vivido realmente, vuelve a tenerla en sus brazos y amarla, aunque esta vez no tan vividamente.

Despierta cuando comenzaba a aclarar, tiene un enorme apetito ya que no había cenado, pero a pesar de su hambre una sola cosa tiene en su cabeza, a la bella muchacha.

La mañana se hizo eterna, el tiempo parecía no querer transcurrir y la espera del atardecer fue una tortura interminable. No quería causar una mala impresión en esta oportunidad, por lo cual se había acicalado muy bien, al punto de no ser reconocido en primera instancia. Cuando por fin se aproximaba la hora en que consideró prudente volver a los jardines, partió hacia ellos con prisa, pero su ansiedad hizo que llegara una hora antes que el día anterior, se sentó nuevamente contra el mismo árbol y aguardó con impaciencia. Cada paso femenino que se acercaba era motivo de su atención, pero luego de transcurridas un par de horas, la bella joven no se hace presente. Habiendo oscurecido decide volver a su cuarto absolutamente frustrado, hasta el punto de pensar en hacer guardia en el domicilio de la joven, pero esto le parecía un poco apresurado e imprudente, aunque su ansia le hacía dudar, finalmente, resolvió intentar nuevamente al día siguiente. Los días que continuaron fueron igualmente frustrantes, seis días y no había logrado volver a verla, creyó entonces que no tenía otra opción que vigilar su casa. El séptimo día, como todas las tardes esperaba sentado contra el árbol, cuando por fin la tan deseada figura se aproxima. En ese momento no supo bien que hacer, había estado tan obsesionado con verla, que no había preparado ningún argumento para intentar hablar con ella. Se sintió estúpido, incómodo, confundido, pero estaba decidido a no perder esta oportunidad, por lo que se incorporó abruptamente y apresuró el paso para detenerse frente a ella.

─ Buenas tardes My Lady ─pronuncia con voz temblorosa mientras la joven lo mira sorprendida.
─ Buenas tardes señor ─contesta la muchacha cortésmente solo por educación y continua caminando.
─ ¿Me permite caminar a su lado?
─ Disculpe señor, pero no me parece apropiado.
─ Lo sé, pero no tengo otra opción si deseo hablar con usted.
─ ¿Y por qué debería usted hablar conmigo?
─ Porque lo más probable es que si no lo hago, me resulte muy difícil seguir viviendo.
─¿Cómo dice usted? ─exclama la muchacha habiéndose detenido y mirándolo a los ojos.
─ Lo que acaba de oír y juro que es verdad.
─ Creo reconocerlo, usted es la persona que hace una semana me confundió con otra persona, ahora lo reconozco, a pesar de su distinto aspecto.
─La misma My Lady, pero en realidad no la confundí con otra persona, la confundí con un sueño.
─ No entiendo, ¿cómo que me confundió con un sueño?, eso no tiene sentido.
─ Si lo tiene, aunque primero debería conocer una larga historia para comprenderlo.
─ Disculpe, pero no tengo tanto tiempo como para escuchar una larga historia en este momento.
─ ¿Y cuándo podría escucharla?
─ Realmente no sé que pensar, si usted es muy directo o muy atrevido ─responde la joven simulando algo de fastidio.
─ En este momento soy un poco de ambas cosas, pero le ruego que me brinde la oportunidad de charlar con usted ─Fausto percibía en sus ojos que le agradaba.
─Si me promete con eso que me dejará seguir caminando tranquila, puede que acepte verle en algún otro momento.
─ Mañana por la tarde, a las 15 horas ¿le parece bien?
─ ¿Mañana, no cree usted que es demasiado pronto?
─ Puede que para usted lo sea, pero para mí será una eternidad.
─ Bien, en ese caso lo veré mañana en el lugar que me abordó. ¿si le parece?
─ Perfecto, le agradezco y hasta mañana My Lady ─Se despide Fausto evidentemente entusiasmado.

Cuando volvía a la posada se percató que en su entusiasmo había olvidado algo bastante importante, jamás se había presentado ni le había preguntado su nombre, esto volvió a molestarlo, no podía entender por qué se tornaba torpe ante la muchacha, que le costara tanto actuar con normalidad y que fuera invadido por temores constantes. Naturalmente desconocía los efectos que un fuerte enamoramiento pueden producir, hasta el punto de tartamudear, quedarse observando como tonto el rostro amado y no mantener un diálogo fluido, atractivo y seductor. Sus años de encierro lo habían convertido en alguien reflexivo, cavilante, que pensaba cada palabra que leía y la analizaba para comprenderla en su totalidad, pero también lo había deshabituado del arte de la conversación y mucho más si de cortejar se trataba. De todos modos su entusiasmo se recuperó con solo pensar que la vería al día siguiente y que debía prepararse mejor, para poder sobrellevar el impacto que la joven producía en él. Dispuesto a la tarea, ensayó un discurso que tuviese la convicción necesaria para atraer a la joven, que fuera capaz de seducirla al oírlo o por lo menos, despertara algún interés en ella que le asegurara continuidad a su cita. Estuvo hasta entrada la madrugada confeccionando su discurso, nada parecía conformarlo por completo, no podía excogitar algo que le fuera perfectamente apropiado y tendido en la cama, mirando el techo y pensando en ella, se dejó dominar por el sueño. Al despertar supuso que era el mediodía, tomó su viejo huevo de Núremberg para verificar y comprobó que era la hora 13,15, por lo cual se incorporó de inmediato y presuroso se preparó para acudir a su cita. A las 14,30 estaba junto al árbol esperando su encuentro, caminaba en derredor del mismo y observaba en todas las direcciones, aunque sabía que la más probable era la dirección de la que suponía su casa, no podía evitar mirar hacia todas. Siendo la 14,55 su ansiedad llegaba a un punto culmine, cuando cree distinguir la silueta de la joven a la distancia en la lógica dirección. Su corazón comenzó a palpitar aceleradamente, sentía sus manos húmedas y un ligero temblor se apropió de sus piernas, vacilaba entre quedarse parado esperando o caminar a su encuentro, decidió lo primero para ganar tiempo para calmarse, no quería evidenciar su nerviosismo. En eternos segundos, la joven se detiene a solo un metro de él.

─ Buenas tardes My Lady ─intenta ser lo más natural posible.
─ Buenas tarde señor ─responde la joven con una sonrisa.
─ Antes que nada quiero reparar mi error y pedirle disculpas, permítame presentarme, mi nombre es Fausto
─ Encantada, el mío es Elízabeth y no tiene porque disculparse, por lo menos por su omisión, creo que no le di la oportunidad ayer, pero me sentí abordada y eso me impactó en cierto modo.
─ Debo disculparme también por eso, pero comprenda que no tenía otra opción.
─ Realmente no lo comprendo, ¿por qué no tenía otra opción?
─ Honestamente no quería correr el riesgo de no volver a verla.
─ ¿Y por qué era tan importante volver a verme?, solo me había visto una vez y unos pocos segundos.
─ No quiero que me interprete mal, pero un instante fue más que suficiente.
─ Discúlpeme, pero me resulta algo desenfadado lo suyo y ¿cómo puedo decirle?, alocado.
─ No sería así si conociese una vivencia que he tenido.
─ ¿Cuál, esa larga historia que pretendía contarme ayer?
─ Así es, aunque es más increíble que larga, por eso necesito algo de tiempo para contársela, pero antes quiero jurarle por lo más sagrado que lo que le diré es absolutamente cierto, pero es tan extraña que temo que me tome por loco.
─ Reconozco que me está despertando algo de curiosidad sus palabras.
─ Le confieso que creo sería más prudente de mi parte no decirle nada, pero al mismo tiempo tengo la necesidad de hacerlo. Han pasado varios años y aún no he llegado a comprender que sucedió exactamente o mejor dicho ¿cómo sucedió?, porque sé que sucedió debido a que compartí esa experiencia con un amigo, de lo contrario, creería que perdí la cordura por un tiempo y todo fue producto de una fantasía creada por mi mente, pero aún así, si no tuviera un testigo, igualmente sería difícil de explicar la relación que tiene con usted.
─ Por favor, comience ya su relato y deje que sea yo quien decida un juicio.

Mientras caminaban lentamente, Fausto le relata la historia desde que conoce a su amigo William, omitiendo lógicamente algunos pasajes, como el de la posada en Lisboa y otros pormenores. Luego de unos minutos termina con el relato cuando es rescatado y observó que Elizabeth lo ha escuchado atentamente, aunque en su rostro se percibe el asombro.

─ Bueno, era cierto cuando me dijo que era increíble ─confiesa Elizabeth, evidentemente azorada.
─ Comprendo su escepticismo, pero le aseguro que no he cambiado ni exagerado en nada ─admite Fausto con resignación.
─ Es muy extraño todo ¿y que ha sido de William?
─ No lo sé, hace unos tres años que no tengo noticias de él y creo que no volveré a verlo.
─ ¿Por qué dice esto?
─ Tampoco lo sé, es solo intuición.
─ ¿Y el tal Mefisto, quién es?
─ Mefisto es un personaje aún más extraño e increíble que mi aventura en la isla del sueño, pero creo que para cosas increíbles ya ha sido suficiente por hoy, dejemos su historia para otro momento.
─ Lo que no me quedó claro es la relación entre la joven de la isla y yo, por qué se la recordé.
─ Algo de lo que pude especular, es que la isla leía nuestras mentes, hasta más allá de nuestra conciencia y por ello, creó a esa joven que representa mi ideal de belleza en una mujer y usted es su fiel retrato.
─ Estoy empezando a creer que usted ha inventado toda esta historia para llamar mi atención ─dice Elizabeth sonriendo.
─ No importa si me cree o no, no importa siquiera si la historia es cierta o no, lo que verdaderamente importa es que, para mí, usted es la mujer más hermosa que pueda existir.
─ Por favor señor, está siendo usted un lisonjero ─le dice ruborizada.
─ Le ruego que me crea, por lo menos tan solo en esto, aunque todo lo que he dicho es la absoluta verdad y mi deseo sería poder demostrarlo de alguna forma, aunque no se me ocurre cómo.
─ No estoy segura si realmente le interesa a usted que crea su historia, de lo que estoy más segura es que debe estar complacido, pues crea o no su relato, usted ha logrado su propósito y es haber llamado mi atención.
─ Al margen del placer que me brinda estar hablando con usted, le confieso que mi propósito solo se ha cumplido en su instancia primaria.
─ ¿Cuál sería entonces la culminación de su propósito?
─ Lograr que se enamore usted de mí, solo la mitad de lo enamorado que estoy yo de usted, eso sería más que suficiente para hacer feliz.
─ Es usted muy atrevido y poco caballeroso, discúlpeme, pero me pone en una situación muy incomoda ─dice la joven sonrojada, pero sin enfado.
─Le suplico me perdone, no es mi intención incomodarla, es que me resulta imposible controlar mis sentimientos frente a usted. Solo le ruego me brinde la oportunidad de demostrarle lo que siento por usted.
─ Le reconozco que su impertinencia en cierta forma me halaga ─dice ella inclinando su cabeza hacia abajo, como no pudiendo decirlo mirándolo a los ojos, por evidente pudor.
                     

En ese instante, Fausto se deja llevar por un impulso incontrolable y tomando suavemente el rostro de Elízabeth, en un rápido movimiento, embiste ligeramente su cuerpo y la besa. La primer reacción de ella fue apartarlo interponiendo sus brazos, pero lentamente sucumbe y se entrega con mesurada pasión.

─ ¿Desea ser mi esposa? ─ susurra Fausto.
─ Estoy confundida ─responde Elízabeth, apartándose avergonzada─ No me siento bien, necesito algo de tiempo para poder pensar.
─ ¿Cuál es el tiempo que cree necesario?
─ No lo sé, esto es muy prematuro, no puedo pensar con claridad, permítame marcharme.
─ ¿Cuándo volveré a verla?
─ No lo sé, dedme una semana para poder decidirme.
─ ¿Entonces la espero aquí en una semana?
─ Si, por favor, en una semana lo veré aquí mismo.

Elízabeth se marcha evidentemente perturbada, mientras Fausto se queda observando como su figura se aleja. Una extraña sensación lo invade, como una trágica premonición que no puede comprender. Los labios húmedos de Elízabeth, le habían dejado un sabor deseado y único, probablemente el sabor del amor, el que pocos pueden conocer y disfrutar plenamente. Pensó que sus sentimientos le estaban jugando una mala pasada, creándole temores absurdos, por lo que intentó desechar esa sensación que lo angustiaba, recordando el placer que el contacto con su piel le había regalado. Elízabeth se pierde en la distancia y el corazón de Fausto se aquieta, su pecho se comprime y sus manos sufren un ligero temblor, ella ha escapado a su mirada.

Los días transcurren lentamente sometidos a silencios imperturbables, todo carecía de sentido para Fausto, excepto Elízabeth, ella se había convertido en el centro de su mundo y nada era más importante. Solo recordar su perfume, sus labios o sus ojos, lo sepultaban en miles de ideas y deseos. No quería ni podía, apartarse un instante de su imagen, esa que atesoraba en su mente como lo más preciado y sagrado que se pudiese tener, hasta la muerte le resultaría dulce entre sus brazos.

Por fin llegó el gran día, ese que esperaba colmara sus expectativas, si bien en algunos momentos pensaba en la posibilidad de una negación por parte de ella, rápidamente sacaba tal idea de su cabeza, su amor era tan enorme que debiera abarcarla en su mismo universo. ¿Cómo pudiera ser que alguien ignorara a un amor que abrazaba tanto la tierra como los cielos?, además su boca y sus ojos ya le habían respondido, le habían dicho que lo amaba, sin palabras, pero claramente con su controlada pasión. Con el corazón lleno de esperanza partió hacia su cita, imaginando el inicio de una nueva vida, una que nunca había tenido y que siempre soñó, una casa con padres e hijos, envueltos en el más puro amor y que él fuera parte de ellos.

Puntualmente llegó a su destino, pero Elízabeth no se encontraba. Intentó en vano no perturbarse pensando que pronto vendría, hasta en la más pesimista de sus cavilaciones ella vendría, aunque sea para decirle que no, pero vendría. Pasada una hora tuvo que resignarse a la ausencia, ¿pero cómo era posible?, algo debió suceder, algo más allá de su deseo, probablemente alguien no le permitió llegar, quizás sus padres no aceptaron que fuera a verlo, ¿les habrá informado de lo nuestro? Toda clase de pensamientos lo invadían, pero en ninguno consideraba que Elízabeth no hubiese concurrido por voluntad propia, estaba seguro de eso y esa idea lo convenció para dirigirse hacia la casa, tenía que cerciorarse de lo que había sucedido. Al llegar a la puerta solo dudo un segundo y golpeó con energía, cuando la puerta es abierta, la figura de un hombre se le presenta, quien con tono grave le pregunta.

─ Si joven ¿qué desea?
─ Mis disculpas señor, pero necesito saber si Elízabeth se encuentra aquí.
─ Por supuesto que se encuentra aquí, es nuestra casa, ¿pero quién es usted?
─ Yo soy un… amigo, mi nombre es Fausto, señor.
─ Pase usted, por favor, yo soy su padre, Francis Taylor ─en ese instante el rostro del hombre denotó tristeza.

Al ingresar en la vivienda, Fausto comprende que se trata de una familia de clase algo acomodada, más evidenciado en su interior que en la fachada. El mobiliario y los adornos representaban a una gente de buen vivir, pero esto no era importante para él y mucho menos en ese momento, su único interés era saber sobre Elizabeth. El hombre lo invitó a pasar a un cuarto que, aparentemente, era una especia de sala privada donde este señor realizaba sus tareas y mientras le solicita tomar asiento frente a un gran escritorio, el hombre se sienta del otro lado del mismo.

─ Joven Fausto, lamento decirle que Elízabeth está muy enferma.
─ ¿Qué es lo que tiene? ─ pregunta Fausto angustiado.
─ No lo sabemos, pero tememos que sea una terrible enfermedad, por los síntomas.
─ ¿Dónde está, puedo verla?
─ En su habitación, pero no sé si es oportuno, tiene mucha fiebre y una erupción en la piel, no sé si ella querrá que la vea así, pero cuando delira, porque hay momentos que en su confusión llega al delirio, lo ha nombrado a usted y por eso le he permitido ingresar, yo no sabía a quién se refería cuando pronunciaba su nombre y ahora creo tener una idea. ¿Desde cuándo conoce usted a mi hija?
─ Hace muy poco que nos conocemos, pero eso no es determinante.
─ ¿Qué me quiere decir con que no es determinante?
─ Que no importa el tiempo que hace que nos conocemos, para mí es como si la conociera de toda la vida, pero no creo poder explicarle esto, solo le diré que amo a su hija más que nada en este mundo y disculpe mi atrevimiento.
─ Ay, jóvenes, bueno, supongo que para ella usted también es importante.
─ Le ruego señor me permita verla.
─ Aguarde aquí, por favor, iré a consultarlo con ella.

Pasan unos interminables minutos y el hombre regresa, toma nuevamente asiento y se prepara, evidentemente, a dar una explicación.

─ Joven Fausto, Elízabeth está bastante confundida, su condición es extraña, todo fue muy repentino. Comenzó de un día para el otro con escalofríos, decía que le dolía el cuerpo y padecía intensos dolores de cabeza, levantando mucha fiebre y una erupción le apareció en todo el cuerpo a excepción de las palmas de las manos y las plantas de los pies, esta postrada, delira y su corazón late lentamente. Honestamente no sé que actitud tomar, pues le he dicho sobre su presencia y solo sonrió, sin darme una respuesta.
─ Señor, le suplico permítame verla.
─ Bien, supongo no le hará ningún daño ─se incorpora y dirigiéndose hacia la puerta, continúa─ sígame, por favor.

Fausto se levanta de inmediato y acompaña al padre de Elízabeth a través de una sala, suben la escalera hasta la planta superior y se detienen frente a una puerta, el hombre golpea suavemente he ingresa, luego lo invita a pasar. Dentro del cuarto, se haya una mujer junto al lecho donde está tendida Elízabeth. La silueta de su amada parecía pequeña en la gran cama, arropada hasta el cuello, pero cuando advierte la presencia de Fausto, le pide a la mujer que la ayude a incorporarse un poco, colocando un par de almohadones en su espalda. Fausto la observa con indisimulable tristeza y mirándola a los ojos esboza una leve sonrisa, la cual le es respondida con otra, con un pudor casi infantil. Su instante es interrumpido por la voz del padre.

─ Querida, este es el joven del que te acabo de hablar ─pronuncia mirando a la mujer y dirigiéndose a Fausto, agrega─ mi esposa Sara.
─ My Lady, mis respetos.
─Creo que deberíamos dejar a los jóvenes solos un momento ─manifiesta Francis y Sara, sorprendida, responde─ perdón, por supuesto, estaré en el corredor por si les hace falta algo, hija.

Al quedar solos, Fausto de arrodilla junto a la cama y toma la mano de Elízabeth.

─ Espero que comprenda mi atrevimiento, pero no podía quedarme sin saber que le sucedía y no creí que faltara a nuestra cita por voluntad propia, por lo que tuve que venir para averiguarlo. Admito que sabía dónde vivía por haberla seguido en la primer oportunidad que la vi, por lo cual también he de disculparme, pero de lo cual no me arrepiento en nada, de lo contrario no hubiese sabido que hacer y seguramente estaría enloquecido en estos momentos.
─ Lamento no haber podido asistir a nuestra cita, comprenderá que no estoy en la mejor condición para hacerlo, pero agradezco que haya venido, porque deseaba verlo ─estas palabras emocionaron a Fausto.
─ ¿Realmente deseaba verme?
─ Si, si he de ser honesta, pero, por favor, no me obligue a decirle más ─confiesa con recato.
─ Perdóneme, pero no puedo evitar insistir, ¿significa qué su respuesta es positiva a mi pedido?
─ Creo que deberíamos conocernos un poco más, aunque en principio existen grandes posibilidades que así sea, pero primero debo ponerme bien, me siento muy mal, debo descansar.
─ Muy bien, la dejaré descansar, pero ¿puedo pedirle que me permita visitarla a diario?, solicitaré permiso a sus padres.
─ Por favor, sería agradable que lo hiciera.
─ Lo haré, no lo dude ni por un instante, hasta mañana entonces.


A pesar de la terrible enfermedad de Elízabeth, que lo angustiaba en lo más profundo de su ser, Fausto sentía a la vez una tremenda alegría al saberse correspondido en su amor y pensaba que este era suficiente para superar cualquier enfermedad, que nada podría separarlo de su amaba, con el tiempo todo estaría bien, Elízabeth pronto se recuperaría y juntos vivirían un amor incomparable, único y abarcador. Esta dualidad lo tornó en otro ser, uno con impulsos desmedidos y frenéticos, febriles y convulsionados, no podía relegar a la enfermedad de su presente, pero las palabras de Elizabeth lo impulsaban hacia otro mundo, a un futuro maravilloso y apenas imaginado en sus sueños. Por momento su pecho se inundaba de satisfacción, pensando pasionalmente en la dulce sonrisa de ella, en la profundidad de sus hermosos ojos azules, en la suavidad de su piel y en los contornos gentiles y frágiles de su cuerpo. Los días pasaban y Elízabeth no mostraba signos de mejoría, las visitas ininterrumpidas de Fausto no lograban cambiar el cuadro de su amada, que cada día se sumergía más en su confusión y sus delirios eran más frecuentes. Los paños frescos que colocaba en su frente, no conseguía reducir la temperatura de su cuerpo y la erupción era ya indisimulable, transformándose en llagas gangrenosas con hedor a carne podrida. Los doctores desconocían un tratamiento para esta enfermedad, aunque conocían su posible desenlace, el cual no era el deseado. Fausto se desesperaba cada día más y todo el tiempo en que no estaba con Elizabeth, lo utilizaba intentando encontrar una cura, para eso leyó todo libro de medicina que pudo adquirir, pero en ninguno existía un tratamiento, lo único que pudo averiguar fue que una enfermedad con los mismos síntomas, en 1489, durante el cerco de Granada, los españoles perdieron tres mil hombres en acciones del enemigo, pero diez y siete mil murieron por la enfermedad. Esto solo aumentó su temor, él desconocía lo que los doctores sabían y, lamentablemente, lo que sabían era que no podían curar esta enfermedad, que se les presentaba cada tanto. Una tarde, como todas las demás, cuando se presenta en la casa de Elízabeth, su padre lo recibe con los ojos vidriosos, coloca la mano sobre su hombro y agacha la cabeza, Fausto queda paralizado, comprende que su peor temor se había concretado. Ingresa corriendo al cuarto y encuentra a la madre llorando junto al cuerpo de Elízabeth, cae de rodillas, su mundo acababa de perderse, se había esfumado violentamente con el último aliento de su amada y ahora todo carecía de sentido.


"El joven Fausto" capítulo IX


 El destino juega en Inglaterra 





Habiendo llegado al puerto de Londres, luego de un largo viaje que, curiosamente, no tuvo grandes dificultades. El espectáculo que se ofrecía era fascinante, fundamentalmente para William Kidd, ya que en el siglo XVII se había convertido en el más activo del mundo. De sus muelles salían barcos con destino a los cinco continentes, por lo que el tránsito y la actividad económica eran realmente impresionantes. Fausto decidió pagarle a su veintena de hombres sin esperar la venta de los cueros, su última orden fue el traslado de los cueros a un depósito que había alquilado y les obsequio el barco para que hicieran con él lo que quisieran, probablemente lo hizo para obligarse a permanecer por un tiempo en este lugar y no tentarse con partir en cualquier momento, estaba algo cansado de navegar y el haber estado casi dos años en tierra, en la Argentina, habían debilitado sus deseos naturales por la vida de marino. Por la generosidad del pago a sus hombres, el dinero de Fausto mermó considerablemente, hasta el punto de depender, al igual que William, de una buena venta para tranquilizar su situación económica, por lo que ambos se abocaron de lleno a esa tarea.

En 1665, aunque los grandes planes de urbanismo ya habían comenzado, la mayor parte de la ciudad se encontraba encerrada dentro de la antigua muralla, lo que propició una grave epidemia de peste que causó 70.000 víctimas. Al año siguiente, Londres sufría el incendio más terrible de su historia y el que cambiaría los conceptos de construcción y estructuración de la ciudades en casi todo el mundo. Luego de un verano con extrema sequía, se inicia el fuego en la panadería de Farriner y debido al viento, se trasladó al centro de la ciudad, dejando como saldo 13.200 casas, 87 iglesias (entre ellas la Iglesia de San Pablo), 4 puertas de la ciudad, el ayuntamiento, muchas estructuras públicas, hospitales, escuelas, bibliotecas y un amplio número de edificios majestuosos, destruidos. La mayoría de los barrios fueron arrasados por el fuego, ya que su construcción era principalmente en madera y paja, por esto el parlamento recaudó fondos para reconstruir Londres al pechar el carbón y eventualmente la ciudad fue diseñada a su actual plano de calles, pero esta vez fue erigida con ladrillos y piedra y con mejores accesos y sistemas sanitarios. Esto la había convertido en una ciudad moderna, con importantes proyectos de construcción en esos momentos, como el de la Catedral de San Pablo en manos de sir Christopher Wren, recientemente nombrado Knight Bachelor, último gran maestro Masón de la vieja francmasonería operativa de Inglaterra ,quien había reconstruido 51 iglesias y numerosos edificios luego del gran incendio, y el Real Observatorio de Greenwich, cuya construcción fue comisionada al año siguiente por el rey, donde también colaboró Wren.

Los jóvenes recorrían admirados las calles de la imponente ciudad, en búsqueda de un posible comprador para sus cueros y fue así que, después de preguntar a varios comerciantes, llegaron a ubicar a un importante burgués que se mostró muy interesado al ver la mercancía, quien luego de discutir el precio de la misma, cerró un buen trato con los jóvenes e insistió en que la operación se realizara lo antes posible, preferentemente al día siguiente y para evitar cualquier complicación les entregó una parte del monto, con el compromiso de darles el resto ni bien recoja la mercancía. Los muchachos estaban sorprendidos, el entusiasmo de su comprador era tan evidente que por un instante dudaron del precio pactado, aunque representara una fortuna para ellos. Fausto y William estaban emocionados, no podían creer la suerte que habían tenido al poder vender en buen precio y tan rápido todos sus cueros, ellos esperaban hacerlo con varios compradores y en un período más prolongado, el hecho de haber encontrado quien comprara todo era realmente inesperado, por la suma que comprendía. Al día siguiente se hizo presente en el depósito el comerciante, con varios carruajes para cargar los cueros, cumpliendo con lo arreglado. Cuando el burgués partió, William se sienta como razonando lo sucedido.

─ Tengo que admitir que tenía ciertos temores, esperaba que algo saliera mal ─le confiesa a Fausto.
─ Creo que te has acostumbrado a las dificultades y te cuesta aceptar la buena suerte.
─ Puede ser, aún no salgo de mi asombro ¿has tomado conciencia que somos dueños de una fortuna, que podemos hacer lo que deseemos?
─ No estoy pensando en ello ─responde Fausto meditabundo.
─ ¿Y en qué piensas entonces?
─ No importa, no me hagas caso y vayamos a celebrar nuestra fortuna.
─ Al fin hablas con coherencia, vayamos ya.

Era el mediodía y su celebración duró hasta la noche, la posada era austera y solo comieron y bebieron, pero a pesar de la alegría que debieran sentir, existía un clima extraño entre los jóvenes. Reían alcoholizados para quedarse luego en silencio observándose, ambos presentían que había llegado la hora de separar sus caminos, que el afecto que los ligaba ya no era suficiente ante sus distintos anhelos y lo mejor sería enfrentar cada uno su propio destino, se habían terminado las excusas que hasta hoy les permitían estar juntos. Su embriaguez no alcanzaba a disimular lo que pensaban, tenían el deseo de extender esta amistad, pero sus naturalezas los obligaban a respetarlas y acatarlas. A la mañana siguiente William partió, solo hubo un fuerte abrazo en la despedida y las palabras que Fausto pronunció “espero que el destino vuelva a cruzar nuestros caminos”.

Paradójicamente, el joven Kidd volvió para navegar las aguas del Caribe (quien se interesaba más en los negocios, se convirtió en marino aventurero) y luego de varios años se puso al servicio del gobernador de la isla Nieves, que para entonces era una colonia inglesa, para protegerla de los ataques franceses. El gobernador les dijo que no podría pagarles, de modo que cobraran sus servicios de los botines adquiridos. Por entonces, Kidd atacó la isla francesa de Marie-Galante. En plena Guerra de los Nueve Años se convirtió en corsario. En 1691, se estableció en Nueva York y se casó con Sarah Bradley Cox Oort, una mujer inglesa entrada en la veintena y famosa por ser una de las mujeres más ricas de la ciudad. Para diciembre de 1695, el nuevo gobernador de Nueva York, Massachusetts y Nuevo Hampshire, solicitó a Kidd que atacara a diversos sujetos relacionados con la piratería, a la vez que luchaba contra los buques franceses. William aceptó el encargo, sabiendo que negarse podía verse como una deslealtad a la corona y acarrearía un gran estigma social. En 1695 se le dio una patente de corso por parte del rey Guillermo III de Inglaterra. En los siguientes tiempos tuvo que afrontar diversos problemas de amotinamiento y deserciones entre sus tripulantes. También se harían famosos actos de "correctivos" contra su tripulación que le hicieron tener fama de marinero cruel y sanguinario. En 1698, regresó a Nueva York, donde se enteró de que era buscado, injustamente, como pirata. Al darse cuenta que su barco, el Adventure Prize, era una presa muy codiciada, abandonó el barco y enterró parte de su tesoro en la isla, Gardiners, una pequeña isla cerca de East Hampton. William Kidd esperaba usar esto como una especie de "as en la manga" cuando surgieran problemas. El gobernador de Boston, Bellomont, por su relación con él, creía que podría ser juzgado por complicidad con los actos del capitán, de modo que creyó que entregarlo sería una forma de salvarse a sí mismo. Fue llevado a Boston bajo falsas promesas de clemencia, y en julio de 1699 fue arrestado. Sería encarcelado en condiciones insalubres y su esposa Sarah también sería encarcelada. Alrededor de un año después, fue trasladado a Inglaterra para ser juzgado por el Parlamento. William se convirtió en un instrumento de la guerra entre Tories y Whigs, más cuando este se negó a dar nombres, ya que creía que su abundante clientela le salvaría gracias a su lealtad. La facción Tory lo envió a ser juzgado por el alto almirantazgo en Londres, bajo cargos de piratería y el asesinato de William Moore, un antiguo tripulante suyo. Kidd fue encerrado en la prisión de Newgate, donde sus cartas al rey Guillermo solicitando clemencia fueron rechazadas. En el juicio finalmente sería encontrado culpable de todos los cargos y fue ahorcado en mayo de 1701. Como curiosidad, la horca que sujetaba a Kidd se rompió, y tuvo que ser nuevamente colgado. Su cuerpo fue encadenado y colgado sobre el río Támesis como un aviso para cualquier pirata, permaneciendo allí durante tres años. La creencia de que Kidd había dejado la mayor parte de sus tesoros enterrados, contribuyó enormemente a la famosa leyenda de los tesoros piratas enterrados.

Me he adelantado a contarles el futuro de William Kidd. Ahora volvamos a 1674 y a nuestro amigo, el joven Fausto.
Luego de la partida de William, Fausto decidió recorrer la ciudad como para distraerse. Caminó sin un destino aparente, hasta que se enfrentó con la famosa Torre de Londres que, en esos tiempos se la utilizaba como prisión, de allí nació la frase “enviar a la torre” como sinónimo de “enviar a prisión”. Esta torre era de gran importancia y cumplió papel principal en la historia de Inglaterra, todos los monarcas eran coronados en la abadía de Westminster y hasta el reinado de Carlos II, se organizaba una procesión desde la torre hasta la abadía. La Torre Blanca, que da nombre al castillo entero, fue construida por Guillermo el Conquistador en 1078 y aunque fue Palacio Real y Fortaleza de su Majestad, desde por lo menos el 1100, era utilizado como prisión, aunque no era este el propósito primario. Tenía fama de lugar de tortura y muerte, pero en realidad muy pocos fueron ejecutados. Luego de observar el castillo por un rato, Fausto retoma su caminata volviendo a la posada, pero en su retorno se detiene en un comercio, no porque le interesaran sus artículos, ya que se trataba de una mercería, sino por una voz inconfundible que le pareció escuchar y no podía creer que fuera de quien suponía. Al no poder ignorar su interés, se introdujo en la tienda donde se encuentra con dos hombres y uno de ellos era el dueño de esa voz, el increíble e inesperado Mefistófeles.

─ Pero es imposible ¿qué hace usted aquí?
─ Oh, vaya, pero con quien me encuentro, ¿qué haces tu mi querido muchacho?
─ Yo he llegado hace un par de días ¿y usted?
─ Pues yo he llegado hace unas semanas.
─ Perdone mis modales, pero como siempre estoy sorprendido de verlo, es realmente increíble que nos encontremos en cualquier lugar del mundo.
─ Admito que parece increíble, pero creo habértelo dado a entender ya, conmigo nada es increíble. Permíteme un segundo, ya estaba por salir ─en ese momento se despide del mercero diciéndole “lamento su decisión”

Se retiraron del comercio y caminaron un par de cuadras en silencio, hasta que Fausto no soportó más su intriga y comenzó preguntando.

─ ¿Qué lo trajo a Inglaterra?
─ Varios asuntos, de los cuales uno acaba de concluir.
─ ¿Se refiere al mercero?
─ Precisamente.
─ ¿Y qué asunto de importancia podría tener usted con un mercero?
─ No te dejes engañar con las apariencias, este hombre no es simplemente un mercero.
─ ¿Y qué otra cosa es, entonces?
─ Este hombre es varias cosas, además de mercero, por supuesto, es estadístico, demógrafo, fundador de la bioestadística y precursor de la epidemiología. Su nombre figurará en la historia.
─ ¿Cual es su nombre y como sabe usted que será reconocido en la historia?
─ Su nombre es John Graunt y será reconocido porque ha hecho varias cosas, porque lo amerita.
─ A propósito, ¿cómo le fue con su amigo en Alemania, el músico?
─ Muy bien verdaderamente, estoy seguro de que su deseo se convertirá en realidad, pero falta más de una década para que nazca el hijo apropiado y no creo que él llegue a comprobarlo, pues mis predicciones me dicen que morirá cuando el elegido tenga 10 años, de todos modos supondrá que su deseo se cumplirá.
─ ¿Y cómo puede usted afirmar eso?, hasta para mí se me hace difícil de creer.
─ Ya te he dicho que llegará el momento en que te explicaré todo, por ahora solo te diré que uno de mis dones es ver el futuro y como habrás apreciado, lo he hecho contigo.
─ ¿Es usted una especia de mago o brujo?
─ Ja, ja, ja, no nada de eso, pero podría serlo si lo desease, tengo los dones suficientes.
─ ¿Entonces sabe qué pasará conmigo, quiero decir que conoce mi futuro?
─ Solo en parte muchacho, solo hasta cierto punto, algunas cosas depende exclusivamente de ti.
─ ¿Cómo es eso?
─ Otra vez, he dicho que ya lo sabrás y basta de interrogatorio, tengo otros asuntos que atender ─respondió algo irritado Mefisto.
─ Perdón, no quería molestarlo con mis preguntas, pero entenderá que es muy intrigante ─intenta Fausto calmar los ánimos.
─Está bien muchacho, comprendo, pero tienes que tener más paciencia, tienes mucho tiempo aún, quédate tranquilo. Hablemos de otra cosa.
─ Una sola cosa nada más, por favor.
─ A ver, dime.
─ Cuando se despidió del mercero, no pude evitar oír lo que le dijo: “lamento su decisión”
─ Exacto, eso dije.
─ ¿Puedo saber a qué se refería?
─ Simplemente a que no aceptó mi oferta y es una pena, este hombre morirá muy pronto.

Por supuesto que esto no satisfizo la curiosidad de Fausto, pero era indudable que Mefisto no desea ampliarse en el tema, por lo que tuvo que resignarse y aplacar su ansiedad. Continuaron caminando, nuevamente en silencio, contemplando las construcciones de la ciudad. Fue entonces que el que rompió el silencio fue Mefisto.

─ Mira muchacho, ¿ves esas ruinas?
─ Si, las veo, ¿qué tienen de especial?
─ Son lo que quedó de la iglesia de San Pablo, luego del incendio no quedó nada que sirviese y hace unos años fue demolida.
─ ¿Y?
─ Que ya está el proyecto de construir una nueva, una enorme catedral, de las más grandes de este país.
─ No entiendo ¿cuál es su interés?
─ Interés ninguno, solo me fastidia saber cuanto dinero será derrochado en construir este templo, esta absurda adoración. Los humanos tienen la necesidad de crear edificios de enorme pompa, para complacer a su egocéntrico Dios y en eso no reparan en gastos, me dan náuseas.
─ La fe es algo muy importante para la mayoría de las personas.
─Ja, ja, ja, fe en quien jamás se ocupa de ellos, estúpidos. Su fe no impidió que el incendio destruyera su iglesia, es más, unos años atrás un rayo destruyó la cúpula y a pesar de todo siguen construyendo estos edificios y cuando son destruidos, construyen otro más grande y decorado. El que no entiende aquí soy yo ─en ese instante, Mefisto rió con algo de malicia.
─ Deduzco por lo que dice que usted no es creyente.
─ No se trata de creer o no, simplemente no los comparto, pero mejor sigamos caminando, no me agrada este lugar y podemos charlar de cosas más interesantes si lo deseas.
─ Como usted guste.

Volvieron a caminar en silencio, parecía que cada uno le cedía la posibilidad al otro de comenzar un diálogo y como es lógico, ganó la paciencia del más experimentado.

─ ¿Qué otros asuntos lo ocupan?, si me lo puede decir ─Pregunta Fausto, al ser superado por el silencio de Mefisto.
─ Varios, aunque uno es de mayor importancia.
─ ¿Me dirá cuál es? ─insiste Fausto ante la falta de continuidad de Mefisto.
─ Si, si, no tengo inconvenientes, como casi siempre muchacho. Tengo mucho interés en charlar con un hombre joven, aunque no tan joven como tú, debe tener unos treinta y tres años y según tengo entendido está en este momento en la ciudad. Hace un par de años fue nombrado miembro de la Royal Society, es decir, es bastante importante, pero lo será mucho más en el futuro, será sin dudas una de las mentes más brillantes de la humanidad, probablemente la más brillante.
─ Siempre prediciendo el futuro, realmente no entiendo como lo hace, pero ya confió en que no se equivoca, aunque resulte tan extraño.
─ Para todo existe una explicación y algún día la tendrás.
─ Ya sé, cuando sea el tiempo adecuado ─afirma Fausto con ironía.
─ Tal cual, muchacho ─con similar tono responde Mefisto.
─ ¿Puedo conocer el nombre de esa persona?
─ Isaac Newton es su nombre, probablemente hayas escuchado hablar de él, se lo está haciendo bastante en los círculos académicos.
─ No, realmente no he oído su nombre nunca, pero es lógico debido donde he estado en estos últimos años, no era frecuente hablar de miembros de la Royal Society ─sonríe.
─ Lo imagino, apropósito ¿qué ha sucedido con tu amigo William?
─ Nada en realidad, solo nos hemos separado para seguir cada uno su propio camino.
─ Perfecto, posiblemente hable con él en el futuro, nunca te dije que tu amigo va a tener un pequeño lugar en la historia.
─ No, no lo había hecho hasta ahora, ¿puedo saber cuál será?
─ Tal vez en otro momento, discúlpame, pero tengo que marcharme.
─ Una sola cosa más, por favor.
─ Dime.
─ ¿Y yo, ocuparé un lugar en la historia?
─Ja, ja, ja, tú ya eres una leyenda, es más, lo eras un siglo antes de nacer ─Mefisto ríe con su habitual mezcla de burla y malicia.
─ ¿De qué habla?
─ No me hagas caso, deja que el tiempo transcurra y tendrás todas las respuestas, inclusive hasta lo que aún no te has preguntado.

Fue así que repentinamente Mefisto, sin mediar más palabras, solo apoyando su mano sobre el hombro de Fausto, se aleja. Como de costumbre, el joven se quedó con más incertidumbres que certezas, pero esto era algo a lo que se había habituado. Retorno a la posada pensando distintas cosas, por un lado intentaba comprender todo lo correspondiente a Mefisto, intentaba encontrar una respuesta lógica que lo satisficiera y al mismo tiempo, qué hacer de aquí en más, buscar algo que le agradara hacer a la vez que le asegurará de alguna forma su futuro y no depender de otra aventura para ver cuál sería el resultado. La vida que había anhelado desde su adolescencia ya no parecía interesarle tanto o por lo menos, estaba interesado en conocer otras formas de vivir, de relacionarse con el mundo y teniendo la posibilidad de elegir, no quería desperdiciar su oportunidad.



"El joven Fausto" Capítulo VIII

                                                                                      


La distante Ciudad de la Trinidad     


Viajar hacía esta ciudad no era una tarea simple, ningún barco se dirigía a ella y era imposible pensar en hacerlo por tierra, por lo que la única solución era hacerse de un navío y una tripulación, preferentemente de bucaneros, por lo habituados a estas tareas. En la isla conseguir una tripulación de bucaneros era muy sencillo, estaba muy poblada por estos, pero otra cosa lo era un barco.

Pasaron varios días y no parecía tener solución el inconveniente de conseguir un barco, intentaron en vano convencer a varios capitanes de que les vendieran el suyo, pero un capitán sin barco no es un capitán y esto era inaceptable para estos hombres de mar. Una noche, mientras bebían en una taberna, se presentó un grupo de cuatro hombres, evidentemente, piratas neerlandeses, quienes eran observados de reojo por todos. Si bien en la isla se reunían todo tipo de piratas, a quienes poco le importaban las cuestiones políticas, sus intereses eran solamente económicos, los neerlandeses hacía un tiempo que no eran muy del agrado de los franceses y mucho menos de los ingleses, por los conflictos permanentes que sostenían sus respectivas naciones, las cuales en algunas oportunidades se habían aliado para combatirlos y hasta con los españoles, llegaron los ingleses a “olvidar” sus diferencias, para unirse contra ellos. Por supuesto que estas “alianzas” eran breves y solo se sostenían hasta lograr su objetivo. A estos neerlandeses parecía no importarles demasiado las miradas poco amigables y se dedicaron a beber sin prestar mayor atención a los demás, fue entonces que a Fausto se le ocurrió la manera de hacerse de un barco, aprovechando la hostilidad momentánea contra estos tipos. Salieron de la taberna y rápidamente recorrieron la isla reclutando bucaneros, que debido a la buena paga que ofrecían, no tardaron ni una hora en juntar a veinte hombres. Eran tiempos muy conflictivos en estas aguas y para muchos, el irse a un lugar más tranquilo para realizar sus tareas y ganar buen dinero, era una oferta muy apetecible. Con los conocimientos a oídas de Fausto, de como el Olonés había capturado un barco con solo dos botes, su plan era imitar la estrategia de este, por lo que fueron al puerto, tomaron dos botes y en medio de la oscuridad remaron hasta el barco neerlandés. Con extremado sigilo se acercaron al barco y subieron gracias a unos ganchos, la tripulación se encontraba dormida luego de haber bebido demasiado y luego de someter a los que supuestamente eran los vigías, no esperaban ser atacados, reducir al resto, una treintena de hombres, fue sencillo. Uno por uno los despertaron con cuchillos en el cuello y la sorpresa era tal en los piratas neerlandeses, que no atinaron a defensa alguna y en quince minutos todos eran prisioneros. Luego de subir los botes, William invitó a los prisioneros a saltar al agua para que nadasen hasta el puerto, izaron las velas y partieron alegremente hacia el sureste. La primer hazaña militar y probablemente la última de Fausto, fue un éxito total, ya que no fue necesario derramar ni una gota de sangre y además de apoderarse del barco, se encontró con un apreciable botín a bordo, el cual repartió prontamente entre sus hombres.

El viaje que les esperaba era bastante largo, calculaban un mes aproximadamente, ya que no contaban con cartas cartográficas y solo tenía una leve noción hacia donde se dirigían, por lo que debían aprovisionarse en un lugar conocido, Puerto Cabello, en Venezuela, antes de emprender el viaje a La Ciudad de la Trinidad y Puerto de Santa María del Buen Ayre. Luego de adquirir las provisiones necesarias, navegaron por el Atlántico bordeando las costas del Brasil, hasta llegar a un punto donde perdieron de vista la costa del continente, pero gracias al conocimiento de algunos marinos de su tripulación, que habían oído hablar de ese mar dulce, se introdujeron en él, con dirección suroeste y luego de unas horas de navegación llegaron a las costas de las tierras llamadas Argentina (del latín, argentum, que significa “plata”) con el que el clérigo Martín del Barco Centenera, titula un extenso poema publicado en Lisboa en 1602, refiriéndose a esta región y otorgándole su definitivo nombre.                                                              

La pequeña ciudad estaba organizada según el modelo utilizado en muchas de las ciudades establecidas en el nuevo continente, un trazado en damero alrededor de una plaza mayor y en el sector este de la plaza se encontraba instalado el fuerte de la ciudad, que estaba amurallado con piedras y rodeado por un foso. Solo se accedía a él por la plaza Mayor, mediante un puente levadizo y en otro sector de la plaza se encontraba un gran cabildo, por lo que la plaza era el centro administrativo de la ciudad, que contaba con unos 3.000 habitantes, en su casi totalidad españoles                                                                                                                
La ciudad no representaba ninguna importancia para Fausto, William y sus hombres, su interés estaba al sur de la misma, según pudieron averiguar interrogando a algunos habitantes y hacia allí se dirigieron con las provisiones necesarias y materiales para una precaria construcción, que se convertiría por un largo tiempo en su residencia.

Solo a media jornada a caballo, el paisaje abrumó a todos, una interminable llanura amarillenta (eran mediados del mes de julio), se confundía con el cielo en el horizonte. Jamás habían visto algo así, solo era comparable con el océano, donde el límite solo es una linea, que dependiendo del día, puede no definirse con claridad y parecer fundirse en un todo circular. Estos hombres habituados al océano conocían esa sensación, pero jamás pensaron experimentarla en tierra. Para mayor asombro de todos, los relatos del marino que le habló a Fausto no exageraron nada, los campos estaban poblados de bovinos que vagaban libremente en un número incalculable, Fausto y William se miran con satisfacción, el largo viaje había valido la pena y ahora, aparentemente, todo dependía de ellos para hacerlo exitoso.

La primer tarea que hicieron fue construir un refugio cercano a un arroyo, donde instalarse lo más seguros y cómodos posible, asegurándose la provisión de agua. Cuando estuvo terminada la “morada” comenzaron la caza, que en esa superficie llana y escasa de arboledas era extremadamente simple, las vacas parecían no temerles y podían acercarse lo suficiente para ser precisos en sus disparos, luego limpiaban las presas de sus vísceras, le sacaban el cuero y cocinaban la carne sobre un foso con fuego y alimentado ocasionalmente con ramas y hojas verdes produciendo un ahumado, para su conservación, al tiempo que comenzaban a curtir los cueros. Este era el sistema originario que los marinos realizaban en La Española, llamado bucán, que les dio su denominación de bucaneros.

El primer mes lo pasaron sin novedades y para Fausto se estaba tornando aburrido, claro que para William la cosa era diferente, ya que calculaba lo rentable que serían los cueros en Europa. Hasta que una mañana son sorprendidos por una visita inesperada, un grupo de cincuenta aborígenes se encuentra a cien metros del establecimiento, armados con arcos y lanzas, con una especie de túnicas de cuero de varias capas, pintadas con manchas negras que imitaban la piel del jaguar. La primer reacción del grupo fue tomar las armas y colocarse en una posición defensiva, pero Fausto les ordena mantener sus lugares y solo se encamina hacia los visitantes. Al acercarse presiente que hay más curiosidad que hostilidad en estos aborígenes, por lo que extiende sus brazos, demostrando estar desarmado y hace un gesto como de reverencia, intentando comunicarse amigablemente, sin saber si era comprendido. En principio, los “indios” solo lo observaban sin demostrar ninguna actitud, pero de pronto uno se adelanta a los demás y extiende su brazo al cielo, Fausto lo interpretó como una buena señal y la imitó. Ambos se aproximaron hasta estar a tan solo a un metro uno del otro, fue cuando Fausto comenzó a hablar, pero el hombre lo miraba fijamente sin emitir sonido alguno, Fausto comprendió que no era entendido, por lo que tomó una extraña decisión, se sentó frente al aborigen. De acuerdo con sus ideas, al estar en una posición más baja que el otro, era una clara señal de no agresividad y disposición al diálogo y el aparente jefe de los nativos así lo tomó e hizo lo mismo. William, quien se había acercado un poco más que el resto, contemplaba la escena, cincuenta nativos armados y su amigo sentado a pocos metros junto a uno de ellos, de pronto ve que Fausto gira su cabeza hacia él y le grita que le lleve papel y tinta. Haciendo caso a lo pedido, corren en busca de estos y vuelve para dárselos, retirándose algunos metros luego y permaneciendo parado. Desde su posición observa como Fausto comienza a dibujar en el papel y le muestra sus dibujos al jefe, en ese momento este comienza a pronunciar palabras en su extraño idioma y sonriendo le pide el papel y la tinta y también comienza a dibujar. Durante media hora, William mira como intercambian dibujos uno con otro, luego Fausto le pide a William le traiga un trozo de la carne que guardaban y al hacerlo ve como arranca un pedazo y lo come, para luego ofrecer otro al jefe, quien luego de olerlo se lo introduce en la boca y hace un gesto de aprobación. Ambos se incorporaron y entonces Fausto ordena que se le entreguen varias reces cocinadas a los visitantes, cuando sus hombres entregaron la carne, el jefe parece despedirse y junto a su gente se retira tranquilamente. Una vez alejados los aborígenes, William cree oportuno averiguar que había sucedido.

─¿Si quieres, puedes decirme que significó esto? ─preguntó William entre fastidio y sorpresa.
─Muy simple, he evitado un conflicto y comenzado una relación pacífica con esta gente.
─¿Pero de qué se trata esta relación?
─Se trata de que probablemente no nos ataquen mientras les seamos útiles y considerando que nos doblan en número y que ignoramos cuántos son en su totalidad, un poco de carne a cambio me parece un buen trato.
─¿Y qué se entiende por “probablemente”?
─Que mientras cumplamos con la cuota estipulada, supongo estarán conformes.
─¿De qué cuota estamos hablando?
─De la que acabas de ver y que se repetirá periódicamente, cada quince días.
─¿Quieres decir que volverán para llevarse carne cada quince días?
─Así es mi querido amigo y he tenido que negociar la cantidad por si no son los únicos por aquí y necesitemos tener otros tratos.
─¿Crees que pueda haber más salvajes aún?
─Es probable, no lo sé y yo no los llamaría salvajes, tal vez algo primitivos para nosotros, pero nada más, ese hombre me demostró tener gran capacidad para entendernos y negociar, de ninguna manera lo llamaría salvaje.
─¿Entonces piensas regalar toda nuestra carne, la cual podríamos negociar en la ciudad?
─Que la ambición no te ciegue querido William, es preferible perder algo de dinero a perder la vida y por otro lado hay más que suficiente para todos por suerte.
─Bueno, puede que así sea, pero me molesta tener que regalar nuestro trabajo.
─No lo veas de ese modo, míralo como un impuesto por usurpar sus tierras.
─Pero nosotros no hemos usurpado nada, esto no es de nadie.
─Ay, William William, tal vez no sea de nadie para ti, pero eso no significa que no tenga dueños, vaya a saber cuántos años, siglos probablemente habitan aquí esta gente y eso creo le da ciertos derechos, aunque sean desconocidos por nosotros.
─No lo había pensado de esa manera, ahora que lo dices tiene lógica y déjame decirte que eres un buen negociador al fin y al cabo, hasta diría que eres todo un diplomático ─ambos rieron a carcajadas.

El tiempo transcurría apacible, el clima, aunque frío, era tolerable ya que no corrían fuertes vientos y la temperatura era menos extrema que en Europa, pero bastante distinta a la de su isla, donde todo el año era verano. La caza era perfecta y los cueros se iban apilando, los “indios” los visitaban como había sido convenido, pero su número era menor, solo viente o veinticinco venían y partían ni bien recibían la carne. Fausto estaba algo intrigado por saber el destino de esta gente, dónde estaban asentados y cuántos eran, pero hasta el momento se conformaba con no tener inconvenientes con ellos y poder continuar con sus tareas tranquilamente.


La tierra dio una vuelta completa al sol y las cosas no cambiaron demasiado, solo algunas escapadas a la ciudad, para intercambiar carnes por otros alimentos, alteraban el curso de los días y por supuesto las infaltables visitas de los ”amigos” locales, a quienes los de la ciudad llamaban “naturales” o “Pampas”, la palabra “pampa” en Quechua significa “llanura”, los españoles la pluralizaron llamando así a sus habitantes. Un día, ya harto de tanta tranquilidad y superado por su curiosidad, Fausto decide conocer más de los nativos y aprovechando una de sus visitas, los sigue a una distancia prudente para no ser detectado. Luego de varios kilómetros, estos llegan a una toldería de 50 tiendas, para una población de 200 ó 250 personas. Sus viviendas estaban hecha con cueros y ramas, esto de brindó la pauta a Fausto que no eran sedentarios que practicaran la agricultura, evidentemente eran recolectores y cazadores, por ello sus viviendas eran simples y de fácil armado y transporte. Después de pensarlo brevemente, galopa lento hacia la aldea (no había llegado hasta acá solo para mirarlos a la distancia) y a unos cien metros desmonta y continua a pie, los nativos casi no le prestan atención, solo los niños corren a su lado y ríen felices y curiosos. Esta actitud de poca sorpresa le llama la atención, llegó al centro y fue entonces que de una tienda sale el jefe con quien había negociado. Este hombre le sonríe y saluda con agrado, al tiempo que lo invita a pasar a su tienda, en el interior había varias mujeres, que prontamente se retiraron, quedando solo una muy anciana que saluda a Fausto en claro español. La grata sorpresa lo hace reír y comenzar una conversación con la anciana de piel oscura, pero no negra, algo intermedia entre el negro y el blanco, pero distinta a la de los mulatos que él conocía. La anciana le informa que hará de interprete ante el jefe para que puedan hablar con mayor comprensión, por lo primero que le dice Fausto su nombre y pregunta el del jefe, la anciana le responde con palabras casi impronunciables para él, “hatun uturunku”, luego ríe y se lo traduce como “gran jaguar”, nombre que le pareció bastante apropiado para este hombre hábil y aparentemente muy fuerte. Conversaron por largo tiempo y eso le hizo comprender la sabiduría que poseía Gran Jaguar, quien le dejó en claro que no estaba disconforme con el trato que tenían, pero estaba preocupado si otros quisieran hacer lo mismo. Era lógico, había ganado suficiente para ellos, pero si se tornase en una “invasión” por parte de los blancos para hacer el mismo negocio que Fausto, esto pondría en serio peligro el equilibrio de las presas y en consecuencia la existencia de su pueblo. Fue honesto al decirle que tuvo tribulaciones con respecto a esta situación, que lo más conveniente sería expulsarlo de sus tierras y así evitar una posible futura invasión, pero al mismo tiempo creía en la posibilidad de una convivencia pacífica, si se respetaban las condiciones necesarias para no destruir el medio. Lamentablemente, Gran Jaguar, desconocía al hombre blanco y su apetito insaciable y desmedido, como también ignoraba cuántos blancos existían en el mundo y Fausto, a pesar de sentirse como un salvaje frente a la sabiduría de este jefe, creyó que no era conveniente seguir hablando de este tema por el momento. No pudo dejar de sentir cierta angustia al pensar en la preocupación de Gran Jaguar, debido a la distinta filosofía que ostentaban sus respectivos pueblos. Ver a un hombre perdido en la distancia del mundo, en una basta llanura lejana a toda “civilización”, pensar en la abundancia, en cuidar la naturaleza y como contrapartida, en su gente que solo podía verla como el peor depredador, lo estremeció. Para cambiar de tema, Fausto le preguntó si podía decirle cuántos años hacía que habitaban estas tierras y el jefe le explicó que sus ancestros se remontaban a tiempos lejanos, cientos de años y le mostró un casco español, posiblemente de los primeros colonos, que guardaban hacía varias generaciones. También aprovechó para saber por qué su presencia no había causado la sorpresa que él creía lógica en su gente y el jefe sonrió y le respondió que sabían de su presencia desde que partieron de su refugio y que hasta tuvieron que aminorar el paso para hacer posible que los siguiera. Desde que conversaron por primera vez, el jefe supuso que en algún momento intentaría llegar hasta él y hasta admitió que esperaba que lo hubiese hecho antes. Fausto no pudo simular su sorpresa ante esta confesión y su expresión lo delataba frente al sabio jefe.

Ver la paz que reinaba entre esa gente, que con muy poco disfrutaba de la vida en armonía con su medio, le replanteó su propia vida, su civilización y sus deseos. Quiso quedarse un par de días junto a esta gente, quería conocerlos un poco más y si era posible, asimilar algo de su cultura, por lo que le pidió al jefe su permiso, quien con gusto le hizo preparar una tienda para alojarlo. Sintió curiosidad por saber como esta anciana hablaba tan bien el español y cuando tuvo la oportunidad se lo preguntó, la anciana invitó a seguirla y caminaron hasta alejarse un poco del resto de la gente. En unos matorrales la anciana se sentó y sacó algo de entre sus ropas, era una especie de pipa, tallada de un madero, la llenó con lo que tenía en una pequeña bolsita de cuero y comenzó a fumar, inmediatamente el lugar fue invadido por un aroma extraño, profundo y desconocido. La anciana le extiende la mano y le ofrece su pipa a Fausto, quien solo por cortesía la acepta, pero al inhalar el humo comienza a toser, su garganta se le cerró por unos segundos y no podía evitar el ahogo. La anciana miraba el horizonte y su semblante se iluminó, lo observó de costado y sonrío, luego le dijo “tranquilo, solo un poco y retenlo dentro”. Fausto comenzó a sentirse extraño, levemente mareado y repentinamente se echó a reír, miles de pensamientos lo atropellaron y le era imposible desarrollarlos todos, al tiempo que creía que la anciana lo comprendía sin siquiera hablarle. Contempló en rostro de la anciana y descubrió una belleza que hasta entonces le había sido oculta, la anciana comenzó a hablar como si lo hiciese con el viento.

─Desde que era una niña, mi madre me enseñó tu idioma y yo se lo he enseñado a mi hija y esta a la suya, por lo que verás no soy la única que te puede entender bien.
─¿Pero de quién lo aprendieron?
─De ustedes, por supuesto, pero hace muchos años atrás, creo que más de cien, cuando llegaron por primera vez y no sé bien el porqué, pero nuestros pueblos lucharon y destruimos su aldea, muchos años después volvieron y construyeron la que está hoy y no hemos vuelto a luchar, solo nos mantenemos alejados unos de otros.
─¿Pero solo así aprendieron nuestro idioma?
─En realidad no, uno de ustedes quedó prisionero y convivió con nosotros, hasta punto de ser uno de mis ancestros, por lo que mi familia es la responsable de mantener ese conocimiento y así lo hemos transmitido de generación en generación.
─Entonces tienes algo de española en tu sangre.
─Si, española como lo llaman ustedes, aunque yo prefiero pensarlo como una combinación de pueblos y culturas, sin naciones.

La tarde terminaba sus últimas horas y las primeras sombras indicaban que era hora de regresar a la aldea, Fausto se sentía algo extraño todavía y la anciana lo tomó del brazo y lentamente caminaron. En el trayecto la anciana le comenta.

─Seguramente has tenido hoy pensamientos que no habías tenido antes, no te angusties, es normal, ya te acostumbrarás.
─¿Cuál es su nombre? ─preguntó repentinamente Fausto, como si en ese instante fuese fundamental.
─No creo que lo pudieras pronunciar, pero su traducción es algo como “verde pradera grande”, por lo que me puedes llamar Verde ─sonriendo continuaron caminando.

Fausto se encerró es sus pensamientos por unos instantes, aunque no estaba seguro de controlar el pasar del tiempo. Sus ideas se superponían y parecían cada vez más profundas, suponía encontrar respuestas, pero estas se escapaban con rapidez, el placer y la tristeza lo abordaban jugando con sus sentidos. No estaba seguro de querer acostumbrarse, percibía un mundo diferente, por segundos placentero y en otros, angustiante.

La noche había ganado el escenario y se encontró recostado dentro de su tienda, no tenía certeza de como había llegado, pero tampoco le importó, se sumergió en un sueño hondo y confuso.

El alba lo despertó con gran apetito, por lo que se incorporó y salió a ver que podía hacer. Al salir se encuentra con una escena particular, todos estaban en grupos formando círculos y en el centro de cada círculo, había un fuego calentando agua, estaban alegres y mientras comían una pasta parecida al pan, se pasaban por turno, un pequeño recipiente con una pajilla, que en cada entrega era llenado con el agua caliente y todos sorbían de él. Evidentemente, era una infusión como el té, lo extraño que lo tomaban a través de una cañita. Se acercó al grupo donde estaba el jefe y Verde, siendo recibido con sonrisas y convidado con su alimento, pronto le entregaron el pequeño recipiente, era la corteza de media calabaza, lo agarró y chupó de la cañita, notó al principio que era algo dificultoso, que la cañita parecía estar un poco tapada, pero igualmente el agua pasaba lentamente y la infusión le resultó muy agradable, aunque un poco amarga. Este ritual se mantuvo por una hora, esta gente no tenía apuros y gozaba de la comunicación que su “ceremonia” les brindaba, fue entre las charlas que Verde le explicó que era una planta secada y picada lo que bebía y que la cañita tenía una semilla perforada para impedir el paso de la hierba, actuando como filtro, por eso le era algo forzoso sorber. Cuando la reunión llegó a su fin, las mujeres se dispusieron a realizar sus tareas diarias y los hombres se agruparon, montaron sus caballos y partieron al galope. Fausto pregunto hacia donde se dirigían y Verde le respondió que simplemente iban a practicar sus habilidades, por lo que Fausto los quiso observar, pidió permiso al jefe para seguirlos y corrió a montar su caballo.

El espectáculo que estos hombres le ofrecieron fue magnífico, la destreza y agilidad de sus movimientos le hacía pensar que hombre y caballo eran una sola cosa, mientras el lanzamiento de sus peculiares armas, una cuerda con bolas en los extremos, era impecable, casi perfecto, esto le hizo recordar lo conveniente de su acuerdo, honestamente no le hubiese gustado tener que enfrentarse a tamaños adversarios, ni aún con la supuesta ventaja de sus armas de fuego.

De retorno a la aldea comprendió que ya era tiempo de regresar con los suyos, no quería alarmarlos con una ausencia muy prolongada, cosa por lo que le comunicó a Gran Jaguar su partida, pero antes de marcharse tuvo la necesidad de estar unos minutos con Verde.

─Verde, tengo que hablar contigo.
─Caminemos muchacho, ¿qué quieres decirme?
─Tengo que pedirte un favor.
─Dime que quieres.
─Probablemente no nos volvamos a ver, cuando me reúna con mi gente levantaremos el campamento y partiremos muy lejos. No supe cómo despedirme de Gran Jaguar, en realidad no tuve el coraje. He aprendido muchísimo en este breve tiempo y tengo que reconocer que estoy avergonzado, no he sido totalmente honesto con él, no pude hablarle de mi gente, de como se comporta y cuales son sus conceptos con respecto a ustedes y no puedo hacerlo frente a él. Hay algo en el jefe que me impide ser sincero, creo que es la vergüenza que siento en la comparación.
─ ¿Y por qué me lo dices a mí?
─ Es que no me puedo marchar sin advertirlo de alguna forma y tú eres la persona adecuada. Tienes que explicarle que mi pueblo no es como el de ustedes, que no respeta las mismas cosas y que creo imposible una sociedad pacífica entre ambos. Los blancos deseamos muchas cosas que ustedes no conocen ni creo que les interesen, pero ese deseo nos hace comportarnos como verdaderos salvajes, sin escrúpulos ni límites y si llegasen a descubrir lo que aquí pueden conseguir, no dudaran en destruirlos para lograrlo. Yo solo puedo jurarte que obligaré a mis hombres a no divulgarlo, pero no puedo asegurar que suceda y evitar que otros vengan y los perjudiquen. Dile a Gran Jaguar que no confíe en el hombre blanco, no somos buenos y somos demasiados ─La anciana lo mira piadosamente y luego de unos segundos decide responderle.
─ Joven Fausto, agradezco tu buena intención, pero creo que no has conocido lo suficiente a Gran Jaguar. Él es un hombre sabio y conoce a tu gente, sabe de lo que son capaces, pero indudablemente confía en que no todos son iguales y tú eres su prueba, la que le da la razón. Cuando te habló de sus dudas por el acuerdo que ustedes hicieron, probablemente no comprendiste que estaba estudiando tus reacciones y notó tu vergüenza y angustia, por lo que de todos modos está dispuesto a intentarlo. Si te consuela en algo, te diré que nuestros peores posibles enemigos no sean los blancos, son gente de nuestro color que viene desde el sur, del otro lado de las montañas. Los dioses han determinado nuestro destino y a nosotros solo nos queda obrar acorde con nuestras costumbres y conciencia y seguramente así lo haremos. Yo le diré lo que me has dicho y espero que tengas una buena vida.

Se despidió besando la mano de la anciana, sin poder dejar de pensar en lo estúpido que era. A pesar de quedar impresionado por Gran Jaguar desde un comienzo y reconocerlo como un hombre sabio, comprendió que igualmente no le había otorgado el crédito que realmente tenía, que sus prejuicios, aunque luchara por eliminarlos, lo habían traicionado, le habían impedido ver la totalidad. Con estos pensamientos inició su regreso. Al llegar a su asentamiento lo recibe inquieto William, quien se había preocupado por su ausencia.

─ ¿Se puede saber dónde te habías metido? ─fue la recepción de William.
─ Hola, amigo ─responde Fausto sonriendo.
─ No te burles, he estado preocupado.
─ Discúlpame, pero he estado muy ocupado visitando a nuestros “amigos”.
─ ¿Haz ido con los salvajes?
─ Sí y yo no los llamaría salvajes, porque si ellos son salvajes, ¿cómo llamarnos a nosotros mismos?
─ Perdón, pero no te entiendo.
─ No importa, tal vez hablemos de esto en otro momento, creo que ya tenemos lo que vinimos a buscar y es tiempo de partir.
─ Por fin, creí que no llegaría nunca este momento, estoy realmente cansado de estar aquí.
─ Entonces manos a la obra, preparémonos, mañana partimos.

Al día siguiente, un 23 de febrero de 1674, en una mañana cálida en esta región, Fausto, William y sus hombres se despiden de estas tierras luego de casi dos años en ellas. Con suficientes provisiones y los depósitos del barco repletos de pieles partieron rumbo a Inglaterra, donde eran muy apreciados estos cueros. Si bien este viaje conllevaba varios riesgos, no solo tenían que lidiar con el mar y los piratas, también se presentaba la dificultad que ni Fausto ni William eran ingleses, sobre todo la condición de escocés de William lo hacían temerario. Inglaterra estaba gobernada por Carlos II (también conocido como“Carlos el alegre monarca”, debido a la cantidad de hijos ilegítimos de los cuales reconoció a 14), rey de Inglaterra, Escocia e Irlanda, con quien se había restablecido la monarquía. Hijo de Carlos I quien había sido destituido y decapitado públicamente en 1649, luego de ser derrotado por Oliver Cromwell al mando del ejercito parlamentario. En estos tiempos la inestabilidad y las luchas por el poder eran constantes en casi todo el planeta, pero en estos dos últimos años (1672-1674), Inglaterra junto a Francia, estaban en guerra contra las Provincias Unidas de los Países Bajos, Tercer Guerra Anglo-Holandesa, la cual había concluido solo unos días atrás con el Tratado de Westminster, cosa que por supuesto, los jóvenes aventureros ignoraban. Otro inconveniente que desconocían, era que la comercialización de pieles en Inglaterra estaba en manos de la Compañía de la Bahía de Hudson, también conocida por sus siglas HBC, fundada como compañía privilegiada por el rey en 1670, otorgándole el monopolio del comercio sobre la región bañada por los ríos y arroyos que desembocan en la bahía de Hudson en el norte de América del Norte. No obstante, al margen de su desconocimiento, poco le importaba a los jóvenes los problemas que tuvieran que enfrentar, debido en parte por su valor y otra por su inconsciencia.