"El joven Fausto" Capítulo II



El capitán Fraçois L’Olonnais

 

Cuando llegó al puerto no le fue difícil encontrar al capitán, ya que al solo preguntar por él le supieron indicar donde estaba. El capitán era muy conocido por ser un gran pirata, pero lo era más aún por su crueldad, se contaban muchas historias sobre su brutalidad, principalmente dirigida hacia los españoles, algunos decían que había tenido una mala experiencia en su juventud con un español y por eso decidió hacerle la vida imposible a cuantos se cruzasen en su camino, así lo sentenció y así lo cumplió. L'Olonnais no dejaba títere con cabeza, utilizando las técnicas más crueles y salvajes a la hora de torturar a sus prisioneros, se hablaba de cómo les amputaba miembros o trozos de carne, para luego lanzarlos al fuego, pero quizás una de las historias más impactantes, es la que relata en una carta el médico de la flota pirata en el saqueo de Maracaibo, Alexandre Olivier Exquemelin, cuenta un caso en el que fue testigo presencial:


"Yo asistí a una escena que en verdad me dejó estremecido de terror. En los primeros momentos del saqueo, habiendo hecho un prisionero, el Olonés le exigió que condujera a sus hombres a aquellos lugares donde hubiera mayores riquezas, porque su afán de apoderarse de ellas era muy grande. Pero el prisionero era muy bravo y se negó. El Olonés lo amenazó con someterlo a crueles tormentos, pero aun así el prisionero siguió resistiéndose. Entonces el Olonés ordenó que lo amarraran a un árbol y, cuando sus hombres se hubieron apresurado a cumplir esta orden, él de un tirón separó sobre el pecho del prisionero su casaca, y luego extrajo su cuchillo y le asentó un descomunal tajo que le desgarró la carne. La sangre brotó enseguida, pero esto no conmovió al Olonés. Con la ferocidad que le daba su odio a los españoles, introdujo la mano en la herida del prisionero y le arrancó el corazón, que ofreció a uno de sus propios hombres. Este se lo comió crudo, con la carne aún palpitante. Alexandre Oliver Exquemelin"


Fausto, como casi todos, había oído estas historias sobre el capitán, pero poca importancia tenían ante la posibilidad de formar parte de su tripulación, un trágico error escondido por la fascinación.

Fausto, como casi todos, había oído estas historias sobre el capitán, pero poca importancia tenían ante la posibilidad de formar parte de su tripulación, un trágico error escondido por la fascinación. 

El capitán se encontraba en su navío ultimando detalles antes de salir a la mar y Fausto, en el muelle, esperaba que algún bote se dirigiera hasta él, para solicitar ser llevado. Al fin, un grupo de marineros le confirmó que eran de su tripulación y que podía subir al bote, cuando los remeros comenzaron a dirigirse hacia el barco, uno de los más viejos preguntó:

─ ¿Dime muchacho, tú sabes con quién pretendes hablar?

─ Si claro, con el capitán, el Olonés ─varios rieron maliciosamente y el viejo continuó.

─ ¿Sabes nadar muchacho?

─ Si señor, sé nadar muy bien.

Que bueno, pues lo más probable es que el capitán te arroje por la borda y tengas que nadar hasta aquí ─rieron todos grotescamente.

Fausto sonrió disimulando su inquietud, intuía que el capitán no era demasiado cortés, pero confiaba en el anciano herrero y eso le daba la firmeza suficiente para encararlo. Cuando llegaron al barco fue llevado a los empujones al camarote del capitán y una vez allí el marinero golpeó la puerta, la abrió y solo dijo "mi capitán, alguien desea verlo", con un par de palmadas en la espalda y un empujón dejó a Fausto frente al capitán. Este estaba sentado detrás de su escritorio con la cabeza inclinada sobre unos papeles, por lo que lo primero que pudo observar fue su figura delgada, su cabello oscuro algo ondeado hasta el cuello y su vestimenta prolija y elegante. Cuando alzó su cabeza su rostro mostró gran dureza, ojos claros pero perversos y con una boca que correspondía con su mirada, sus rasgos eran finos e indudablemente crueles y adornaba su cara un bigote francés con una especie de penacho que caía de su labio inferior hasta la pera. Sin ningún tipo de amabilidad preguntó:

─ ¿Quién eres muchacho y por qué me molestas? ─con tono severo.

─ Soy Fausto Sr.... eh... Capitán

─ ¿Y qué diablos quieres?

─ Quiero ser parte de su tripulación Sr., digo capitán.

─ Muchacho, ahora irás a cubierta y te arrojarás por la proa, si tienes suerte llegarás a la playa, te aseguro que si me haces levantar no tendrás tanta suerte.

─ Pero capitán, el anciano herrero me dijo que ya había hablado con usted y que podía formar parte de su tripulación.

─ Ja, ja, ja, ese maldito viejo, de noble a herrero, ya recuerdo, ¿así que eres el joven aventurero?, quédate entonces, si el viejo Mefisto te ha enviado debe tener sus razones y no creo conveniente contradecirlo. Ese maldito ya era viejo cuando lo conocí en mi juventud y vaya a saber por qué sigue vivo, pero estoy en deuda con él, digamos que tenemos un pacto y eso me obliga a responderle.

─ ¿Mefisto?, hace tiempo que lo conozco, pero nunca me dijo su nombre.

─ Mefistófeles es el nombre de un demonio y es muy apropiado para él, creo por eso que casi nunca lo da a conocer, pero eso ya no tiene importancia, te quedarás en el barco, pero te anticipo que tu vida no será fácil de hoy en adelante, tendrás que ganarte tu alimento y demostrarme que eres útil, de lo contrario te arrojaré al mar para alimento de los tiburones.

─ Si Sr., digo mi capitán, no lo defraudaré.

─ Más te vale muchacho, dile al que te trajo que te ubique y te de las tareas que crea puedes hacer, vete ya.

Así comenzó Fausto su vida de pirata, teniendo que hacer cuanto le pidieran y les aseguro que no era poco. Principalmente era el mozo de camarote, por lo que debía limpiar el camarote del capitán, ayudar al cocinero y luego trabajar para el segundo oficial, quien se ocupaba de las velas, aparejos y del mantenimiento y limpieza de las cubiertas. Como siempre Fausto demostraba buena predisposición al trabajo, jamás se quejaba por todas las tareas que se le encomendaban, esto hizo que rápidamente lo iniciaran como polvorilla. Para los que no están familiarizados con los puestos en un barco pirata, les aclaro que el polvorilla es el joven grumete que se encarga de cargar y limpiar el cañón y si sobrevivían, eran ascendidos posteriormente a ayudantes de artillero o incluso a artilleros. En el primer combate que enfrentaron, aún no trabajaba como polvorilla, por lo que pudo permanecer en cubierta para observar absolutamente todo. La tripulación era de 25 hombres en total y se enfrentaban a un barco español con 70 marineros, parecía una tarea difícil, pero el coraje y la destreza de estos piratas la simplificaban lo suficiente. Los barcos españoles eran mercantes, generalmente eran carabelas o naos comerciales y muchas veces se arriesgaban a navegar desde La Española hacia Vera cruz, Portobelo, Maracaibo, La Guaira y Cartagena de Indias, sin la protección de los convoyes de galeones y/o carracas. Los piratas utilizaban armas de fácil manejo en un barco, como hachas, alfanjes, chuzos y dagas, también tenían mosquetes, pero estos solo los utilizaban para disparar desde el barco y lo hacían lo menos posible, ya que podían arruinar la "mercancía" por la que estaban luchando, por eso preferían las armas blancas para el combate cuerpo a cuerpo y no las pistolas que, además de ser muy lenta su recarga, podían humedecerse y no disparar. La estrategia de los piratas era bastante simple, primero disparar con los cañones al velamen de su rival para restarle maniobrabilidad y evitar que huyeran, para esto unían cadenas a las balas de cañón las cuales al ser disparadas se extendían, causando grandes daños en el velamen y los aparejos de sus víctimas. Una vez conseguido esto se efectuaban algunos disparos de mosquete para eliminar algunos enemigos y atemorizar, luego se acercaban para el abordaje. Unos con sus hachas terminaban de cortar las velas y así inmovilizar completamente al barco, mientras otros, la mayoría, se enfrentaba a los marinos españoles, quienes no estaban adiestrados para el combate, equipados con espadas de gran tamaño que les hacía dificultoso su empleo, ya que se necesita espacio para usarlas y esto era bien aprovechado por los lobos de mar. La lucha no duró demasiado, ante las bajas sufridas y el terror que se esparcía por todo el barco, los españoles se rindieron rápidamente y ese fue su error mortal. Generalmente los piratas al someter a un barco, le daban la oportunidad a los marineros de elegir unirse a ellos o morir, pero con el Olonés no existía tal opción. Luego de requisar todo el barco, el botín fue trasladado al navío pirata, solo los tres nobles y el cirujano sobrevivieron a la crueldad del capitán. Los nobles porque pedirían rescate por ellos (esta era la "mercancía" que temían dañar) y el cirujano por ser necesario ya que no contaba con uno, el resto fue masacrado y quien más lo disfrutó fue el Olonés, terminando con el incendio del barco español.

Fausto trataba de simular su espanto, él solo aspiraba a la aventura debido a su juventud, desconociendo la realidad, la muerte y el salvajismo que representaban ser un pirata y más aún del Olonés. Comprendió que una cosa era escuchar las historias y otra muy distinta era vivirlas, que las "hazañas", los botines y la vida del pirata, no correspondían al romanticismo que él soñaba, la realidad de la vida en el mar estaba lejos de resultar placentera. Las condiciones eran terribles y la tasa de mortalidad, debida a enfermedades y heridas era elevada, las duras condiciones de vida y los peligros constantes hacían que la vida de un pirata distara mucho de ser feliz. La falta de higiene, el hacinamiento en cubierta y la monótona comida eran excelentes semilleros de enfermedades. La mala nutrición les daba una precaria resistencia a las enfermedades y el peligro de morir de una epidemia a bordo era muy grande. La enfermedad más común era el escorbuto, aún sin descubrir, que se debía a la falta de vitaminas; la sífilis era otra enfermedad muy común. La experiencia vivida afectó profundamente los deseos de Fausto, ya no esperaba el alboroto de la tripulación al descubrir en la distancia una posible víctima, por el contrario, disfrutaba cada día sin novedad y su única distracción agradable era escuchar las historias fabulosas de los marineros más viejos, que acompañados de ron, contaban sus aventuras pasadas repetidas veces y cada vez que las repetían eran más extraordinarias. Algunas hasta para Fausto resultaban increíbles, como la que más le gustaba oír, sobre una isla que hacía prisioneros a todos los que tuvieran la desgracia de arribar a sus playas, bajo el influjo de un sueño permanente y aunque la historia era fantástica, la relataban con tanta seriedad que hacía dudar a cualquier escéptico. Fuera de estas reuniones nocturnas los días eran desdichados, pero a pesar de su desencanto no desertó, continuando junto al Olonés hasta su final, tal vez el destino o el capricho de un anciano, tenía planeado que así fuese.

 

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