"El joven Fausto" Capítulo III


Fin del Olonés


Durante los dos años siguientes aterrorizaron las costas de Centroamérica, cometiendo robos, asaltos y asesinatos, hasta que un día el navío naufragó en un banco de arena. La tripulación se hallaba hambrienta y pese a todas las medidas (descarga de cañones y objetos de peso) el navío no consiguió volver a flote. Durante seis meses, con las pocas provisiones que podían obtener en su precario asentamiento, deben defenderse de los incesantes ataques de los indios. Varios de los hombres del Olonés murieron a causa de estos ataques, Fausto fue herido y estuvo a punto de fallecer, pero milagrosamente sobrevivió gracias al médico prisionero. Finalmente, consiguen mediante barcas planas, construidas por ellos con maderas del lugar y partes del barco encallado, llegar hasta la desembocadura del río San Juan, que le abre el camino hacia el lago Nicaragua. Pero una vez allí, los indios y los españoles les fuerzan a retroceder, solo quedaban 15 hombres en total, incluyendo a Fausto, por lo que debieron continuar con ayuda de las velas, recorriendo las costas del golfo de Darién. Habiendo bajado a tierra para encontrar víveres y agua potable, fueron sorprendidos por nativos pertenecientes a la tribu kuna, un grupo tribal e indígena de Panamá, que practicaban el canibalismo. Ante la inferioridad numérica y la sorpresa del ataque, los hombres del Olonés fueron capturados. Quizás el mismo destino que decidió que Fausto permaneciera junto al capitán, decidió también que fuera el único sobreviviente, ya que en la emboscada logra escapar y ocultarse, tal vez para poder relatar el triste fin del Olonés. Cuando los hombres fueron llevados por los Kuna, los siguió en un intento de poder rescatarlos, pero cuando llegaron a la aldea indígena, comprendió que no tendría ninguna oportunidad, inmediatamente comenzaron a torturarlos salvajemente y luego de "divertirse" un rato los asesinaron. Fausto observó como terminaron con la vida del Olonés, sufrió el martirio de ser troceado en vida antes de ser comido. Fue entonces que, después de salir de su horror, comprendió que debía alejarse lo máximo posible de ese lugar, por lo que comenzó a correr hasta que no tuvo más fuerzas, pero siguió caminando sin descanso. Luego de varios días llega a Portobelo y allí consigue embarcarse en un barco inglés que se dirigía a Jamaica, para luego continuar hacia la Île de la Tortue.



Cuando llegó a la isla, su primer objetivo fue ir a visitar al anciano herrero, que como de costumbre estaba trabajando en el yunque. Al acercarse y por primera vez, dedicó su completa atención a examinar la mirada del anciano, quien al reconocerlo le regala una sonrisa y extiende sus manos al tiempo que dice:

─ ¡Muchacho!!! tanto tiempo sin vernos ¿Cómo has estado?

─ Bien señor ─contesta sin dejar de observarlo fijamente.

─ Ven, siéntate, tenemos mucho que hablar ─el anciano percibe la inquietud de Fausto─ No me has visitado en las otras oportunidades que volviste a la isla y eso me preocupa, ¿hay alguna razón que desconozco?

─ En realidad si, la hay, y creo que es tiempo de conversar con usted. Primero quiero contarle que sucedió con el Olonés ─le relató con detalles lo vivido y la experiencia que había adquirido desde que se incorporó a la tripulación del capitán.

─ Bueno, ya sabías sobre la conducta del Olonés y su fama antes de embarcarte con él y eso no fue impedimento para que lo hicieras, ¿de qué te arrepientes ahora?

─ No es que me arrepienta, es simplemente que he aprendido cosas que antes ignoraba y honestamente, hoy probablemente mi decisión sería otra. La vida que soñaba como pirata no resultó lo que esperaba, no hay romanticismo ni alegría en esa vida, es todo un penar casi constante con solo instantes de celebración, la cual no debería ser tal considerando su causa, por sobrevivir triunfante de batallas nacidas por la avaricia o el odio, sin honor ni gloria alguna.

─ Comprendo querido Fausto, pero la vida es precisamente esto. Debes conocer para poder juzgar, de lo contrario, todo lo que pienses o desees es vano y fútil. La experiencia es la que te enriquece, que le da verdadero sentido a la vida, pero no te preocupes, volverás a equivocarte, eres muy joven aún y es necesario que así sea ─repentinamente cambió de tema─ Pero aún no salgo de mi asombro, vaya final para el capitán, lo que no pudo lograr el imperio español, lo hicieron unos salvajes, darle fin al O’lonés.

─ Fue horrendo, pero probablemente haya sido justo debido a su extrema crueldad, aún me sorprende el estar vivo, ser el único sobreviviente.

─ Si, mi amigo no era de las mejores personas ─sonrió.

─ Cuando conocí al capitán, me dijo que le conocía desde hacía mucho tiempo y que su nombre era Mefistófeles.

─ Es cierto, ese es mi nombre y conocí al capitán cuando este era un joven como tú.

─ Pero no entiendo, él me dijo que usted ya era anciano cuando lo conoció ¿qué edad tiene usted ahora?

─ Mi edad es incalculable querido muchacho, pero esa es otra historia que algún día te contaré, porque pienso seguir por mucho tiempo más en este mundo ─rio con ganas.

─ Estoy algo confundido, debo admitir, ya que recuerdo que también dijo algo como "ese maldito viejo, de noble a herrero", ¿qué significa eso?

─ Ja, ja, ja, es que cuando me conoció era noble, pero he sido muchas cosas en mi larga vida, pero deja de preocuparte por ello, como ya te he dicho en el futuro lo entenderás. Yo estaré siempre cerca de ti y en el momento adecuado hablaremos, pero hoy no es ese momento, debes vivir muchas cosas aún y nuevas aventuras te esperan, por lo que debes partir hacia ellas. Fausto temió seguir interrogándolo, por instantes creía que se trataba de delirios de un anciano y por otros, sospechaba que había algo más que un delirio senil o una exclamación de deseo. Al mirarlo a los ojos descubrió algo inquietante, perturbador, que no había observado antes, por lo que decidió marcharse obedeciendo al anciano y hacer caso omiso a sus interrogantes. A pesar de sus dudas no podía dejar de apreciar al herrero, lo había ayudado muchas veces y le agradaba su compañía, sobre todo al recordar cuando le relataba las historias de piratas, que hoy le parecían fantasías para niños, gracias a la experiencia vivida. Se dirigió entonces a la casa del gobernador para informarle sobre el fin del Olonés y solicitarle su parte del botín, que había dejado a su resguardo en sus años de piratería junto al capitán, quien le había aconsejado hacer esto para no dilapidar, como lo hacían sus hombres, su parte. El actual gobernador Bertrand d’Ogeron lamentó la noticia y le entregó la pequeña fortuna que le correspondía. Fausto confiaba en el gobernador, pero prefirió, probablemente debido a la muerte del Olonés, esconder su botín en algún lugar donde solo él podría buscarlo.



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