Un largo viaje
Fausto sentía la necesidad de viajar, de cumplir en parte con sus originales deseos, pero de una forma distinta, ya no con la fantasía del pirata, pero sí con su inagotable ansia de aventura aún no satisfecha. No sabía con exactitud donde dirigirse, solo sabía que debía tomar algún rumbo hacia un destino incierto, desconocido y el mar era el camino que lo llevaría hasta él.
Los días siguientes pasaron sin prisa, el desaliento era el común denominador y la inquietud su más elevada expresión. En la isla todo parecía detenido en el tiempo y el único verdadero interrogante permanecía inmóvil, pero expectante en la herrería. Fausto intuía que la relación con Mefisto estaba incompleta y al mismo tiempo temía averiguar más, debía esforzarse para no ir a su encuentro, su precaución era mayor a su curiosidad, por lo que no volvió a pasar cerca de la herrería. Luego de días sin sentido, comprendió que debía buscar una nueva salida, por lo que se embarcó hacia Jamaica, creyendo que desde otro punto de partida podría encontrar su destino.
En la mañana del 14 de marzo de 1672, el joven capitán William Kidd está dispuesto a partir junto a Fausto, quien había comenzado una buena relación con el capitán, probablemente, por su pasada experiencia como pirata, la cual Fausto le había confesado y que le brindaba cierto conocimiento para evitar ser presa de la piratería que amenazaba su travesía. Si bien Fausto solo fue pirata durante unos tres años, el hecho de estar bajo la tutela del Olonés, le otorgaba un prestigio relativamente importante sobre los métodos que los piratas utilizaban para lograr éxito en sus andanzas y para la inexperiencia del capitán, era un conocimiento verdaderamente valioso.
El viaje comenzó sin inconvenientes y su primer tramo hasta Lisboa fue tranquilo, gracias al buen tiempo que gozaron en la mayor parte del trayecto. Una vez en Lisboa, mientras el capitán estaba abocado a sus negocios, Fausto aprovechó para conocer la capital, tenían programado permanecer una semana antes de partir hacia África y no quería desperdiciar la oportunidad por banales intercambios comerciales. Lamentablemente, para Fausto Lisboa era un conglomerado de casas de tres a cinco pisos, de los cuales el bajo se utilizaba como tienda y los últimos como almacenes para comerciantes, por lo que nada resultaba interesante fuera de la actividad comercial en una población de casi 100.000 almas. El reino de Portugal estaba regentado por Pedro II, ya que su hermano, el rey Alfonso IV, presentaba signos de demencia. Era una época dorada para Portugal debido a su ubicación, ya que el puerto natural que creaba el estuario del río Tajo lo convirtió en punto adecuado para el comercio europeo con el lejano oriente, África y América, además de contar con su principal colonia Brasil, que le ofrecía gran cantidad de productos y oro, la inmigración voluntaria desde Europa y el comercio de esclavos de África aumentó la población de Brasil inmensamente. Al margen de esto, para Fausto fue una semana interminable, hasta que por fin llegó el día de partir hacia África, más precisamente al golfo de Guinea, para continuar con el comercio triangular.
desviarse de su ruta original, que consistía en bordear las costas africanas, esta desviación los internó en el océano Atlántico, donde las condiciones se volvieron extremas. Una terrible tormenta continuó al mal tiempo reinante, las olas producidas por el viento hacían creer que podían hundir al barco en cualquier momento y este se encontraba a merced de la naturaleza, ya que el timón era insuficiente para controlar la dirección deseada y el velamen tuvo que ser arriado para impedir que el fuerte viento lo destroce junto a los mástiles. Fausto nunca había vivido, en sus pocos años de marino, una tormenta semejante y esto se reflejaba en su rostro, el cual no difería demasiado al de los marineros más expertos, quienes conocían las posibles consecuencias de una tormenta como la que tenían encima. Varios marineros fueron arrojados por el oleaje al mar, por lo que los que permanecían en cubierta se ataron a alguna parte firme del barco, mientras el timonel, quien estaba atado al timón, hacía lo posible por mantener al barco a barlovento, para enfrentar con la proa al viento y marejada. El inconveniente mayor es que al navegar a palo seco o a la Bretona, al no portar un mínimo de velas, no tenían arrancada suficiente para tomar las olas como corresponde, hasta que inevitablemente, el barco quedó atravesado al tren de las olas y una enorme le dio la vuelta campana. En ese momento Fausto se encontraba junto al capitán en el camarote de este y la sacudida y posterior vuelta los arrojo por los aires. Cuando tomaron conciencia de la situación su mundo estaba invertido, el agua penetraba rápidamente y solo quedaba una burbuja de aire en el piso, ahora techo del camarote. Ambos se encontraron en ese pequeño espacio y Fausto le grito al capitán que debían salir urgente de ahí, nadaron hasta poder salir del camarote y del mismo barco, del que solo quedaba fuera del agua su línea de flotación. A pesar de estar a poca distancia uno del otro, era difícil comunicarse debido al ruido producido por la tormenta, un trozo de madera de gran tamaño aparece junto a ellos, era el mástil que había sido arrancado del barco. Con todas sus fuerzas, Fausto le grita al capitán que se aferre al mástil e intente atarse con las cuerdas del mismo que volaban en todas direcciones, así lo hicieron y permanecieron varias horas hasta que la tormenta amainó.
Ambos estaban agotados y la oscuridad aún no les permitía ver casi nada, por lo que solo cruzaron pocas palabras para saber el estado de cada uno y aguardaron en silencio el alba.
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