"El joven Fausto" Capítulo VII




El retorno a La Tortuga

Con la solución a su prioridad, los jóvenes buscaron hacer lo más corto posible el tiempo de espera y para ello fueron a conocer un poco más la ciudad. Fausto no estaba muy seducido con repetir su aburrida incursión anterior a Lisboa, pero no tenía ninguna otra opción, en cambio William estaba más entusiasta y pronto Fausto comprendería el por qué. Cuando William tomó las riendas del recorrido por Lisboa, daba la sensación de saber perfectamente donde dirigirse, luego de caminar por unos minutos, se detuvo frente a una casa que en apariencia no se diferenciaba de las demás, parecía otro lugar de compras tan común en la ciudad, pero al entrar, Fausto comprendió que los “negocios” que allí se realizaban, poco tenían que ver con el intercambio comercial tradicional. El interior era una taberna, donde evidentemente se podía comer y beber, la particularidad es que era atendida por señoritas muy bellas (dignas representantes de Afrodita) y con escasas prendas, solo una bata o túnica muy aligerada, ya que no cubría desde el cuello, por el contrario presentaban un escote extremadamente pronunciado, con tajos a los costados que permitían observar el contorno de las piernas en su totalidad. Se instalaron en una de las mesas y rápidamente una de las señoritas se aproximó para atenderlos, como no era aún el mediodía, Fausto eligió tomar algo de ron, pero William le aconseja probar una bebida originaria y muy popular del lugar, un vinho do Porto, a lo que por curiosidad Fausto acepta. La nueva bebida, para Fausto, causó una muy agradable experiencia en su paladar y pronto solicitó otra, a pesar de sus cortas edades, estos jóvenes estaban bien habituados a las bebidas alcohólicas, pero en el caso de Fausto, este jamás había bebido un vino de estas características (fortificado). Cuando Fausto solicita su tercer jarra, William le recomienda tener cuidado, ya que la suavidad de esta bebida permitía beber más de lo acostumbrado y sus efectos eran tan o más fuertes, pero para ese entonces, Fausto gozaba de una borrachera que anulaba su típica conducta y un estado de exagerada alegría se adueñó de su espíritu. La conversación se transformó en incoherente, aunque William mantenía su cordura, aún permanecía con su primer jarra de vino, a diferencia de Fausto que había terminado la tercera. William llama a una de las señoritas y le susurra algo al oído, esta sonríe y con una seña llama a otra, que de inmediato se arrima a Fausto y lo toma de la mano, arrastrándolo prácticamente hacia un piso superior, al tiempo que William y la otra señorita los siguen, una vez en el primer piso, cada pareja ingresa a un cuarto distinto y permanecen allí por la siguiente hora. Cuando William sale del cuarto se dirige al de Fausto y lo encuentra tendido en la cama totalmente dormido, la señorita que lo acompañaba estaba sentada a un costado y con gesto de desencanto se retiró. Tienee que esforzarse para lograr despertarlo y luego de varios sacudones obtiene un precario resultado, al poder hacerle abrir los ojos lo sopapea hasta tener su atención.

─Amigo, creo que no has aprovechado adecuadamente la ocasión ─ríe al tiempo que lo sujeta por los hombros.
─¿Qué sucede, desde cuándo estoy aquí?
─Pues hace solo una hora y creo que no ha sido suficiente para ti ─le informa con tono burlón.
─Es que...creo haber llegado con una hermosa mujer, ¿dónde esta?
─Acaba de marcharse y me pareció que no muy satisfecha.
─Siento como si me estuviesen golpeando la cabeza.
─No te preocupes, es normal, has bebido demasiado rápido una buena cantidad.
─Uf, no recuerdo con claridad, pero si, esa bebida es más fuerte de lo que parecía, debiste prevenirme ─le reprocha a su amigo.
─Pero lo hice, aunque creo que algo tarde, pero no me culpes ¿o no eres lo suficientemente grande para hacerte cargo de tus actos? ─le responde socarrón.
─Vaya amigo resultas.
─Amigo si, pero no padre, ahora si quieres que me comporte como tal, arriba que es hora de comer algo, pero tú beberás solo agua.
─Tampoco te tomes atribuciones, recuerda que te he salvado la vida, miserable ─recuperando algo de lucidez.
─Bajemos ya hombre, me estás aburriendo.

Volvieron a la planta baja y ordenaron algo para comer, los atiende la joven que había estado con Fausto, que sonriendo le acaricia el rostro con gesto maternal.

─Vaya, vaya, parece que has despertado el interés de esta mujer ─comenta William ni bien la joven se aleja.
─Dadme un poco de tiempo y dejaré en buen lugar mi hombría.
─Ahora solo piensa en comer, ya tendrás otra oportunidad para intentarlo ─se burla.
─Verás como esta belleza se enamora de mí, puedo ser un buen amante.
─Seguro hombre, seguro, ja, ja, ja, sobre todo después de la experiencia obtenida en la isla, ja, ja.
─Ahora que me la recuerdas, te aseguro que se me hace difícil separar lo real de lo soñado, en realidad mis recuerdos son como verdaderos ¿te sucede lo mismo?
─Ni decirlo, aún siento esos doblones en mis manos y a la mujer que estaba allí.
─Es increíble, yo hasta creo recordar los sabores de los alimentos que nos traía y el placer que me brindaba esa joven, lo que no comprendo como puedo recordar algo que desconozco, realmente no lo entiendo.
─Amigo, eso quedará dentro del misterio que esa isla encierra y celebremos el hecho de poder estar hablando de eso.
─Tienes razón, de todos modos aprovecharé la experiencia que me brindó con esta mujer ─rió con placer.

Terminaron de comer y estuvieron un largo rato charlando, recordando las cosas vividas y especulando con lo que pensaban hacer cuando lleguen a América, hasta que, como era de esperar, Fausto llama a la joven y se retira hacia el primer piso, mientras le dice a William.

─Tú has lo que te parezca, yo tengo una deuda pendiente que pienso saldar, nos vemos luego.
─Como quieras amigo, yo no tengo deudas, por lo que estaré aquí esperándote.

Luego de una hora vuelve Fausto con rostro triunfante, junto a él la joven mujer con apariencia de muy complacida, cosa que hacía engrandecer aún más a Fausto. Era tan evidente el orgullo que se apoderaba de él, que hasta había variado su forma de caminar, pisaba con más firmeza y su pecho parecía querer escapar de su cuerpo, como quien respira profundamente para sumergirse en el agua y permanecer lo máximo posible debajo de ella. William lo observa hasta con curiosidad, algo sorprendido por la actitud de Fausto.

─Bueno, parece que has saldado tu deuda ─continua con su tono burlón.
─Puedes decir lo que quieras, pero eso no cambiará nada, he conocido el paraíso.
─Entonces Adán, ¿podemos marcharnos ya?
─Cuando tú quieras, ahora comprendo por qué estabas tan entusiasmado por “recorrer” Lisboa. Ahora dime, ¿como sabías de este lugar?
─Simple, lo conocí la semana que pasamos antes de partir, cuando buscaba lugares para negociar.
─Maldición, yo pronto me aburrí y solo esperé a que esa semana pasara.
─Conformate, podemos volver antes de partir ─volvieron al día siguiente y permanecieron hasta el anochecer, luego retornaron a la posada.

Cuando amanecía se encontraban frente al barco del capitán, quien al observarlos los invitó a subir y apenas lo hicieron, los marineros comenzaron a soltar las amarras para partir. El océano estaba tranquilo y el viento era propicio, por lo que pronto se perdió en el horizonte el puerto de Lisboa y solo el mar los rodeaba. De mantenerse estas condiciones su arribo a las costas africanas se daría en tres días y con suerte en aproximadamente un mes estarían cerca de las costas americanas, pero esto nunca se podía calcular con exactitud, ya que dependía de varios factores, fundamentalmente climáticos y de las paradas para aprovisionarse que debieran realizar, por lógica el mayor tiempo lo demandaría el salto del Atlántico que de ser bueno les llevaría un mes, pero no sería extraño que el viaje durase tres o cuatro meses, todo dependiendo de las refacciones que tuviesen que hacerle al barco en cada parada. La primer parada programada era en la región de Sene-Gambia, donde el capitán tenía uno de sus “contactos” para intercambiar sus baratijas y armas por esclavos. Según nos informó, la intención era conseguir 150 esclavos y recorrería la ruta de Guinea hasta llegar a esa cantidad.

Fausto conocía lo suficiente sobre le tráfico de esclavos negros africanos, como para detestar esta forma de obtener mano de obra buena y barata, para los trabajos en las colonias de América, pero como ya se le tornaba una costumbre, una cosa era tener la información y otra experimentarla. El tráfico de esclavos comenzó cuando los países colonizadores comprobaron que los esclavos nativos de sus colonias no tenían las condiciones físicas para los duros trabajos que se les imponía y que los negros africanos estaban mejor dotados para estos. Los españoles fueron los primeros europeos en utilizar esclavos africanos en el Nuevo Mundo en islas como Cuba y La Española, pero el aumento de la penetración en América por los portugueses creó una mayor demanda de fuerza de trabajo en Brasil, principalmente para cosechar y trabajar en las minas. Las economías basadas en la fuerza laboral de los esclavos rápidamente se expandieron al Caribe y a la franja sureña de lo que se conoce actualmente como Estados Unidos, donde los comerciantes holandeses llevaron los primeros esclavos africanos en 1619. Estas áreas desarrollaron una demanda insaciable de esclavos. A medida que las naciones europeas se hacían más poderosas, especialmente Portugal, España, Francia, Gran Bretaña y Holanda, comenzaron a luchar por el control del comercio de esclavos africanos. En estos tiempos el tráfico de esclavos era un negocio bien rentable y moralmente aceptado como lo más natural, pero Fausto odiaba la esclavitud, su espíritu libre y aventurero, lejos estaba de aprobar tal sometimiento, pero poco o nada importaban sus ideas y debía resignarse a las reglas de juego impuestas. En un reciente establecimiento francés que pronto sería Saint-Louis, recogieron 50 esclavos y como estaba programado, continuaron por las costas de Guinea realizando varias paradas, hasta terminar en San Jorge de la Mina, donde lograron llegar a la cantidad deseada de esclavos y luego de re aprovisionarse iniciaron el viaje hacia América.



El viaje fue bastante agradable, si consideramos que viajar en estos tiempos no era muy placentero, pero el hecho de no sufrir ningún inconveniente grave era motivo suficiente para verlo así. Durante los 35 días que navegaron cruzando el océano, el tiempo se dilataba haciendo las horas interminables, solo las conversaciones con el capitán hacían una interrupción en la monotonía de los días, por lo que comprendieron el interés de este en llevarlos de tan buena gana. El capitán no gozaba de una cultura amplia y demostraba cierto placer en conversar con los jóvenes de temas que escaparan a la rutina de un barco negrero. Fausto le había solicitado permiso para supervisar las condiciones de los esclavos y el capitán aceptó muy conforme de que cuidaran de su mercancía, era la única forma en que Fausto hacia menos terrible su sensación de impotencia ante esta miserable comercialización, pero, a pesar de sus esfuerzos, varios fallecieron debido a las pésimas condiciones en que eran transportados, hacinados y mal alimentados.

El 12 de mayo de 1672 llegaron a la isla de Puerto Rico, precisamente al puerto de San Juan, donde hicieron una parada de solo 6 horas. La isla era propiedad del reino español, controlada por la Casa de Contratación en Sevilla, que regularizaba el intercambio comercial lícito, pero este comercio estaba muy disminuido debido a los impuestos que debían pagarse y que encarecían las mercancías significativamente, obligando a los habitantes de Puerto Rico a recurrir a otro tipo de intercambio para satisfacer sus necesidades, por lo que era común el contrabando con barcos de distintas banderas, (francesa, inglesa y holandesa). Esto explicaba por qué el capitán había cambiado la bandera portuguesa por la inglesa en su barco y lo breve de su parada, donde negoció la venta de 30 esclavos y se aprovisionó para continuar viaje al destino final, Nueva York. En realidad se conocía más por el nombre de Nueva Ámsterdam, ya que había sido un asentamiento fortificado neerlandés por casi 40 años, luego que Pierre Minuit había “comprado” la isla de Manhattan a los indios lenapes, por 60 florines de mercancías, un equivalente a 25 dólares, pero había sido rebautizada cuando los ingleses la conquistaron en 1664, en la Segunda Guerra Anglo-Neerlandesa, en honor del duque de York, hermano del rey Carlos II de Inglaterra. El capitán era amante de conocer nuevos lugares y estaba fascinado con llegar a Nueva Ámsterdam, por lo que había comprado un mapa de esta ciudad, hecho por el francés Gerard Jollain, pagando una importante suma por este. Lo curioso es que luego descubriría que no correspondía a tal ciudad, que en realidad era el mapa de la ciudad de Lisboa, ligeramente retocado para darle credibilidad y por eso tuvo en sus manos uno de los fraudes más grandes en la historia de la cartografía.

Los jóvenes le informaron al capitán que su destino era la isla La Tortuga y si bien solo se encontraba a menos de 400 Km., estaba en sentido Oeste y la ruta del capitán era hacia el Noroeste, por lo que le pidieron que los dejara en la costa de La Española. Una vez más el capitán deja ver su extraña gentileza y decide llevarlos directamente a La Tortuga, argumentando que no conocía la famosa isla y que solo lo demoraría un día, gracias a esto Fausto y William, en el atardecer del 14 de mayo estaban pisando los muelles de la isla.

Sin demorarse ni un minuto, Fausto se dirige a su escondite, que en realidad era el lugar donde habitaba desde niño en la isla, una precaria choza donde había sepultado su botín. Al llegar encuentra que ya poco quedaba de su morada, pero luego de cavar un tiempo encuentra lo que estaba buscando, un cofre lleno de piezas de oro y plata, ante tal visión William queda perplejo.

─Pero Fausto, esto es una fortuna!!!
─Es solo una pequeña parte del botín que supo hacer el Olonés ─responde Fausto complacido.
─Es mucho más de lo que esperaba ─acota William sin salir de su asombro.
─Debemos ser cuidadosos, no quisiera que este fuese el motivo de nuestro fin.
─Seguro, cualquiera nos mataría para quedárselo, pero sinceramente no te entiendo, ¿teniendo todo esto arriesgaste tu vida en una aventura que solo se justificaba por la necesidad?
─Amigo, el dinero no es la única necesidad que tenemos en la vida y mucho menos cuando ya lo tienes.
─Yo te aseguro que con una fortuna como esta, difícilmente tendría una necesidad que no pudiera comprar, ja, ja, ja.
─No lo creas ni por un segundo, estarías en un grave error.

Había llegado el momento de decidir que hacer de aquí en más, pero los jóvenes no tenían los mismos planes. William deseaba hacerse de una fortuna y Fausto seguir con su vida de aventurero, esto hacía que si querían permanecer juntos debían encontrar algo que satisficiese a ambos. La elección no era fácil, casi toda América se encontraba en permanente conflicto, si no era entre las potencias colonizadoras, lo era contra la piratería y también contra los aborígenes de cada región. Esto hacía bastante complicado decidir cuál lugar sería el más propicio para aventurarse y poder hacerse de alguna riqueza. En un principio habían pensado en la ciudad de Panamá, pero esta había sido destruida por completo, a principios del ‘71, por el pirata Henry Morgan y en agosto un violento terremoto (de San Bartolomé), había dejado en ruinas a San Salvador, que era otra posible opción, hasta que Fausto recuerda una breve conversación con uno de los marineros, quien le había hablado de una pequeña ciudad al sur del Brasil, llamada La Trinidad. Le comentó que era un buen lugar para alguien que quisiera iniciar su propio negocio, ya que si bien se encontraba bajo el dominio de España y bajo el control del Virreinato del Perú, la gran distancia hasta Lima hacía que estuviese descuidada por la corona y sus pocos habitantes practicaban el contrabando, (fundamentalmente con el Brasil) para subsistir. Lo más interesante es que, según este marino, sus praderas estaban llenas de rebaños (vaquerías) de bovinos que vagaban sin dueño por los campos y con la necesidad en Europa de cueros, era una interesante oportunidad. Fausto le comenta esto a William y este ante la posibilidad de hacer buen negocio, acepta de inmediato la propuesta, aparentemente este era el destino que le daría a ambos lo que deseaban, ahora el problema era llegar a esas tierras lejanas.





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