"El joven Fausto" Capítulo XI


Mefistófeles



Luego del funeral de Elízabeth, Fausto volvió a su encierro y sus libros, nada en este mundo le interesaba ya, pero sus libros eran sus únicos compañeros y con ellos decidió pasar el resto de su vida. Cuando su fortuna comenzó a disminuir, se dispuso a dar clases en varias materias a niños y jóvenes de familias adineradas, a pesar de su casi nula comunicación con el mundo exterior, creció su fama de hombre sabio sumergido en el conocimiento y poco a poco, sus servicios eran más requeridos. Este trabajo que había adoptado por necesidad económica, le fue restando soledad, encontró en sus estudiantes un motivo para vivir, para dar sentido nuevamente a su propia vida, para que todo lo que había vivido y aprendido, no se perdiera con su muerte, que sería un final mezquino y absurdo. Lentamente pasaron los años y luego las décadas, tan lentamente como el espíritu de Fausto se iba incorporando al mundo, que de todos modos le seguía resultando vacío sin Elízabeth, jamás dejó de pensar en ella, a pesar de su ya casi ancianidad y su larga barba blanca, permanecía aún en su pecho el dolor por su amor truncado.

Una tarde, caminando lentamente, regresando de dar clases a uno de sus alumnos, tiene una visión que creía haber olvidado, pero la similitud del vago recuerdo que tenía lo dejó petrificado. A pocos metros y tal como lo recordaba, divisa a Mefisto, en primera instancia tiende a dudar de lo que está viendo, era imposible que la apariencia de este fuera la misma. Calculó que debería tener más de cien años ya y que lo lógico era que fuese alguien parecido al recuerdo que tenía de él, pero, precisamente, cuando estaba descartando la posibilidad de estar observando a Mefisto, este abre sus brazos y le grita: “Fausto, que alegría volver a verte”. Tardó unos segundos en recomponerse, la combinación de emociones lo aturdía, por un lado no podía comprender que se mantuviese casi igual a como lo recordaba y por otro, toda su vida paso frente a sus ojos en un instante. Cuando pudo recuperarse se acercó vacilante a los brazos de Mefisto y recibe un fuerte y afectivo abrazo.

─ Querido Fausto, hace tiempo que deseaba verte.
─ Mefisto, ¿cómo es posible? ─pregunta estando aún confundido.
─ ¿A qué te refieres precisamente?
─ Bueno, primero, verlo aquí después de tantos años, segundo, por su aspecto y tercero, ¿cómo me ha reconocido?
─ A ver, responderé lo primero, hace mucho que quería visitarte, pero mis compromisos lo hicieron imposible, por lo que he de disculparme, pero te aseguro que deseaba hacerlo; lo segundo te lo explicaré luego y por lo tercero, debes saber que veo más que la simple apariencia de las personas, jamás podría confundirme.
─ Que algo le resulte “imposible”, me parece poco creíble y si he de ser honesto, creo que he perdido mi capacidad de asombro tratándose de usted.
─ Ja, ja, ja, veo que no has perdido tu ironía, pero si, tengo mis limitaciones.
─ Creo, y supongo que estará de acuerdo, que ya es tiempo que me explique algunas cosas.
─ Bien, si, ya es tiempo, prometo explicarte todo lo que quieras saber, pero si no te parece mal, ¿podríamos hacerlo en otro lugar y no aquí en la calle?
─ Por supuesto, discúlpeme, podemos ir a mi cuarto, es pequeño, pero podremos conversar con tranquilidad, acompáñeme por favor.

Juntos caminaron hacia el refugio de Fausto, mientras lo hacían iba pensando cómo comenzar su interrogatorio. Había pasado tanto tiempo, que lo que en otros momentos le desesperaba averiguar, hoy solo eran intrigas olvidadas, casi como su aventura en la isla del sueño, el tiempo todo lo cambia y principalmente los deseos, aquellas cosas que en la juventud parecen primordiales, con el devenir de los años pierden su interés o por lo menos se apaciguan. De todos modos, el hecho de estar con Mefisto, hacía que volviesen las viejas preguntas, las olvidadas, las inexplicables que había vivido junto a este extraño ser.

Cuando ingresaron en el cuarto, Mefisto se detiene a observar la gran cantidad de libros que había en la habitación. A simple vista se podía deducir que el morador era algo desordenado, ya que los libros estaban desparramados por todos lados, formando pilas casuales sobre cualquier superficie plana o en el piso y acumulados en improvisados estantes en las paredes, los pocos muebles también estaban cubiertos por libros y luego de una ligera inspección, se descubría que salvo unas hojas en blanco, un tintero, una pluma y una lámpara, eran los únicos elementos que se percibían.

─ Por lo que puedo observar, haz leído bastante ─le comenta Mefisto con cierta ironía.
─ He dedicado casi toda mi vida a obtener conocimientos.
─ ¿Y cuál es el fin de obtener esos conocimientos?
─ En realidad no estoy muy seguro de su génesis, podría decir que he buscado respuestas donde creo pueden estar.
─ ¿Pero qué respuestas haz buscado?
─ Las que considero más importantes, por ejemplo saber por qué estamos aquí.
─ Ja, ja, ja, el sentido de la vida, ¿es eso lo que haz querido descubrir? ─Mefisto parece burlarse.
─ Probablemente, creo que debe haber una razón.
─ Disculpa que me ría, pero siempre me causa gracia hablar de este tema.
─ Honestamente no encuentro la gracia, el hombre se pregunta esto desde que comenzó a pensar.
─ Claro que si, el hombre se pregunta esto y generalmente busca la respuesta en las religiones.
─ He estudiado algo de teología, pero solo para poder entender, no creo en Dios.
─ ¿Por qué no crees, como casi todos los demás, en un dios?
─ En principio, me resulta una respuesta simple y muy humana para preguntas demasiado complejas y eso me hace pensar que los dioses son creados por los hombres para poder dar luz donde reina la oscuridad, en el mejor de los casos.
─ ¿Qué significa, en el mejor de los casos?
─ Significa que si analizamos lo que los dioses le han dado al hombre, en lugar de luz, nos han sepultado en una profunda oscuridad y eso confirma que no existen tales dioses, solo son producto del humano y utilizados a su conveniencia, difícilmente sería las cosas como lo son, si Dios hubiese creado al hombre y a todo lo existente.
─ Déjame entender, ¿tú supones que puedes pensar como serían las cosas si un dios las hubiese creado?, suena algo jactancioso.
─ No es mi intención decir eso, no sé cómo serían las cosas, pero seguramente no serían tan atroces, tan salvajes en toda su creación y no me refiero solamente al hombre, la naturaleza es despiadada, brutal y no creo que podamos culparla por sus acciones. Al único que culpamos por su maldad es al hombre, pero ¿qué hay con el resto? La única diferencia que hay entre el hombre y los otros seres vivos es su inteligencia, el poder discernir entre el bien y el mal, gracias al razonamiento, por esto decimos que Dios nos creó a imagen y semejanza, pero parece que queremos obviar que también creo todo lo demás. No, no puedo aceptar que un “ser divino”, todopoderoso, sea responsable por todo lo que conozco, salvo que difiera muchísimo del que muchos idolatran, me resultaría más creíble que un ser superior, pero extremadamente perverso, fuera el creador, dados los resultados. Cómo creer que un ser absolutamente perfecto, creo a su imagen a uno tan imperfecto, es absurdo.
─ Bueno, he de aceptar que el punto es interesante, lo que me preocupa es saber si estas ideas han surgido en ti por alguna razón en particular, que más que un razonamiento, sean el producto de una decepción.
─ El único ser que me podría decepcionar soy yo mismo, porque de todos los demás sé que puedo esperar todo tipo de actitudes, las mejores y las peores, está dentro de la naturaleza humana. Ahora, sobre mí mismo sería otra cosa, porque conozco mis debilidades y fortalezas, mis virtudes y defectos, por lo tanto, cualquier acción que realice responderá a mi propia naturaleza, la única conocida por mí y si bien una reacción podría sorprenderme, solo sería eso, una sorpresa, pero nunca haría lo que interiormente no podría o querría hacer, que no respondiese con mi propio ser. Solo sería justificar mi maldad engañosamente, ocultar lo que profundamente existe en mi interior, un disfraz que intentara confundirme, pretendiendo estar por sobre mí y más allá de mí, honestamente no caería en esa falacia, prefiero dolorosamente reconocer la verdad y comprenderme, a lucir un maquillaje que solo en el espejo pueda ver, creado exclusivamente por y para mí.
─ Querido Fausto, discúlpame por estar jugando un poco contigo, debido a que sé lo que piensas, pero me causa placer oírlo de tus labios.
─ Ahora creo que quiere hacerme caer en la torpeza de preguntarle cómo sabe lo que pienso y si eso también le causa placer, no tengo inconvenientes.
─ No hace falta, te explicaré lo mejor posible, aunque te advierto que es demasiado complicado, hay momentos que preferiría mentirte y decirte cosas que serían más simples de creer para ti, más acordes con tu mundo, pero no mereces eso, eres uno de los pocos en este mundo al cual me puedo presentar como lo que soy.



El cuarto parecía haberse encapsulado en un silencio expectante, Mefisto observa la única silla que había junto a la pequeña mesa y lo invita a Fausto sentarse, quien obedece avergonzado.

─ No os preocupéis, yo no la necesito ─Mefisto se acerca, apoya su mano en un extremo de la mesa y se sienta en el aire─ Considera esto como un principio de explicación.
─ Estáis flotando en el aire ─balbuce Fausto atemorizado─ tú no eres un hombre.
─ Efectivamente, no lo soy.
─ ¿Y qué es entonces?
─ Soy otro tipo de ser, uno distinto al hombre, uno que se puede representar como desee y en este caso, lo que tú vez, es la representación que he elegido para ti.
─ ¿Pero cómo es posible eso?
─ Parece muy raro, pero en realidad no lo es tanto, claro que entendiendo el principio de todo, el cual ya anticipé es complicado para tu especie. Vosotros, los humanos, sois muy jóvenes, no han evolucionado lo suficiente para poder comprender algunas cosas, pero no te aflijas, algún día lo harán, aunque les falta muchísimo para ello.

Fausto queda perplejo, no puede dar crédito a lo que está viendo y oyendo, por un instante cae en la tentación de creer que estaba equivocado y que probablemente esta fuera la prueba. ¿Existen los seres divinos, llámense dioses o demonios?, su lógica le dice que no, pero cómo interpretar lo que estaba viviendo, Mefisto lo observa piadosamente y continúa.

─ Sé lo que estáis pensando, como de costumbre, y es aceptable. En tu mundo y muy a pesar de tu escepticismo, lo más normal para aquello que resulta inexplicable es relacionarlo con sus creencias, lo divino y lo diabólico, Dios y el diablo, el bien y el mal, la luz y la oscuridad, pero te aseguro querido Fausto que nada de eso es real, la realidad es mucho más compleja, como bien has dicho tu mismo. La realidad no se termina en este mundo ni comienza en él, la realidad se puede presentar tan irreal, que es necesaria la fantasía para poder darle comprensión.
─ Pero si no es un dios, ni un demonio ¿Qué es?
─ Ya lo he dicho, soy otro ser, simplemente eso, un ser más antiguo, mucho más viejo de lo que podéis imaginar.
─ ¿Es eterno entonces?
─ No, de ninguna manera, no existe lo eterno, nada es eterno, ni siquiera el universo lo es, aunque puede parecerlo en la comparación. Imagina por un segundo que eres una abeja obrera dotada de inteligencia y puedes conversar con un humano, el poder del humano te parecería grandioso y su vida, comparada con la tuya, podrías considerarla eterna, ya que cientos de tus generaciones morirían y el humano seguirá vivo.
─ ¿Pero compararme con una abeja no es demasiado exagerado?
─ En verdad no, no lo es, suponiendo que la abeja sea lo suficientemente inteligente.
─ ¿Me está diciendo que entre usted y yo existe una distancia como entre una abeja y yo?
─ Aproximadamente.
─ Habiendo esa diferencia, ¿por qué estaba usted trabajando en una herrería, cuando lo conocí?
─ Ja, ja, ja, es que de alguna forma me debía presentar ante ti y además, me resulta divertido interpretar papeles de hombres, he sido muchos y muy distintos, de todo tipo podría decir.
─ Entonces usted a jugado conmigo desde el primer día.
─ No lo toméis así, no he estado jugando, lo correcto sería decir “estudiando”.
─ ¿Estudiando? ¿Qué puede haber de interesante en estudiarme a mí?
─ Esa es una de mis tareas, “compromisos”, que debo cumplir y en tu caso en particular, te elegí por tus condiciones naturales. Tú no puedes comprender cual es la diferencia y para ti no tiene ninguna importancia saberlo, el motivo solo es importante para mí.
─ ¿Pero debe haber algo que me pueda decir y que yo pueda comprender?
─ Si es tan importante para ti, te daré el gusto. Tú tienes el deseo por resolver todo bajo tu propio conocimiento, por eso has estudiado tanto. Tienes un intelecto inquisitivo y un gran orgullo, cosas que te motivan para lograrlo, otros pueden verlo como algo vanidoso y soberbio, pero yo no lo considero así, al contrario, para mí son tus virtudes. También existe otra razón y tal vez la más importante y es que a través del tiempo, he esparcido miles de mis “semillas” en este mundo y tú eres una de ellas.
─ ¿Usted tiene algo que ver con mi existencia? ─interroga Fausto sorprendido.
─ Se podría decir que algo más que algo, ¿o por qué creéis que nada recuerdas de tus padres?
─ Pero por Dios y recién hoy me confiesa esto, ¿tuvo que esperar toda mi vida para decirlo?, ¿por qué?
─ Precisamente por ello, teníais que vivir tu propia vida, es una de las “condiciones” que debo acatar, aunque tengo mis licencias que me permiten participar de alguna forma, como habéis podido comprobar.
─ Por lo que me dice, deduzco que me ha llegado la hora y por eso está aquí.
─ Ahora me estáis comparando como lo que llaman Parcas o con la misma muerte, a quien le dan identidad. Es interesante el egocentrismo de los humanos, se adjudican una posición relevante hasta en su propia finitud, considerando que tienen algo, verdaderamente, valioso y que tanto Dios, como el diablo desean obtenerla, vuestra alma. Vaya sobrevaloración la vuestra ─Mefisto ríe a carcajadas.
─ Honestamente quiero creer que tenemos un alma, no por lo que se refiere, sino para que podamos manifestarnos dentro de una moralidad, una ética que nos diferencie.
─ No podéis apartaos de la necesidad de diferenciarse con el resto de los seres vivos y hasta entre ustedes mismos, muy humano, ja, ja, bueno, debo partir hijo mío, pero antes quiero ofrecerte algo, si firmas este pacto con tu propia sangre ─de la nada, aparece un papel en la mano de Mefisto─ haré posible cualquier deseo que tengáis.
─ Pero aquí dice que le ofrezco mi alma ─exclama Fausto alarmado, ni bien lo lee.
─ Lógico, ¿o no es así como prefieres verlo?, os aseguro que alguien escribirá sobre nosotros, pues me ocuparé de ello y aunque interpretará erróneamente los hechos, os hará famoso en el devenir de los tiempos ─ante la perplejidad de Fausto, Mefistófeles ríe grotescamente.

                                    Fin

P.D.

El resto de la historia es conocida.


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