Patéticos

Formar parte del colectivo cotidiano llega a generar un fastidio profundo, que pretende, sin saber como, rebelarse en furia incontenible, pero como siempre, es aplacado por el estado del temor. Las pequeñas dosis de absurdo que debemos beber periódicamente nos envenenan lenta pero inexorablemente y el alma se apaga en lamentos silenciosos, aquellos que nadie oye y que prefieres que así sea, que mueran en el anonimato de la mudez, del permanente espanto de los juicios ajenos, pero fundamentalmente del propio, de la desnudez que obliga, que expone y fragiliza. Obligados a crear muros que nos protejan, nos separamos divorciados de la realidad, nos evadimos y engañamos, nos justificamos con mentiras piadosas y, finalmente, caemos en un abismo, luego de recorrer un oscuro laberinto, creado para encerrarnos, para silenciarnos, para someternos, para aprisionarnos en esperanzas utópicas, en sueños deseados, pero tan distantes, tan irreales, que no llegan siquiera a confundirnos, a conformarnos, igualmente, los aceptamos como si no tuviésemos otra opción, porque al fin y al cabo estamos protegidos de nuestras miserias, de nosotros mismos. Cada día el abismo se hace más profundo y oscuro, la decepción lo agiganta y la depresión lo termina de convertir en infinito, entonces te debes volver a engañar, con mayor astucia, con mejores argumentos, aunque, de todos modos, sabes que no va a funcionar, que no podrás escapar, que jamás saldrás ileso y que las heridas, seguramente, acaben definitivamente con el ser, ese ser dócil, domesticado... patético.


Poema: "Mi segunda casa"




Miro el piso y lo reconozco viejo y gastado,
sus asientos me cuentan sus años de usos
y a la mesa húmeda por el trapo recién pasado,
reparo su desbalanceo con un papel doblado.

La hosquedad gallega del eterno mozo,
el bullicio ahogado de repetidos clientes
y el ventanal que jamás claudica a mi antojo,
con la sensación del tiempo detenido, latente.

Los ojos que de soslayo curiosos te observan,
las palabras que se pierden de bocas ajenas
y en mi soledad compartida en la cercanía,
reservo el vacío de la única silla contrapuesta.

Me pregunto el porqué de mis visitas diarias,
fundiéndome con deseados aromas familiares
y la respuesta surge rotunda desde mis entrañas,
porque sin ser mi hogar, es mi segunda casa.