"El joven Fausto" capítulo IX


 El destino juega en Inglaterra 





Habiendo llegado al puerto de Londres, luego de un largo viaje que, curiosamente, no tuvo grandes dificultades. El espectáculo que se ofrecía era fascinante, fundamentalmente para William Kidd, ya que en el siglo XVII se había convertido en el más activo del mundo. De sus muelles salían barcos con destino a los cinco continentes, por lo que el tránsito y la actividad económica eran realmente impresionantes. Fausto decidió pagarle a su veintena de hombres sin esperar la venta de los cueros, su última orden fue el traslado de los cueros a un depósito que había alquilado y les obsequio el barco para que hicieran con él lo que quisieran, probablemente lo hizo para obligarse a permanecer por un tiempo en este lugar y no tentarse con partir en cualquier momento, estaba algo cansado de navegar y el haber estado casi dos años en tierra, en la Argentina, habían debilitado sus deseos naturales por la vida de marino. Por la generosidad del pago a sus hombres, el dinero de Fausto mermó considerablemente, hasta el punto de depender, al igual que William, de una buena venta para tranquilizar su situación económica, por lo que ambos se abocaron de lleno a esa tarea.

En 1665, aunque los grandes planes de urbanismo ya habían comenzado, la mayor parte de la ciudad se encontraba encerrada dentro de la antigua muralla, lo que propició una grave epidemia de peste que causó 70.000 víctimas. Al año siguiente, Londres sufría el incendio más terrible de su historia y el que cambiaría los conceptos de construcción y estructuración de la ciudades en casi todo el mundo. Luego de un verano con extrema sequía, se inicia el fuego en la panadería de Farriner y debido al viento, se trasladó al centro de la ciudad, dejando como saldo 13.200 casas, 87 iglesias (entre ellas la Iglesia de San Pablo), 4 puertas de la ciudad, el ayuntamiento, muchas estructuras públicas, hospitales, escuelas, bibliotecas y un amplio número de edificios majestuosos, destruidos. La mayoría de los barrios fueron arrasados por el fuego, ya que su construcción era principalmente en madera y paja, por esto el parlamento recaudó fondos para reconstruir Londres al pechar el carbón y eventualmente la ciudad fue diseñada a su actual plano de calles, pero esta vez fue erigida con ladrillos y piedra y con mejores accesos y sistemas sanitarios. Esto la había convertido en una ciudad moderna, con importantes proyectos de construcción en esos momentos, como el de la Catedral de San Pablo en manos de sir Christopher Wren, recientemente nombrado Knight Bachelor, último gran maestro Masón de la vieja francmasonería operativa de Inglaterra ,quien había reconstruido 51 iglesias y numerosos edificios luego del gran incendio, y el Real Observatorio de Greenwich, cuya construcción fue comisionada al año siguiente por el rey, donde también colaboró Wren.

Los jóvenes recorrían admirados las calles de la imponente ciudad, en búsqueda de un posible comprador para sus cueros y fue así que, después de preguntar a varios comerciantes, llegaron a ubicar a un importante burgués que se mostró muy interesado al ver la mercancía, quien luego de discutir el precio de la misma, cerró un buen trato con los jóvenes e insistió en que la operación se realizara lo antes posible, preferentemente al día siguiente y para evitar cualquier complicación les entregó una parte del monto, con el compromiso de darles el resto ni bien recoja la mercancía. Los muchachos estaban sorprendidos, el entusiasmo de su comprador era tan evidente que por un instante dudaron del precio pactado, aunque representara una fortuna para ellos. Fausto y William estaban emocionados, no podían creer la suerte que habían tenido al poder vender en buen precio y tan rápido todos sus cueros, ellos esperaban hacerlo con varios compradores y en un período más prolongado, el hecho de haber encontrado quien comprara todo era realmente inesperado, por la suma que comprendía. Al día siguiente se hizo presente en el depósito el comerciante, con varios carruajes para cargar los cueros, cumpliendo con lo arreglado. Cuando el burgués partió, William se sienta como razonando lo sucedido.

─ Tengo que admitir que tenía ciertos temores, esperaba que algo saliera mal ─le confiesa a Fausto.
─ Creo que te has acostumbrado a las dificultades y te cuesta aceptar la buena suerte.
─ Puede ser, aún no salgo de mi asombro ¿has tomado conciencia que somos dueños de una fortuna, que podemos hacer lo que deseemos?
─ No estoy pensando en ello ─responde Fausto meditabundo.
─ ¿Y en qué piensas entonces?
─ No importa, no me hagas caso y vayamos a celebrar nuestra fortuna.
─ Al fin hablas con coherencia, vayamos ya.

Era el mediodía y su celebración duró hasta la noche, la posada era austera y solo comieron y bebieron, pero a pesar de la alegría que debieran sentir, existía un clima extraño entre los jóvenes. Reían alcoholizados para quedarse luego en silencio observándose, ambos presentían que había llegado la hora de separar sus caminos, que el afecto que los ligaba ya no era suficiente ante sus distintos anhelos y lo mejor sería enfrentar cada uno su propio destino, se habían terminado las excusas que hasta hoy les permitían estar juntos. Su embriaguez no alcanzaba a disimular lo que pensaban, tenían el deseo de extender esta amistad, pero sus naturalezas los obligaban a respetarlas y acatarlas. A la mañana siguiente William partió, solo hubo un fuerte abrazo en la despedida y las palabras que Fausto pronunció “espero que el destino vuelva a cruzar nuestros caminos”.

Paradójicamente, el joven Kidd volvió para navegar las aguas del Caribe (quien se interesaba más en los negocios, se convirtió en marino aventurero) y luego de varios años se puso al servicio del gobernador de la isla Nieves, que para entonces era una colonia inglesa, para protegerla de los ataques franceses. El gobernador les dijo que no podría pagarles, de modo que cobraran sus servicios de los botines adquiridos. Por entonces, Kidd atacó la isla francesa de Marie-Galante. En plena Guerra de los Nueve Años se convirtió en corsario. En 1691, se estableció en Nueva York y se casó con Sarah Bradley Cox Oort, una mujer inglesa entrada en la veintena y famosa por ser una de las mujeres más ricas de la ciudad. Para diciembre de 1695, el nuevo gobernador de Nueva York, Massachusetts y Nuevo Hampshire, solicitó a Kidd que atacara a diversos sujetos relacionados con la piratería, a la vez que luchaba contra los buques franceses. William aceptó el encargo, sabiendo que negarse podía verse como una deslealtad a la corona y acarrearía un gran estigma social. En 1695 se le dio una patente de corso por parte del rey Guillermo III de Inglaterra. En los siguientes tiempos tuvo que afrontar diversos problemas de amotinamiento y deserciones entre sus tripulantes. También se harían famosos actos de "correctivos" contra su tripulación que le hicieron tener fama de marinero cruel y sanguinario. En 1698, regresó a Nueva York, donde se enteró de que era buscado, injustamente, como pirata. Al darse cuenta que su barco, el Adventure Prize, era una presa muy codiciada, abandonó el barco y enterró parte de su tesoro en la isla, Gardiners, una pequeña isla cerca de East Hampton. William Kidd esperaba usar esto como una especie de "as en la manga" cuando surgieran problemas. El gobernador de Boston, Bellomont, por su relación con él, creía que podría ser juzgado por complicidad con los actos del capitán, de modo que creyó que entregarlo sería una forma de salvarse a sí mismo. Fue llevado a Boston bajo falsas promesas de clemencia, y en julio de 1699 fue arrestado. Sería encarcelado en condiciones insalubres y su esposa Sarah también sería encarcelada. Alrededor de un año después, fue trasladado a Inglaterra para ser juzgado por el Parlamento. William se convirtió en un instrumento de la guerra entre Tories y Whigs, más cuando este se negó a dar nombres, ya que creía que su abundante clientela le salvaría gracias a su lealtad. La facción Tory lo envió a ser juzgado por el alto almirantazgo en Londres, bajo cargos de piratería y el asesinato de William Moore, un antiguo tripulante suyo. Kidd fue encerrado en la prisión de Newgate, donde sus cartas al rey Guillermo solicitando clemencia fueron rechazadas. En el juicio finalmente sería encontrado culpable de todos los cargos y fue ahorcado en mayo de 1701. Como curiosidad, la horca que sujetaba a Kidd se rompió, y tuvo que ser nuevamente colgado. Su cuerpo fue encadenado y colgado sobre el río Támesis como un aviso para cualquier pirata, permaneciendo allí durante tres años. La creencia de que Kidd había dejado la mayor parte de sus tesoros enterrados, contribuyó enormemente a la famosa leyenda de los tesoros piratas enterrados.

Me he adelantado a contarles el futuro de William Kidd. Ahora volvamos a 1674 y a nuestro amigo, el joven Fausto.
Luego de la partida de William, Fausto decidió recorrer la ciudad como para distraerse. Caminó sin un destino aparente, hasta que se enfrentó con la famosa Torre de Londres que, en esos tiempos se la utilizaba como prisión, de allí nació la frase “enviar a la torre” como sinónimo de “enviar a prisión”. Esta torre era de gran importancia y cumplió papel principal en la historia de Inglaterra, todos los monarcas eran coronados en la abadía de Westminster y hasta el reinado de Carlos II, se organizaba una procesión desde la torre hasta la abadía. La Torre Blanca, que da nombre al castillo entero, fue construida por Guillermo el Conquistador en 1078 y aunque fue Palacio Real y Fortaleza de su Majestad, desde por lo menos el 1100, era utilizado como prisión, aunque no era este el propósito primario. Tenía fama de lugar de tortura y muerte, pero en realidad muy pocos fueron ejecutados. Luego de observar el castillo por un rato, Fausto retoma su caminata volviendo a la posada, pero en su retorno se detiene en un comercio, no porque le interesaran sus artículos, ya que se trataba de una mercería, sino por una voz inconfundible que le pareció escuchar y no podía creer que fuera de quien suponía. Al no poder ignorar su interés, se introdujo en la tienda donde se encuentra con dos hombres y uno de ellos era el dueño de esa voz, el increíble e inesperado Mefistófeles.

─ Pero es imposible ¿qué hace usted aquí?
─ Oh, vaya, pero con quien me encuentro, ¿qué haces tu mi querido muchacho?
─ Yo he llegado hace un par de días ¿y usted?
─ Pues yo he llegado hace unas semanas.
─ Perdone mis modales, pero como siempre estoy sorprendido de verlo, es realmente increíble que nos encontremos en cualquier lugar del mundo.
─ Admito que parece increíble, pero creo habértelo dado a entender ya, conmigo nada es increíble. Permíteme un segundo, ya estaba por salir ─en ese momento se despide del mercero diciéndole “lamento su decisión”

Se retiraron del comercio y caminaron un par de cuadras en silencio, hasta que Fausto no soportó más su intriga y comenzó preguntando.

─ ¿Qué lo trajo a Inglaterra?
─ Varios asuntos, de los cuales uno acaba de concluir.
─ ¿Se refiere al mercero?
─ Precisamente.
─ ¿Y qué asunto de importancia podría tener usted con un mercero?
─ No te dejes engañar con las apariencias, este hombre no es simplemente un mercero.
─ ¿Y qué otra cosa es, entonces?
─ Este hombre es varias cosas, además de mercero, por supuesto, es estadístico, demógrafo, fundador de la bioestadística y precursor de la epidemiología. Su nombre figurará en la historia.
─ ¿Cual es su nombre y como sabe usted que será reconocido en la historia?
─ Su nombre es John Graunt y será reconocido porque ha hecho varias cosas, porque lo amerita.
─ A propósito, ¿cómo le fue con su amigo en Alemania, el músico?
─ Muy bien verdaderamente, estoy seguro de que su deseo se convertirá en realidad, pero falta más de una década para que nazca el hijo apropiado y no creo que él llegue a comprobarlo, pues mis predicciones me dicen que morirá cuando el elegido tenga 10 años, de todos modos supondrá que su deseo se cumplirá.
─ ¿Y cómo puede usted afirmar eso?, hasta para mí se me hace difícil de creer.
─ Ya te he dicho que llegará el momento en que te explicaré todo, por ahora solo te diré que uno de mis dones es ver el futuro y como habrás apreciado, lo he hecho contigo.
─ ¿Es usted una especia de mago o brujo?
─ Ja, ja, ja, no nada de eso, pero podría serlo si lo desease, tengo los dones suficientes.
─ ¿Entonces sabe qué pasará conmigo, quiero decir que conoce mi futuro?
─ Solo en parte muchacho, solo hasta cierto punto, algunas cosas depende exclusivamente de ti.
─ ¿Cómo es eso?
─ Otra vez, he dicho que ya lo sabrás y basta de interrogatorio, tengo otros asuntos que atender ─respondió algo irritado Mefisto.
─ Perdón, no quería molestarlo con mis preguntas, pero entenderá que es muy intrigante ─intenta Fausto calmar los ánimos.
─Está bien muchacho, comprendo, pero tienes que tener más paciencia, tienes mucho tiempo aún, quédate tranquilo. Hablemos de otra cosa.
─ Una sola cosa nada más, por favor.
─ A ver, dime.
─ Cuando se despidió del mercero, no pude evitar oír lo que le dijo: “lamento su decisión”
─ Exacto, eso dije.
─ ¿Puedo saber a qué se refería?
─ Simplemente a que no aceptó mi oferta y es una pena, este hombre morirá muy pronto.

Por supuesto que esto no satisfizo la curiosidad de Fausto, pero era indudable que Mefisto no desea ampliarse en el tema, por lo que tuvo que resignarse y aplacar su ansiedad. Continuaron caminando, nuevamente en silencio, contemplando las construcciones de la ciudad. Fue entonces que el que rompió el silencio fue Mefisto.

─ Mira muchacho, ¿ves esas ruinas?
─ Si, las veo, ¿qué tienen de especial?
─ Son lo que quedó de la iglesia de San Pablo, luego del incendio no quedó nada que sirviese y hace unos años fue demolida.
─ ¿Y?
─ Que ya está el proyecto de construir una nueva, una enorme catedral, de las más grandes de este país.
─ No entiendo ¿cuál es su interés?
─ Interés ninguno, solo me fastidia saber cuanto dinero será derrochado en construir este templo, esta absurda adoración. Los humanos tienen la necesidad de crear edificios de enorme pompa, para complacer a su egocéntrico Dios y en eso no reparan en gastos, me dan náuseas.
─ La fe es algo muy importante para la mayoría de las personas.
─Ja, ja, ja, fe en quien jamás se ocupa de ellos, estúpidos. Su fe no impidió que el incendio destruyera su iglesia, es más, unos años atrás un rayo destruyó la cúpula y a pesar de todo siguen construyendo estos edificios y cuando son destruidos, construyen otro más grande y decorado. El que no entiende aquí soy yo ─en ese instante, Mefisto rió con algo de malicia.
─ Deduzco por lo que dice que usted no es creyente.
─ No se trata de creer o no, simplemente no los comparto, pero mejor sigamos caminando, no me agrada este lugar y podemos charlar de cosas más interesantes si lo deseas.
─ Como usted guste.

Volvieron a caminar en silencio, parecía que cada uno le cedía la posibilidad al otro de comenzar un diálogo y como es lógico, ganó la paciencia del más experimentado.

─ ¿Qué otros asuntos lo ocupan?, si me lo puede decir ─Pregunta Fausto, al ser superado por el silencio de Mefisto.
─ Varios, aunque uno es de mayor importancia.
─ ¿Me dirá cuál es? ─insiste Fausto ante la falta de continuidad de Mefisto.
─ Si, si, no tengo inconvenientes, como casi siempre muchacho. Tengo mucho interés en charlar con un hombre joven, aunque no tan joven como tú, debe tener unos treinta y tres años y según tengo entendido está en este momento en la ciudad. Hace un par de años fue nombrado miembro de la Royal Society, es decir, es bastante importante, pero lo será mucho más en el futuro, será sin dudas una de las mentes más brillantes de la humanidad, probablemente la más brillante.
─ Siempre prediciendo el futuro, realmente no entiendo como lo hace, pero ya confió en que no se equivoca, aunque resulte tan extraño.
─ Para todo existe una explicación y algún día la tendrás.
─ Ya sé, cuando sea el tiempo adecuado ─afirma Fausto con ironía.
─ Tal cual, muchacho ─con similar tono responde Mefisto.
─ ¿Puedo conocer el nombre de esa persona?
─ Isaac Newton es su nombre, probablemente hayas escuchado hablar de él, se lo está haciendo bastante en los círculos académicos.
─ No, realmente no he oído su nombre nunca, pero es lógico debido donde he estado en estos últimos años, no era frecuente hablar de miembros de la Royal Society ─sonríe.
─ Lo imagino, apropósito ¿qué ha sucedido con tu amigo William?
─ Nada en realidad, solo nos hemos separado para seguir cada uno su propio camino.
─ Perfecto, posiblemente hable con él en el futuro, nunca te dije que tu amigo va a tener un pequeño lugar en la historia.
─ No, no lo había hecho hasta ahora, ¿puedo saber cuál será?
─ Tal vez en otro momento, discúlpame, pero tengo que marcharme.
─ Una sola cosa más, por favor.
─ Dime.
─ ¿Y yo, ocuparé un lugar en la historia?
─Ja, ja, ja, tú ya eres una leyenda, es más, lo eras un siglo antes de nacer ─Mefisto ríe con su habitual mezcla de burla y malicia.
─ ¿De qué habla?
─ No me hagas caso, deja que el tiempo transcurra y tendrás todas las respuestas, inclusive hasta lo que aún no te has preguntado.

Fue así que repentinamente Mefisto, sin mediar más palabras, solo apoyando su mano sobre el hombro de Fausto, se aleja. Como de costumbre, el joven se quedó con más incertidumbres que certezas, pero esto era algo a lo que se había habituado. Retorno a la posada pensando distintas cosas, por un lado intentaba comprender todo lo correspondiente a Mefisto, intentaba encontrar una respuesta lógica que lo satisficiera y al mismo tiempo, qué hacer de aquí en más, buscar algo que le agradara hacer a la vez que le asegurará de alguna forma su futuro y no depender de otra aventura para ver cuál sería el resultado. La vida que había anhelado desde su adolescencia ya no parecía interesarle tanto o por lo menos, estaba interesado en conocer otras formas de vivir, de relacionarse con el mundo y teniendo la posibilidad de elegir, no quería desperdiciar su oportunidad.



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