"El joven Fausto" Capítulo V


La isla del sueño



Las primeras luces surgieron en el horizonte, fue entonces cuando el capitán divisó una pequeña isla a poca distancia y sin dudarlo se lanzaron a nadar hacia ella, cuando por fin llegaron a la playa, se derrumbaron en las cálidas arenas quedando profundamente dormidos. Al despertar Fausto se encontró con una visión extraña y agradable, una hermosa joven nativa estaba a su lado y le ofrecía algo de beber, se incorporó y quiso hablar con ella, pero fue imposible porque, indudablemente, no comprendía su idioma, bebió el agua de coco que esta le ofrecía y buscó con su vista al capitán, comprobando que no estaba y con gestos intentó preguntarle a la joven por él, luego de varios intentos, la joven sonrió y le hizo señas como para que la siga. La playa era seguida de una intensa vegetación, pero un sendero claramente visible indicaba el camino que la joven iba a tomar, Fausto la siguió sin temor, pero con cierta intriga, había algo que lo confundía y no podía dilucidar. A pocos metros se encontraron con un claro donde había un par de improvisadas casas, hechas con troncos y paja, seguida estas por la entrada a una caverna. La joven le indica la caverna y cuando se acerca es sorprendido por el capitán, quien a los saltos lo abraza con desbordante alegría.

─ Amigo, esto es increíble, no creerás lo que he encontrado ─Dice el capitán eufórico.─ ¿De qué hablas William ¿Qué te causa tanta alegría?
─ Ven y obsérvalo tú mismo ─responde el capitán al tiempo que lo arrastra hacia el interior de la cueva.

Al entrar unos pocos metros se encuentra con un cofre abierto y lleno de doblones de oro español, una increíble fortuna se encontraba en una cueva en una pequeña isla desconocida. La sorpresa de Fausto fue interrumpida por la clara risa de la bella joven, quien lo estaba llamando desde una choza. Al dirigirse hacia ella, esta le hace evidentes gestos preguntando si quiere comer algo y ante la pasividad de Fausto, le toma de la mano y lo ingresa a la choza, al entrar se distinguen una cama de paja y varios frutos sobre una improvisada mesa, en su mayoría desconocidos por Fausto. La joven se sienta y comienza a comer, invitándolo a hacer lo mismo y al hacerlo, descubre sabores magníficos, únicos, tan exquisitos que se le hacía difícil elegir uno por sobre otro. Luego de haber saciado su hambre, se extiende en el suelo, tratando de pensar en lo que estaba sucediendo, todo era demasiado perfecto y continuaba con su extraña sensación, que a pesar de lo agradable de todo, no podía disipar, fue entonces que la joven se quitó su poca vestimenta y completamente desnuda se recostó en la cama, mientras miraba a Fausto con una sonrisa sensual y sugerente, y este a pesar de sus tribulaciones, se dejó llevar por la sugestiva invitación, entregándose por completo a un placer aún desconocido por él, pero que desde que la vio en la playa, era un deseo que estaba floreciendo en sus pensamientos y en su cuerpo.

Los dos días siguientes pasaron de la manera más perfecta, el clima era ideal y la joven nativa solo desaparecía por un par de horas para retornar cargada de alimentos, cada vez más variados y exquisitos, para ambas chozas, teniendo tiempo de sobra para complacer a Fausto cuando lo deseara. Mientras tanto, William Kidd seguía contando los doblones, extasiado en su codicia, hasta que de pronto, como de la nada, se hizo presente otra joven, igualmente hermosa y que rápidamente se reunió con el joven capitán. Ante la embriaguez que esta vida le brindaba a los jóvenes marinos, parecía imposible no desear que continuase por algún tiempo como mínimo, pero de todos modos, por momentos Fausto lograba retomar sus dudas, se preguntaba de dónde provenían estas muchachas bellísimas y lo dispuestas a sus anhelos que se prestaban, sin ningún tipo de vacilación o queja, sin pretender en apariencia absolutamente nada y dispuestas a hacerles la vida lo más placentera posible, cosa que hacían de muy buena forma, pero cuando sus interrogantes se hacían más intensos, casualmente, la joven lo interrumpía y lo sumergía en horas de placer inigualables.

La cuarta noche Fausto tuvo un sueño en el cual se encontraba en el barco del Olonés escuchando los relatos de los viejos piratas, cuando de pronto despertó sobresaltado, instintivamente arrancó un trozo de su camisa e hizo dos bolitas con los que tapó sus oídos. En ese sueño recordó cuando los viejos le relataban su historia favorita sobre la isla del sueño y que la única forma de poder abstraerse a su encanto era evitando escuchar el canto de su naturaleza. Cuando observó a su alrededor, todo comenzó a ser borroso y teñirse de verde, comprendió entonces que no se encontraba en una choza, sino que estaba envuelto en una vegetación exuberante y viscosa. Se sentía muy débil, pero con las pocas fuerzas que le quedaban tomó la daga que tenía en su cintura y cortó las plantas que lo envolvían, cuando por fin estuvo libre recuperó algo de fuerza y pudo incorporarse, fue allí cuando vio al capitán en la misma situación y lo liberó inmediatamente. Lo tuvo que zamarrear varias veces para lograr despertarlo y cuando lo consiguió, el joven William lo miró perplejo, como si no comprendiera nada y su mente estuviese en blanco, luego de unos segundos pudo reaccionar y preguntar que sucedía, para ese entonces Fausto ya le había tapado sus oídos y esto hizo que el capitán volviese a sus cabales.

─ ¿Qué sucede Fausto?, ¿dónde estamos? ─preguntó desconcertado.
─ Debes gritarme, de lo contrario no puedo escucharte y por ninguna razón te quites los tapones de los oídos ─explica Fausto a los gritos.
─ ¿Qué está sucediendo? ─volvió a preguntar el capitán, esta vez gritando.
─ Mucho William, pero no hay tiempo de explicaciones ahora. Debemos buscar la forma de salir de esta isla lo más pronto posible, tienes que ayudarme, debemos armar una balsa con lo que podamos.

La luz que reflejaba la Luna iluminaba con intensidad la playa, se dirigieron hacia ella donde encontraron el mástil que los había acercado a la isla, estaba junto a partes del barco que la corriente había arrojado, fue entonces que supusieron que eran los únicos sobrevivientes del naufragio. Con las cuerdas que estaban enganchadas al mástil, ataron varios maderos para darle mejor flotabilidad e improvisaron un par de remos. La suerte estaba de su lado ya que un barril de agua había sobrevivido y estaba en la playa, lo subieron a su precaria balsa y sin más se lanzaron al mar. La corriente los alejó rápido de la isla y pudieron sacarse los tapones de los oídos, fue recién entonces cuando Fausto decidió darle respuestas al capitán.

─ Mira, no sé lo que recuerdes tú, pero sea lo que sea es falso, esta isla está maldita y gracias a lo que creía cuentos de viejos piratas, supe que debía hacer para poder escapar, lo más extraño es que lo recordé en un sueño o por lo menos eso creo, porque ya no sé con seguridad qué es real. Debo admitir que lo que recuerdo haber vivido en esta isla fue hermoso, pero lamentablemente irreal.
─ Pues yo recuerdo tener muchos doblones de oro y una joven hermosa ─comenta con cierta nostalgia el capitán.
─ Si, también recuerdo como contabas los doblones y yo la estaba pasando muy bien con otra joven y antes que tu ─sonríe Fausto.
─ Es extraño que ambos compartiéramos el mismo sueño, ¿no te parece?
─ Es otro misterio de esa isla, ¿cómo logrará hacerlo?, es como si leyera nuestras mentes y descubriera nuestros mayores deseos, fusionándolos para que todo pareciese perfecto y mientras soñamos se alimenta de nuestra energía, de nuestras almas. Algo hermoso y terrorífico a la vez.
─ ¿Cuánto tiempo crees que hemos estado en esta isla?
─ No lo sé, pero supongo que no mucho, caso contrario estaríamos muertos.
─ Bueno, para serte franco, no creo que duremos demasiado ahora y estoy dudando cual sería la mejor muerte. Si pudiese elegir la forma de morir, la que la isla ofrece me parece la más tentadora ─comentó irónicamente─ de todos modos debo agradecerte haberme salvado la vida, estaré en deuda por siempre contigo, aunque el siempre creo será muy breve.
─ Confieso que hay algo de lógica en lo que dices, pero yo no estoy dispuesto a morir aún, por más bella que se me ofrezca la muerte.
─ ¿Pero, que piensas hacer ahora? ¿Qué esperas, un milagro?
─ No lo sé, pero alguien me dijo que falta mucho para mi final y creedme que esa persona sabe cosas muy extrañas y en cierto modo confío en que no se equivoca. Por lo pronto no debemos desesperar, tenemos algo de agua y podremos sobrevivir varios días, todo puede pasar, tened fe. 

Por el resto de la noche casi no hablaron, cada uno estaba sumergido en sus propios pensamientos hasta que ambos quedaron dormidos. Cuando dormía Fausto soñó que Mefisto le hablaba, diciéndole que se quede tranquilo, que tenga confianza porque todo estaría bien y que pronto lo vería. Con el amanecer despertó, se sentía muy débil y al observar a su alrededor solo contempló el mar, extremadamente tranquilo, que dibujaba un horizonte circular sin nada más que agua, miró al joven capitán William y se preguntó si este no tendría razón,si el fin que les esperaba era mucho peor que el que la isla les había ofrecido. Se sacó la raída camisa blanca y con uno de los maderos que usaron como remos armó una bandera, pensando que si algún barco pasara lo suficientemente cerca podría verla, aunque lo más probable es que ellos pudieran divisar mucho antes a cualquier barco, que estos a ellos.

 

El día se hizo interminable, el hambre hacía que cada hora fuese una tortura, William solo miraba el horizonte, mientras Fausto pensaba como conseguir algo para comer, por un instante Fausto pensó que las cosas no estaban tan mal, ya que por lo menos contaban con el barril de agua y sabía que era peor sufrir de sed que de hambre. Al atardecer distingue algo en el agua, era la aleta de un pequeño tiburón, instintivamente tomó su daga con una mano, mientras que con la otra sacudía el agua, su intención era que el pequeño tiburón pretendiera atacarla y así tener la posibilidad de atraparlo de alguna forma. La vibración de la mano de Fausto en el agua parecía llamar la atención del tiburón, pero no se acercaba lo suficiente, hasta que lo perdió de vista, se había sumergido por debajo de la balsa y un par de segundos después una difusa mancha hace que retire su mano del agua, en el mismo instante que el tiburón intentó atacarla. La sorpresa no le permitió reaccionar como hubiese deseado, por lo que volvió a sacudir el agua estando más atento para la próxima vez, que no se hizo esperar demasiado. En esta oportunidad, el tiburón se sumergió de frente a Fausto y esto le permitió calcular el momento del ataque, cuando observó nuevamente la mancha bajo el agua, acercó la mano con la daga y en el instante que el tiburón quiso morder su mano izquierda, le acertó un golpe con la derecha, clavando la daga hasta la empuñadura en la cabeza del pez. El agua comenzó a teñirse de rojo y el tiburón quedó sacudiéndose, sin dudarlo Fausto se arrojó sobre él y lo apuñaló varias veces hasta que no se movió más, luego lo agarró por la boca y nadó hasta la balsa. Cuando pudo subir él y su presa, recién entonces William lo mira sorprendido

─ Bueno, ¿Qué opinas William, lo podremos comer? ─sonríe con satisfacción.
─ Pues no será lo mejor que he comido, pero dudo que sobre algo ─ambos rieron.

El pequeño tiburón, de menos de un metro de largo, pasó de depredador a presa y fue como un banquete para estos dos jóvenes hambrientos, que solo dejaron la piel áspera, algunas viseras y los huesos. Cuando comenzó a oscurecer los ánimos era distintos, el pescado les había renovado las energías y con estas la esperanza, por lo que al anochecer estaban dispuestos a platicar.

─ Ahora, ¿Qué crees que suceda? ─comienza interrogándolo William.
─ En realidad no lo sé, tuve un sueño anoche y en ese sueño, la persona que te dije me aseguró larga vida, me decía que todo va a salir bien, pero lógico, fue un sueño, aunque a veces creo que hay algo más, pero no lo puedo explicar.

─ ¿De dónde eres Fausto y cuál es tu nombre completo?, solo te presentas con tu primer nombre.
─ Es que en realidad solo sé que me llamo Fausto, porque de muy niño me llamaban así, no recuerdo otro nombre que este.
─ ¿Pero de dónde eres?, ¿Dónde has nacido?
─ No lo sé, solo recuerdo que bajé de un barco en la isla de La Tortuga siendo un niño y que estaba solo, por lo que tuve que mendigar para sobrevivir, hasta que tuve la edad suficiente para realizar algunos trabajos y eso es todo lo que puedo decir.
─ Comprendo, pero lo extraño es que eres muy educado para tus antecedentes.
─ En ese tiempo, una buena señora, además de darme alimentos, me enseñó a leer y quería que fuese a su casa para que leyera los muchos libros que tenía, cosa que hice hasta hace poco. Pero dime tú ¿quién eres para haber sido capitán de un barco con tu edad? ─evidentemente a Fausto no le interesaba hablar de él y por eso pasó a ser quien preguntara.
─ Yo nací en Greenock, Escocia, el 20 de enero de 1645, por lo que tengo 27 años y fui capitán, gracias a que gané ese barco en un juego de cartas ─ladeó su cabeza con resignación.
─ ¿Cómo que lo ganaste con las cartas?
─ Si, se lo gané a su capitán quien estaba muy borracho y lo apostó, cuando perdió no quiso cumplir, por lo que peleamos y terminé matándolo. Junto a él estaba su primer oficial, quien reconoció mi propiedad, pero me dijo que él y sus hombres no navegarían bajo mis órdenes, por lo que se marcharon dejándome solamente el barco. Como no sabía que hacer con un barco, se me ocurrió esto del comercio triangular, para lo cual compré las mercancías que vendí en Lisboa y recluté a esos pocos marinos, con la promesa de una buena recompensa al término del viaje, ya que se me había acabado el dinero, por lo que mi futuro dependía en gran parte del éxito de esta empresa.
─ No te preocupes demasiado, todavía eres joven y aparentas menos edad de la que tienes aún, puedes empezar de nuevo, es más yo puedo ayudarte.
─ ¿Y cómo puedes ayudarme?, en el supuesto que sobrevivamos, claro.
─ Tengo algún dinero de mis tiempos con el Olonés, escondido en la isla La Tortuga, yo solo hice este viaje porque me interesaba vivir la experiencia que me podía otorgar y vaya que lo hizo. Por sobrevivir, ni te preocupes, estoy seguro que algo bueno pasará y vamos a estar bien.
─ Honestamente, no sé si eres muy optimista o inconsciente, pero ¿Qué otra opción tengo?


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