"El joven Fausto" Capítulo VIII

                                                                                      


La distante Ciudad de la Trinidad     


Viajar hacía esta ciudad no era una tarea simple, ningún barco se dirigía a ella y era imposible pensar en hacerlo por tierra, por lo que la única solución era hacerse de un navío y una tripulación, preferentemente de bucaneros, por lo habituados a estas tareas. En la isla conseguir una tripulación de bucaneros era muy sencillo, estaba muy poblada por estos, pero otra cosa lo era un barco.

Pasaron varios días y no parecía tener solución el inconveniente de conseguir un barco, intentaron en vano convencer a varios capitanes de que les vendieran el suyo, pero un capitán sin barco no es un capitán y esto era inaceptable para estos hombres de mar. Una noche, mientras bebían en una taberna, se presentó un grupo de cuatro hombres, evidentemente, piratas neerlandeses, quienes eran observados de reojo por todos. Si bien en la isla se reunían todo tipo de piratas, a quienes poco le importaban las cuestiones políticas, sus intereses eran solamente económicos, los neerlandeses hacía un tiempo que no eran muy del agrado de los franceses y mucho menos de los ingleses, por los conflictos permanentes que sostenían sus respectivas naciones, las cuales en algunas oportunidades se habían aliado para combatirlos y hasta con los españoles, llegaron los ingleses a “olvidar” sus diferencias, para unirse contra ellos. Por supuesto que estas “alianzas” eran breves y solo se sostenían hasta lograr su objetivo. A estos neerlandeses parecía no importarles demasiado las miradas poco amigables y se dedicaron a beber sin prestar mayor atención a los demás, fue entonces que a Fausto se le ocurrió la manera de hacerse de un barco, aprovechando la hostilidad momentánea contra estos tipos. Salieron de la taberna y rápidamente recorrieron la isla reclutando bucaneros, que debido a la buena paga que ofrecían, no tardaron ni una hora en juntar a veinte hombres. Eran tiempos muy conflictivos en estas aguas y para muchos, el irse a un lugar más tranquilo para realizar sus tareas y ganar buen dinero, era una oferta muy apetecible. Con los conocimientos a oídas de Fausto, de como el Olonés había capturado un barco con solo dos botes, su plan era imitar la estrategia de este, por lo que fueron al puerto, tomaron dos botes y en medio de la oscuridad remaron hasta el barco neerlandés. Con extremado sigilo se acercaron al barco y subieron gracias a unos ganchos, la tripulación se encontraba dormida luego de haber bebido demasiado y luego de someter a los que supuestamente eran los vigías, no esperaban ser atacados, reducir al resto, una treintena de hombres, fue sencillo. Uno por uno los despertaron con cuchillos en el cuello y la sorpresa era tal en los piratas neerlandeses, que no atinaron a defensa alguna y en quince minutos todos eran prisioneros. Luego de subir los botes, William invitó a los prisioneros a saltar al agua para que nadasen hasta el puerto, izaron las velas y partieron alegremente hacia el sureste. La primer hazaña militar y probablemente la última de Fausto, fue un éxito total, ya que no fue necesario derramar ni una gota de sangre y además de apoderarse del barco, se encontró con un apreciable botín a bordo, el cual repartió prontamente entre sus hombres.

El viaje que les esperaba era bastante largo, calculaban un mes aproximadamente, ya que no contaban con cartas cartográficas y solo tenía una leve noción hacia donde se dirigían, por lo que debían aprovisionarse en un lugar conocido, Puerto Cabello, en Venezuela, antes de emprender el viaje a La Ciudad de la Trinidad y Puerto de Santa María del Buen Ayre. Luego de adquirir las provisiones necesarias, navegaron por el Atlántico bordeando las costas del Brasil, hasta llegar a un punto donde perdieron de vista la costa del continente, pero gracias al conocimiento de algunos marinos de su tripulación, que habían oído hablar de ese mar dulce, se introdujeron en él, con dirección suroeste y luego de unas horas de navegación llegaron a las costas de las tierras llamadas Argentina (del latín, argentum, que significa “plata”) con el que el clérigo Martín del Barco Centenera, titula un extenso poema publicado en Lisboa en 1602, refiriéndose a esta región y otorgándole su definitivo nombre.                                                              

La pequeña ciudad estaba organizada según el modelo utilizado en muchas de las ciudades establecidas en el nuevo continente, un trazado en damero alrededor de una plaza mayor y en el sector este de la plaza se encontraba instalado el fuerte de la ciudad, que estaba amurallado con piedras y rodeado por un foso. Solo se accedía a él por la plaza Mayor, mediante un puente levadizo y en otro sector de la plaza se encontraba un gran cabildo, por lo que la plaza era el centro administrativo de la ciudad, que contaba con unos 3.000 habitantes, en su casi totalidad españoles                                                                                                                
La ciudad no representaba ninguna importancia para Fausto, William y sus hombres, su interés estaba al sur de la misma, según pudieron averiguar interrogando a algunos habitantes y hacia allí se dirigieron con las provisiones necesarias y materiales para una precaria construcción, que se convertiría por un largo tiempo en su residencia.

Solo a media jornada a caballo, el paisaje abrumó a todos, una interminable llanura amarillenta (eran mediados del mes de julio), se confundía con el cielo en el horizonte. Jamás habían visto algo así, solo era comparable con el océano, donde el límite solo es una linea, que dependiendo del día, puede no definirse con claridad y parecer fundirse en un todo circular. Estos hombres habituados al océano conocían esa sensación, pero jamás pensaron experimentarla en tierra. Para mayor asombro de todos, los relatos del marino que le habló a Fausto no exageraron nada, los campos estaban poblados de bovinos que vagaban libremente en un número incalculable, Fausto y William se miran con satisfacción, el largo viaje había valido la pena y ahora, aparentemente, todo dependía de ellos para hacerlo exitoso.

La primer tarea que hicieron fue construir un refugio cercano a un arroyo, donde instalarse lo más seguros y cómodos posible, asegurándose la provisión de agua. Cuando estuvo terminada la “morada” comenzaron la caza, que en esa superficie llana y escasa de arboledas era extremadamente simple, las vacas parecían no temerles y podían acercarse lo suficiente para ser precisos en sus disparos, luego limpiaban las presas de sus vísceras, le sacaban el cuero y cocinaban la carne sobre un foso con fuego y alimentado ocasionalmente con ramas y hojas verdes produciendo un ahumado, para su conservación, al tiempo que comenzaban a curtir los cueros. Este era el sistema originario que los marinos realizaban en La Española, llamado bucán, que les dio su denominación de bucaneros.

El primer mes lo pasaron sin novedades y para Fausto se estaba tornando aburrido, claro que para William la cosa era diferente, ya que calculaba lo rentable que serían los cueros en Europa. Hasta que una mañana son sorprendidos por una visita inesperada, un grupo de cincuenta aborígenes se encuentra a cien metros del establecimiento, armados con arcos y lanzas, con una especie de túnicas de cuero de varias capas, pintadas con manchas negras que imitaban la piel del jaguar. La primer reacción del grupo fue tomar las armas y colocarse en una posición defensiva, pero Fausto les ordena mantener sus lugares y solo se encamina hacia los visitantes. Al acercarse presiente que hay más curiosidad que hostilidad en estos aborígenes, por lo que extiende sus brazos, demostrando estar desarmado y hace un gesto como de reverencia, intentando comunicarse amigablemente, sin saber si era comprendido. En principio, los “indios” solo lo observaban sin demostrar ninguna actitud, pero de pronto uno se adelanta a los demás y extiende su brazo al cielo, Fausto lo interpretó como una buena señal y la imitó. Ambos se aproximaron hasta estar a tan solo a un metro uno del otro, fue cuando Fausto comenzó a hablar, pero el hombre lo miraba fijamente sin emitir sonido alguno, Fausto comprendió que no era entendido, por lo que tomó una extraña decisión, se sentó frente al aborigen. De acuerdo con sus ideas, al estar en una posición más baja que el otro, era una clara señal de no agresividad y disposición al diálogo y el aparente jefe de los nativos así lo tomó e hizo lo mismo. William, quien se había acercado un poco más que el resto, contemplaba la escena, cincuenta nativos armados y su amigo sentado a pocos metros junto a uno de ellos, de pronto ve que Fausto gira su cabeza hacia él y le grita que le lleve papel y tinta. Haciendo caso a lo pedido, corren en busca de estos y vuelve para dárselos, retirándose algunos metros luego y permaneciendo parado. Desde su posición observa como Fausto comienza a dibujar en el papel y le muestra sus dibujos al jefe, en ese momento este comienza a pronunciar palabras en su extraño idioma y sonriendo le pide el papel y la tinta y también comienza a dibujar. Durante media hora, William mira como intercambian dibujos uno con otro, luego Fausto le pide a William le traiga un trozo de la carne que guardaban y al hacerlo ve como arranca un pedazo y lo come, para luego ofrecer otro al jefe, quien luego de olerlo se lo introduce en la boca y hace un gesto de aprobación. Ambos se incorporaron y entonces Fausto ordena que se le entreguen varias reces cocinadas a los visitantes, cuando sus hombres entregaron la carne, el jefe parece despedirse y junto a su gente se retira tranquilamente. Una vez alejados los aborígenes, William cree oportuno averiguar que había sucedido.

─¿Si quieres, puedes decirme que significó esto? ─preguntó William entre fastidio y sorpresa.
─Muy simple, he evitado un conflicto y comenzado una relación pacífica con esta gente.
─¿Pero de qué se trata esta relación?
─Se trata de que probablemente no nos ataquen mientras les seamos útiles y considerando que nos doblan en número y que ignoramos cuántos son en su totalidad, un poco de carne a cambio me parece un buen trato.
─¿Y qué se entiende por “probablemente”?
─Que mientras cumplamos con la cuota estipulada, supongo estarán conformes.
─¿De qué cuota estamos hablando?
─De la que acabas de ver y que se repetirá periódicamente, cada quince días.
─¿Quieres decir que volverán para llevarse carne cada quince días?
─Así es mi querido amigo y he tenido que negociar la cantidad por si no son los únicos por aquí y necesitemos tener otros tratos.
─¿Crees que pueda haber más salvajes aún?
─Es probable, no lo sé y yo no los llamaría salvajes, tal vez algo primitivos para nosotros, pero nada más, ese hombre me demostró tener gran capacidad para entendernos y negociar, de ninguna manera lo llamaría salvaje.
─¿Entonces piensas regalar toda nuestra carne, la cual podríamos negociar en la ciudad?
─Que la ambición no te ciegue querido William, es preferible perder algo de dinero a perder la vida y por otro lado hay más que suficiente para todos por suerte.
─Bueno, puede que así sea, pero me molesta tener que regalar nuestro trabajo.
─No lo veas de ese modo, míralo como un impuesto por usurpar sus tierras.
─Pero nosotros no hemos usurpado nada, esto no es de nadie.
─Ay, William William, tal vez no sea de nadie para ti, pero eso no significa que no tenga dueños, vaya a saber cuántos años, siglos probablemente habitan aquí esta gente y eso creo le da ciertos derechos, aunque sean desconocidos por nosotros.
─No lo había pensado de esa manera, ahora que lo dices tiene lógica y déjame decirte que eres un buen negociador al fin y al cabo, hasta diría que eres todo un diplomático ─ambos rieron a carcajadas.

El tiempo transcurría apacible, el clima, aunque frío, era tolerable ya que no corrían fuertes vientos y la temperatura era menos extrema que en Europa, pero bastante distinta a la de su isla, donde todo el año era verano. La caza era perfecta y los cueros se iban apilando, los “indios” los visitaban como había sido convenido, pero su número era menor, solo viente o veinticinco venían y partían ni bien recibían la carne. Fausto estaba algo intrigado por saber el destino de esta gente, dónde estaban asentados y cuántos eran, pero hasta el momento se conformaba con no tener inconvenientes con ellos y poder continuar con sus tareas tranquilamente.


La tierra dio una vuelta completa al sol y las cosas no cambiaron demasiado, solo algunas escapadas a la ciudad, para intercambiar carnes por otros alimentos, alteraban el curso de los días y por supuesto las infaltables visitas de los ”amigos” locales, a quienes los de la ciudad llamaban “naturales” o “Pampas”, la palabra “pampa” en Quechua significa “llanura”, los españoles la pluralizaron llamando así a sus habitantes. Un día, ya harto de tanta tranquilidad y superado por su curiosidad, Fausto decide conocer más de los nativos y aprovechando una de sus visitas, los sigue a una distancia prudente para no ser detectado. Luego de varios kilómetros, estos llegan a una toldería de 50 tiendas, para una población de 200 ó 250 personas. Sus viviendas estaban hecha con cueros y ramas, esto de brindó la pauta a Fausto que no eran sedentarios que practicaran la agricultura, evidentemente eran recolectores y cazadores, por ello sus viviendas eran simples y de fácil armado y transporte. Después de pensarlo brevemente, galopa lento hacia la aldea (no había llegado hasta acá solo para mirarlos a la distancia) y a unos cien metros desmonta y continua a pie, los nativos casi no le prestan atención, solo los niños corren a su lado y ríen felices y curiosos. Esta actitud de poca sorpresa le llama la atención, llegó al centro y fue entonces que de una tienda sale el jefe con quien había negociado. Este hombre le sonríe y saluda con agrado, al tiempo que lo invita a pasar a su tienda, en el interior había varias mujeres, que prontamente se retiraron, quedando solo una muy anciana que saluda a Fausto en claro español. La grata sorpresa lo hace reír y comenzar una conversación con la anciana de piel oscura, pero no negra, algo intermedia entre el negro y el blanco, pero distinta a la de los mulatos que él conocía. La anciana le informa que hará de interprete ante el jefe para que puedan hablar con mayor comprensión, por lo primero que le dice Fausto su nombre y pregunta el del jefe, la anciana le responde con palabras casi impronunciables para él, “hatun uturunku”, luego ríe y se lo traduce como “gran jaguar”, nombre que le pareció bastante apropiado para este hombre hábil y aparentemente muy fuerte. Conversaron por largo tiempo y eso le hizo comprender la sabiduría que poseía Gran Jaguar, quien le dejó en claro que no estaba disconforme con el trato que tenían, pero estaba preocupado si otros quisieran hacer lo mismo. Era lógico, había ganado suficiente para ellos, pero si se tornase en una “invasión” por parte de los blancos para hacer el mismo negocio que Fausto, esto pondría en serio peligro el equilibrio de las presas y en consecuencia la existencia de su pueblo. Fue honesto al decirle que tuvo tribulaciones con respecto a esta situación, que lo más conveniente sería expulsarlo de sus tierras y así evitar una posible futura invasión, pero al mismo tiempo creía en la posibilidad de una convivencia pacífica, si se respetaban las condiciones necesarias para no destruir el medio. Lamentablemente, Gran Jaguar, desconocía al hombre blanco y su apetito insaciable y desmedido, como también ignoraba cuántos blancos existían en el mundo y Fausto, a pesar de sentirse como un salvaje frente a la sabiduría de este jefe, creyó que no era conveniente seguir hablando de este tema por el momento. No pudo dejar de sentir cierta angustia al pensar en la preocupación de Gran Jaguar, debido a la distinta filosofía que ostentaban sus respectivos pueblos. Ver a un hombre perdido en la distancia del mundo, en una basta llanura lejana a toda “civilización”, pensar en la abundancia, en cuidar la naturaleza y como contrapartida, en su gente que solo podía verla como el peor depredador, lo estremeció. Para cambiar de tema, Fausto le preguntó si podía decirle cuántos años hacía que habitaban estas tierras y el jefe le explicó que sus ancestros se remontaban a tiempos lejanos, cientos de años y le mostró un casco español, posiblemente de los primeros colonos, que guardaban hacía varias generaciones. También aprovechó para saber por qué su presencia no había causado la sorpresa que él creía lógica en su gente y el jefe sonrió y le respondió que sabían de su presencia desde que partieron de su refugio y que hasta tuvieron que aminorar el paso para hacer posible que los siguiera. Desde que conversaron por primera vez, el jefe supuso que en algún momento intentaría llegar hasta él y hasta admitió que esperaba que lo hubiese hecho antes. Fausto no pudo simular su sorpresa ante esta confesión y su expresión lo delataba frente al sabio jefe.

Ver la paz que reinaba entre esa gente, que con muy poco disfrutaba de la vida en armonía con su medio, le replanteó su propia vida, su civilización y sus deseos. Quiso quedarse un par de días junto a esta gente, quería conocerlos un poco más y si era posible, asimilar algo de su cultura, por lo que le pidió al jefe su permiso, quien con gusto le hizo preparar una tienda para alojarlo. Sintió curiosidad por saber como esta anciana hablaba tan bien el español y cuando tuvo la oportunidad se lo preguntó, la anciana invitó a seguirla y caminaron hasta alejarse un poco del resto de la gente. En unos matorrales la anciana se sentó y sacó algo de entre sus ropas, era una especie de pipa, tallada de un madero, la llenó con lo que tenía en una pequeña bolsita de cuero y comenzó a fumar, inmediatamente el lugar fue invadido por un aroma extraño, profundo y desconocido. La anciana le extiende la mano y le ofrece su pipa a Fausto, quien solo por cortesía la acepta, pero al inhalar el humo comienza a toser, su garganta se le cerró por unos segundos y no podía evitar el ahogo. La anciana miraba el horizonte y su semblante se iluminó, lo observó de costado y sonrío, luego le dijo “tranquilo, solo un poco y retenlo dentro”. Fausto comenzó a sentirse extraño, levemente mareado y repentinamente se echó a reír, miles de pensamientos lo atropellaron y le era imposible desarrollarlos todos, al tiempo que creía que la anciana lo comprendía sin siquiera hablarle. Contempló en rostro de la anciana y descubrió una belleza que hasta entonces le había sido oculta, la anciana comenzó a hablar como si lo hiciese con el viento.

─Desde que era una niña, mi madre me enseñó tu idioma y yo se lo he enseñado a mi hija y esta a la suya, por lo que verás no soy la única que te puede entender bien.
─¿Pero de quién lo aprendieron?
─De ustedes, por supuesto, pero hace muchos años atrás, creo que más de cien, cuando llegaron por primera vez y no sé bien el porqué, pero nuestros pueblos lucharon y destruimos su aldea, muchos años después volvieron y construyeron la que está hoy y no hemos vuelto a luchar, solo nos mantenemos alejados unos de otros.
─¿Pero solo así aprendieron nuestro idioma?
─En realidad no, uno de ustedes quedó prisionero y convivió con nosotros, hasta punto de ser uno de mis ancestros, por lo que mi familia es la responsable de mantener ese conocimiento y así lo hemos transmitido de generación en generación.
─Entonces tienes algo de española en tu sangre.
─Si, española como lo llaman ustedes, aunque yo prefiero pensarlo como una combinación de pueblos y culturas, sin naciones.

La tarde terminaba sus últimas horas y las primeras sombras indicaban que era hora de regresar a la aldea, Fausto se sentía algo extraño todavía y la anciana lo tomó del brazo y lentamente caminaron. En el trayecto la anciana le comenta.

─Seguramente has tenido hoy pensamientos que no habías tenido antes, no te angusties, es normal, ya te acostumbrarás.
─¿Cuál es su nombre? ─preguntó repentinamente Fausto, como si en ese instante fuese fundamental.
─No creo que lo pudieras pronunciar, pero su traducción es algo como “verde pradera grande”, por lo que me puedes llamar Verde ─sonriendo continuaron caminando.

Fausto se encerró es sus pensamientos por unos instantes, aunque no estaba seguro de controlar el pasar del tiempo. Sus ideas se superponían y parecían cada vez más profundas, suponía encontrar respuestas, pero estas se escapaban con rapidez, el placer y la tristeza lo abordaban jugando con sus sentidos. No estaba seguro de querer acostumbrarse, percibía un mundo diferente, por segundos placentero y en otros, angustiante.

La noche había ganado el escenario y se encontró recostado dentro de su tienda, no tenía certeza de como había llegado, pero tampoco le importó, se sumergió en un sueño hondo y confuso.

El alba lo despertó con gran apetito, por lo que se incorporó y salió a ver que podía hacer. Al salir se encuentra con una escena particular, todos estaban en grupos formando círculos y en el centro de cada círculo, había un fuego calentando agua, estaban alegres y mientras comían una pasta parecida al pan, se pasaban por turno, un pequeño recipiente con una pajilla, que en cada entrega era llenado con el agua caliente y todos sorbían de él. Evidentemente, era una infusión como el té, lo extraño que lo tomaban a través de una cañita. Se acercó al grupo donde estaba el jefe y Verde, siendo recibido con sonrisas y convidado con su alimento, pronto le entregaron el pequeño recipiente, era la corteza de media calabaza, lo agarró y chupó de la cañita, notó al principio que era algo dificultoso, que la cañita parecía estar un poco tapada, pero igualmente el agua pasaba lentamente y la infusión le resultó muy agradable, aunque un poco amarga. Este ritual se mantuvo por una hora, esta gente no tenía apuros y gozaba de la comunicación que su “ceremonia” les brindaba, fue entre las charlas que Verde le explicó que era una planta secada y picada lo que bebía y que la cañita tenía una semilla perforada para impedir el paso de la hierba, actuando como filtro, por eso le era algo forzoso sorber. Cuando la reunión llegó a su fin, las mujeres se dispusieron a realizar sus tareas diarias y los hombres se agruparon, montaron sus caballos y partieron al galope. Fausto pregunto hacia donde se dirigían y Verde le respondió que simplemente iban a practicar sus habilidades, por lo que Fausto los quiso observar, pidió permiso al jefe para seguirlos y corrió a montar su caballo.

El espectáculo que estos hombres le ofrecieron fue magnífico, la destreza y agilidad de sus movimientos le hacía pensar que hombre y caballo eran una sola cosa, mientras el lanzamiento de sus peculiares armas, una cuerda con bolas en los extremos, era impecable, casi perfecto, esto le hizo recordar lo conveniente de su acuerdo, honestamente no le hubiese gustado tener que enfrentarse a tamaños adversarios, ni aún con la supuesta ventaja de sus armas de fuego.

De retorno a la aldea comprendió que ya era tiempo de regresar con los suyos, no quería alarmarlos con una ausencia muy prolongada, cosa por lo que le comunicó a Gran Jaguar su partida, pero antes de marcharse tuvo la necesidad de estar unos minutos con Verde.

─Verde, tengo que hablar contigo.
─Caminemos muchacho, ¿qué quieres decirme?
─Tengo que pedirte un favor.
─Dime que quieres.
─Probablemente no nos volvamos a ver, cuando me reúna con mi gente levantaremos el campamento y partiremos muy lejos. No supe cómo despedirme de Gran Jaguar, en realidad no tuve el coraje. He aprendido muchísimo en este breve tiempo y tengo que reconocer que estoy avergonzado, no he sido totalmente honesto con él, no pude hablarle de mi gente, de como se comporta y cuales son sus conceptos con respecto a ustedes y no puedo hacerlo frente a él. Hay algo en el jefe que me impide ser sincero, creo que es la vergüenza que siento en la comparación.
─ ¿Y por qué me lo dices a mí?
─ Es que no me puedo marchar sin advertirlo de alguna forma y tú eres la persona adecuada. Tienes que explicarle que mi pueblo no es como el de ustedes, que no respeta las mismas cosas y que creo imposible una sociedad pacífica entre ambos. Los blancos deseamos muchas cosas que ustedes no conocen ni creo que les interesen, pero ese deseo nos hace comportarnos como verdaderos salvajes, sin escrúpulos ni límites y si llegasen a descubrir lo que aquí pueden conseguir, no dudaran en destruirlos para lograrlo. Yo solo puedo jurarte que obligaré a mis hombres a no divulgarlo, pero no puedo asegurar que suceda y evitar que otros vengan y los perjudiquen. Dile a Gran Jaguar que no confíe en el hombre blanco, no somos buenos y somos demasiados ─La anciana lo mira piadosamente y luego de unos segundos decide responderle.
─ Joven Fausto, agradezco tu buena intención, pero creo que no has conocido lo suficiente a Gran Jaguar. Él es un hombre sabio y conoce a tu gente, sabe de lo que son capaces, pero indudablemente confía en que no todos son iguales y tú eres su prueba, la que le da la razón. Cuando te habló de sus dudas por el acuerdo que ustedes hicieron, probablemente no comprendiste que estaba estudiando tus reacciones y notó tu vergüenza y angustia, por lo que de todos modos está dispuesto a intentarlo. Si te consuela en algo, te diré que nuestros peores posibles enemigos no sean los blancos, son gente de nuestro color que viene desde el sur, del otro lado de las montañas. Los dioses han determinado nuestro destino y a nosotros solo nos queda obrar acorde con nuestras costumbres y conciencia y seguramente así lo haremos. Yo le diré lo que me has dicho y espero que tengas una buena vida.

Se despidió besando la mano de la anciana, sin poder dejar de pensar en lo estúpido que era. A pesar de quedar impresionado por Gran Jaguar desde un comienzo y reconocerlo como un hombre sabio, comprendió que igualmente no le había otorgado el crédito que realmente tenía, que sus prejuicios, aunque luchara por eliminarlos, lo habían traicionado, le habían impedido ver la totalidad. Con estos pensamientos inició su regreso. Al llegar a su asentamiento lo recibe inquieto William, quien se había preocupado por su ausencia.

─ ¿Se puede saber dónde te habías metido? ─fue la recepción de William.
─ Hola, amigo ─responde Fausto sonriendo.
─ No te burles, he estado preocupado.
─ Discúlpame, pero he estado muy ocupado visitando a nuestros “amigos”.
─ ¿Haz ido con los salvajes?
─ Sí y yo no los llamaría salvajes, porque si ellos son salvajes, ¿cómo llamarnos a nosotros mismos?
─ Perdón, pero no te entiendo.
─ No importa, tal vez hablemos de esto en otro momento, creo que ya tenemos lo que vinimos a buscar y es tiempo de partir.
─ Por fin, creí que no llegaría nunca este momento, estoy realmente cansado de estar aquí.
─ Entonces manos a la obra, preparémonos, mañana partimos.

Al día siguiente, un 23 de febrero de 1674, en una mañana cálida en esta región, Fausto, William y sus hombres se despiden de estas tierras luego de casi dos años en ellas. Con suficientes provisiones y los depósitos del barco repletos de pieles partieron rumbo a Inglaterra, donde eran muy apreciados estos cueros. Si bien este viaje conllevaba varios riesgos, no solo tenían que lidiar con el mar y los piratas, también se presentaba la dificultad que ni Fausto ni William eran ingleses, sobre todo la condición de escocés de William lo hacían temerario. Inglaterra estaba gobernada por Carlos II (también conocido como“Carlos el alegre monarca”, debido a la cantidad de hijos ilegítimos de los cuales reconoció a 14), rey de Inglaterra, Escocia e Irlanda, con quien se había restablecido la monarquía. Hijo de Carlos I quien había sido destituido y decapitado públicamente en 1649, luego de ser derrotado por Oliver Cromwell al mando del ejercito parlamentario. En estos tiempos la inestabilidad y las luchas por el poder eran constantes en casi todo el planeta, pero en estos dos últimos años (1672-1674), Inglaterra junto a Francia, estaban en guerra contra las Provincias Unidas de los Países Bajos, Tercer Guerra Anglo-Holandesa, la cual había concluido solo unos días atrás con el Tratado de Westminster, cosa que por supuesto, los jóvenes aventureros ignoraban. Otro inconveniente que desconocían, era que la comercialización de pieles en Inglaterra estaba en manos de la Compañía de la Bahía de Hudson, también conocida por sus siglas HBC, fundada como compañía privilegiada por el rey en 1670, otorgándole el monopolio del comercio sobre la región bañada por los ríos y arroyos que desembocan en la bahía de Hudson en el norte de América del Norte. No obstante, al margen de su desconocimiento, poco le importaba a los jóvenes los problemas que tuvieran que enfrentar, debido en parte por su valor y otra por su inconsciencia.





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