Reflexión: "El arte perdido de las palabras"



Conjugar las expresiones existentes, arraigadas en nuestra conciencia, es una tarea compleja.
Más aún lo es intentar disciplinar las no existentes, las palabras ausentes en la retórica, aquellas que podrían ser reconocidas pero escapan a nuestro dialecto y experiencia.

Nos vemos obligados a utilizar las comunes, las que decimos sin estar seguros de que encierren el sentido deseado.
A menudo nos enfrentamos a silencios piadosos que disimulan nuestra incapacidad de expresar perfectamente lo que queremos, y nos conformamos con esa limitación.

Aunque opaque la belleza que se podría lograr, esta conformidad se consolida en las corrientes actuales, ajenas al arte del hablar, a la técnica de la conversación.
No sé si llamarlo desidia mezquina o economía absurda, pero la desvalorización de la retórica nos conduce hacia una dialéctica simplista y empobrecida, que destruye la riqueza sonora y conceptual de las palabras.

No basta una retórica decorada; sería un vacío emperifollado, carente de sentido.
Es prioritario rescatar las palabras olvidadas y, si es imprescindible, crear las inexistentes.
Pero sobre todo, debemos resucitar las palabras perdidas, esas que, capciosamente, han sido relegadas y que poseen la subyugante sonoridad que acaricia los oídos del intelecto.