Mi pobre espíritu se encuentra desorientado, vacilante y confuso, ejerciendo presión sobre mi razón. Someto cada idea a una crítica honesta, pero aun así, con la conformidad de mi raciocinio, mi alma sigue inquieta. Sigue dudando de lo que no debería dudar, cuestionando mi propio pensamiento.
Pero mi pensamiento es lo más puro de mí, lo más autónomo. ¿Por qué ha de dudar mi espíritu? No me confunden el misticismo ni las religiosidades, no soy presa de las voces ajenas; solo el eco de mi interior brota en mi voz, en mis letras. Y, aun así, mi espíritu sigue dudando.
¿Es mi espíritu una réplica de mi razón o simplemente un deseo natural y absurdo, una conceptualización cognitiva abrumadora que me impide liberarme? Debería ser el instrumento lógico de mi liberación, pero está enquistado en mí, una insolente analogía de dos formas opuestas de pensar, aferradas con tal fuerza que solo mi muerte podrá liberarlas. Cuando eso ocurra, nada tendrá sentido: el texto, mis ideas, el esfuerzo vano y repetido, todo será efímero.
Tal vez mi destino sea simplemente ser un eslabón en una larga cadena, esa que sostiene una joya, y que esa joya justifique cada simple eslabón. Espero que así sea.
A veces creo que mi espíritu es una bifurcación de mi pensamiento: por un camino transitan las ideas, por el otro los sentimientos. Solo se encuentran de vez en cuando, por breves momentos, para luego separarse nuevamente. Entonces entiendo que mi espíritu no responde a la razón; pertenece a los sentimientos. Por eso se confunde cuando los caminos se cruzan.
Mi lógica y mi razón podrían destruirlo fácilmente. Por eso huye, se separa y sigue solo con los sentimientos, que no pueden ser derrotados por la razón, por más que lo intenten.
¿Tendré que lamentar siempre las dudas de mi espíritu, o debo agradecerle esa inconformidad que, más de una vez, me ha empujado a conocer lo desconocido en mí?