Cuando el tiempo golpee a mi puerta
para imponer un silencio permanente,
agitaré las alas de mi pobre alma
para escapar de la fría y torpe muerte.
En la tierra quedará mi cuerpo estéril,
que con palidez abrazará sus entrañas,
mientras mi espíritu volará en los cielos,
riendo burlón de la sorprendida parca.
Crecerán blancas flores sobre mi tumba
para perfumar el paso de quien pase,
y envolverán con aroma al que, por ventura,
quiera leer mi nombre con reverente voz baja.