¡Dispárame una palabra!
Sí, una sola, que corte el aire como flecha al azar…
Solo por verla volar,
solo para que no caiga en los abismos de mi mente y se pierda.
Arroja en sílabas un fragmento de ti,
algo que despierte mis sentidos,
que me haga soñarla, imaginarla plena, pura,
libre de cortesía… sabia.
Déjame pagar la fianza por merecerlo.
No me hagas cómplice de tu silencio.
No perdones mis pecados,
y no perdonaré los tuyos.
No olvides… pero tampoco recuerdes lo que no sirve,
aquello que nos desune en vano.
Estoy aquí…
y probablemente no debiera.
Pero estoy,
y quiero oírla…
como un rezo o como un insulto,
pero sin susurros:
prefiero un grito desgarrante,
transparente, lacerante.
Juro…
no dejarla oculta en mi oscuridad.
No la refugiaré en mi orgullo profano y profundo.
He de aceptar lo abominable… y lo bello,
lo tuyo… y lo mío,
lo poco… y lo mucho,
lo nuestro.
No me derrotes con la ausencia de los sonidos,
con esos ecos mudos que desnudan mi imperfección,
mi simple humanidad desprolija,
mi desvarío permanente y plácido.
Solo soy el blanco de toda impureza,
de toda sinrazón abrumadora,
de mi estúpida nobleza deshilachada
que no tolera la compasión desbordante de lo común.
Dime entonces,
sin maquillaje, sin máscara,
esa que esconde al ser verdadero,
esa que lo protege de la verdad…
encerrándolo en una mediocre hipocresía, absurda e inútil.
Una palabra…
como un latigazo…
como una caricia…
que me estremezca,
me lastime… o me cure…
pero que arrebate esta sorda contemplación aniquilante.
Hazme caer de rodillas bajo el golpe de tu voz,
como el hacha que derriba al árbol en la soledad del bosque,
donde solo tú y yo podremos escucharla…
mientras el mundo gira, gira, gira…
y continuará girando…
sin esa palabra.
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