Superado el quebranto de un final, o más aún, el del principio, comienza el tránsito más doloroso, ese que debemos afrontar sin elección. Las páginas siguientes estarán escritas con lágrimas de grandes tristezas y pequeñas alegrías, bajo el dominio lógico de toda existencia, o por lo menos de las más comunes y numerosas.
La vulgaridad no le resta sentido ni dimensión; contrariamente, simulará ser única y diferente, como creada por y para cada uno, sin importar la multiplicidad macabra que, burlona y alegre, la repite en demasiados, en casi todos.
Cada historia es única y repetida a la vez, porque ha de ser vivida en exclusividad, en la propia carne que no entiende de parecidos ni de simultáneos. Todas las alegrías y tristezas son vistas con diferentes ojos: aunque todos vean lo mismo, lo mismo no será igual, no traspasará las retinas de la misma manera ni llegará a los corazones al mismo tiempo. Tampoco repercutirá con igual intensidad. Habrá pareceres, habrá fronteras, llaves que abrirán diversas celdas creadas por cada uno en lo profundo de su ser, y que probablemente solo sean comprendidas en la individualidad más extrema, aquella que nos separa y diferencia, pero que, paradójicamente, nos hace iguales y absolutamente distintos.
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