Cuento: "La frontera del temor"




Su nacimiento no fue un hecho trascendente. No tuvo la menor repercusión, algo lógico: no era hijo de nadie, solo la materialización de un deseo básico de vida. Su mundo era una pequeña laguna, suficiente para él. Sus aguas cristalinas le agradaban, y el manantial que brotaba entre unas rocas le brindaba agua fresca para beber, manteniendo viva la laguna. En su interior se sentía cómodo, seguro y apacible, con todo lo necesario para subsistir. Los terrenos lindantes ofrecían frutos y sembrados, por lo que bastaba recorrer unos metros para obtener lo que quería. Durante mucho tiempo, observó aquel enorme muro que, a lo lejos, le ocultaba el horizonte.

Al llegar a la adultez, despertó un día sintiéndose molesto. Su laguna se había tornado un lodazal; el manantial llevaba agua turbia, apenas suficiente para limpiar sus escasos alimentos. Aun así, continuó en su mundo conocido, vigilando el muro a la distancia, sin atreverse a cruzarlo.

Ya en la vejez, despertó en un mundo de podredumbre. Todo estaba contaminado: la laguna, los frutos, los sembrados y el manantial. No pudo seguir allí; debió abandonar su hogar. Comenzó a caminar hacia el muro, su único camino. A medida que avanzaba, comprobó que el muro se reducía poco a poco. Exhausto por la sed y el cansancio, cayó a pocos metros de su destino. Con las últimas fuerzas se arrastró hasta alcanzarlo.

Cuando el muro desapareció finalmente, el horizonte se abrió ante él. Lo contempló con asombro y una mezcla de tristeza y comprensión. Lágrimas recorrieron su rostro mientras entendía que había llegado demasiado tarde. Inspiró hondo una última vez, y su aliento se perdió en la brisa que recorría el horizonte.





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