Relato: "Historia del hombre que amó el amor"



Quizá pretendía crear un relato conmovedor, despertar sentimientos, pero tal vez todo quedaba en la intención. Esta es la historia de un hombre que amó el amor.

No amaba de manera común: no era el amor marital, filial, ni el amor por la vida, la naturaleza o la belleza. Su amor se dirigía al amor mismo, al acto de amar. Lo sentía en cada instante, en cada partícula que lo rodeaba. Intentar encasillarlo en algo concreto era empequeñecerlo, limitarlo a una realidad que no podía contenerlo.

El amor, para él, era fuente de cambio y permanencia, de quietud y expansión. No tenía objeto, ni condición; existía sin razón, y al mismo tiempo, con toda la razón. Amar era gozar del amor, disfrutarlo por sí mismo, sin esperar nada a cambio.

Amó todo con tal intensidad que su pecho ya no pudo contenerlo. Su ser, lo último que amó, partió hacia un cosmos pleno de amor, dejando el mundo bañado en su pureza. Pero era un amor tan absoluto, tan inmenso, que nadie pudo comprenderlo. Nadie supo cuándo partió ni por qué, y aun así, todo quedó impregnado de su amor, invisible pero total, absoluto.

Amó y dejó que el mundo amara a su manera, porque el amor verdadero no puede poseerse. Solo puede sentirse, desplegarse y trascender.

Esto es solo para mis amigos

Para no dejar de lado mi vanidad, ya que sería como dejar una parte importante de mí y no estoy dispuesto a dejar nada de mí librado al azar, ya que el azar es generalmente azaroso y eso me pone algo nervioso, porque lo que uno deja puede ser encontrado por otro y no está garantizado el buen uso que el otro le puede dar y ni siquiera el trato que le otorgue y honestamente me molestaría en demasía que cualquiera maltratara mi vanidad a su antojo, simplemente por haberla encontrado y que nada le haya costado crearla. Tampoco es porque el azar a uno no le haya tocado y dado sus beneficios en alguna ocasión, el hecho de que esté aquí es una prueba, lo suficientemente amplia, de haber gozado, por lo menos una vez de su benevolencia, de que otro modo se podría explicar que haya tenido éxito en la competencia para llegar primero, contra tantos adversarios y sin ninguna ventaja inicial. Esto me hace pensar, hubiese sido distinto que en lugar de llegar yo, lo hubiese hecho otro de los miles de espermas que navegaban junto a mí, o cualquiera de ellos hubiera resultado en mí de todos modos, es decir, yo era ya ese esperma o comencé a ser con la intrusión al óvulo, alguien podría darme una respuesta satisfactoria a esta cuestión??? Como nadie se ha molestado en responderme, seguiré suponiendo que el azar es el responsable, manteniéndome en mi total ignorancia, situación que es bastante conveniente, ya que me libra del pesar al suponer que otro/a podría haber ocupado mi lugar y que debido a la evidencia, podría haber sido algo mejor que yo, sin que esto signifique que debiera ser muy especial de algún modo, solo bastaría con que no fuese como yo para ser merecedor, pero para desgracia de la humanidad, fui yo el ganador (cosa que ya he relatado en un mal poema). Admitiendo que el azar solo en esta ocasión se hizo presente en mi vida favoreciéndome, tengo que reconocer que luego se olvidó de mí por completo, pero que esto no suene como que estoy algo resentido con él, al contrario, ya que cuando fue necesario estuvo y de eso no he de olvidarme jamás, claro que ustedes pueden creer que les ha sucedido algo similar, pero les aseguro que no es así, ustedes merecieron estar aquí, se ganaron en justa contienda el derecho por sus atributos, solo yo he sido elegido por el azar y es algo que me distingue de alguna forma. Volviendo a mi vanidad, no quiero que piense que la he olvidado, debo aclarar que no es la única virtud que he desarrollado, pero si a la que más tiempo le he dedicado para que se desarrolle por completo, fuerte y sana, impía y susceptible como debe ser. A mis otras virtudes no las he tenido tan en cuenta y es probable porque nunca le ofrecí gran esfuerzo a más de una cosa a la vez y mi vanidad ha ocupado casi todo mi tiempo, de todos modos mi soberbia, podría decirse que se encuentra en segundo lugar, algunas migajas ha podido recoger y aunque les aseguro que no fue mi intención, creció tan fuerte y sana, impía y algo menos susceptible que mi vanidad, hecho del cual no puedo vanagloriarme, ya que no fue por propia decisión, creo que todo el crédito lo merece ella misma, quien con muy poco creció enormemente, admito estar orgulloso de tenerla siempre a mi lado, como es lógico, quien no lo estaría. De las virtudes restantes no tengo gran conocimiento, ya que como las dejé libradas a su suerte, creo que no gozo de su amistad y beneplácito para realizar algún acto, de todos modos bien me arreglo con las dos que he sabido cuidar y de alguna forma alimentar bien o mal, lo que si me preocupa es algo o alguien que cada tanto se me presenta y sé que no es una virtud y mucho menos un defecto, ya que carezco de ellos y al cual no he podido dominar aun. En muchas ocasiones me enfrento con ese ser, por llamarlo de alguna forma, que demuestra una total irreverencia hacia mi persona y que además ha tenido la osadía de desafiarme en reiteradas oportunidades, a tal punto llega su insolencia que se ha puesto por encima de mí, de mi yo, si tal cual se los digo, sé que parece poco creíble, pero es absolutamente cierto. Es completamente independiente de mí y en consecuencia se denomina de forma distinta a la mía, el no es yo, se hace llamar Ego. En una oportunidad, de tantas que hemos discutimos, se me ha revelado como mayor a mi yo, cosa que no pude dejar pasar por alto, por lo que le informe que yo estoy por encima de todo y el todo lo incluía a él también, él me respondió que era súper y tan súper que me súper-aba, furioso lo retruque diciendo: “yo soy el súper yo, el yo soberano, el yo supremo, omnipotente y todopoderoso, soy el dios yo”, solo sonrió y me dijo que era ateo, en consecuencia no creía en mí, por lo que lucharía en mi contra hasta lograr la victoria final, hasta destruir a mi yo. Esto sucedió hace algún tiempo y ahora que lo pienso, hace bastante que no me topo con él, pobre ingenuo, creer que podía vencer a mi yo, una utopía absurda, aunque reconozco extrañarlo de tanto en tanto, me reconforta saber que si hemos luchado, a pesar de no tener conciencia de ello, seguramente lo he vencido con facilidad y eso me alegra, por poder seguir siendo yo el único, el verdadero dueño de mi ser y así poder mantener vigente la tremenda humildad que tanto me caracteriza, la humildad que solo yo soy capaz de tener….


Cuento: "La máquina de picar boludos"

En un lugar remoto, muy remoto y sin control, existía una aldea pequeña, pero que esto no los confunda, a pesar de ser pequeña era muy progresista y evolucionada, contaba con todos los servicios de una gran ciudad, además de su propia universidad y en esta universidad se graduó de ingeniero civil, en robótica y en química, la mente más brillante del lugar, el Ing. Juan Sapien. Desde muy joven se hizo evidente la inteligencia de Juan, todos lo admiraban y no era para menos, contaba con otro atributo, aparte de su inmensa inteligencia, su profunda vocación para lograr que su aldea sea la mejor de todas, pero por mucho la mejor y a eso le había dedicado casi toda su vida. Gracias al cargo de alcalde, que ejercía hacía varias décadas, había logrado un bienestar tan alto en su aldea, que parecía imposible mejorar, pero por más bien que estuviesen las cosas, para el ingeniero siempre se podía optimizar, por eso seguía esforzándose cada día, creando nuevos inventos para su gente. Ya había construido una planta que potabilizaba el agua desechada de la aldea, a un punto de extrema pureza, pero además en el proceso lograba generar energía eléctrica para mucho más que su aldea, de forma absolutamente limpia y renovable, una verdadera maravilla de la ingeniería. No era el único invento que había generado el ingeniero, también construyo una máquina que generaba un escudo invisible e impenetrable, que abarcaba a toda la aldea, por si en algún momento fuese necesario. Un día estaba recorriendo su aldea y tuvo un episodio que lo irritó en extremo, un aldeano que conducía alcoholizado casi lo atropella y esto lo puso a pensar como evitar que este episodio se volviese repetir. Después de trabajar incansable en su laboratorio-taller, construyó una máquina que, gracias a unos receptores neurales, podía determinar qué personas estaban predispuestas a cometer estas imprudencias, pero no conforme con lograr que su máquina funcionara a la perfección, buscó una solución definitiva para deshacerse de estas personas, ya que nadie querría abandonar la aldea y el ingeniero no estaba dispuesto a convivir con este tipo de gente. Luego de mucho meditar, decidió agregarle un desintegrador de materia a su máquina, para que automáticamente eliminase a estos individuos y para que nadie pudiera preguntar por los "desaparecidos", sumó a su invento una lavadora de cerebros que condicionara la voluntad de todos a sus requerimientos, asegurándose la total obediencia de sus aldeanos. Como es lógico, no podía confesar a la gente sus intenciones, por lo que les hizo creer que la máquina era para detectar cualquier enfermedad con un diagnóstico preciso y por una orden de supuesto bienestar de la población, obligó a todos pasar por la máquina. Finalizado el proceso de "limpieza", habiendo entrado el último de los aldeanos, constató que el contador de la máquina marcaba 20% y esa era la gente que ya no estaba, pero a pesar de lo alto del porcentaje, se sintió aliviado que el 80% restante no estaría más en peligro y se podría vivir con mayor tranquilidad de ahí en adelante. Solo dos personas no pasaron por la máquina, el ingeniero Juan y su hijo Sebastián de 18 años, quien era su única familia, su esposa había fallecido dos años atrás por un cáncer de hígado. En su domicilio, el ingeniero le explicó a su hijo que no debía pasar por la máquina debido a que quería hacerle unos ajustes antes, porque este le había pedido pasar para saber si tenía alguna enfermedad, probablemente, debido a lo sucedido con su madre. En realidad no quería que su hijo perdiera su verdadera personalidad al serle lavado el cerebro, era un joven brillante y lo amaba demasiado para exponerlo, por lo que cerró la máquina con una llave que colgó de su cuello. A la mañana siguiente su hijo no se levantó a desayunar como era su costumbre, por lo que fue a su cuarto y no lo encontró, instintivamente, se palpó el cuello y descubrió que no tenía la llave, presuroso se dirigió donde estaba la máquina y la encontró abierta, sin ningún rastro de su hijo, cuando revisó la máquina vio que hacía pocos minutos se había puesto en funcionamiento y el contador había variado del 20% al 20,3%, supo en ese instante que algo terrible había sucedido, ¿pero cómo era posible, su propio hijo, la máquina había cometido un error?, no podía pensar con claridad y por impulso entró en la máquina, el contador varió a 20,6%. Con el tiempo todos los inventos del ingeniero Juan Sapien dejaron de funcionar, porque nadie sabía como mantenerlos y la aldea dejo de ser lo que era y desapareció, solo quedó una máquina cerrada con un cartel que decía "PELIGRO, MÁQUINA DE PICAR BOLUDOS"… Moraleja, ser el más inteligente no exime de hacer boludeces.



Retrato de quien solo escribre


Si fuese oportuno, no escribiría nada. Pero la oportunidad nunca me tocó, ni siquiera me rozó; por eso aquí estoy, escribiendo. Intento que alguien se sume a mi inoportunidad como lector: no solo soy inoportuno al escribir, sino que también lo será quien me lea. Ser cómplice de este instante me iguala a mí, y nos coloca a ambos en una posición curiosa.

El lector disfruta de una ventaja enorme: sabe qué está leyendo y a quién. El escritor, en cambio, no tiene la menor idea de quién leerá sus palabras, ni siquiera si alguien lo hará. Esta vulnerabilidad es tremenda: su obra queda a merced del juicio arbitrario de un desconocido, sin derecho a réplica. Tal vez sea el ego del escritor lo que lo lleva a aceptar esta exposición.

Y aquí surge la pregunta: ¿qué diferencia a un escritor de quien solo escribe? Para mí, la línea es clara, aunque sutil.

Un escritor escribe para ser leído, espera la aprobación, se introduce furtivamente en la mente del lector, dejando huella, buscando inmortalidad y, si puede, fama o éxito. Quien solo escribe lo hace por necesidad: no pretende aprobación, ni éxito, ni fama. Está más allá del concepto de los demás; lo único que le interesa es expresar lo que siente, decir lo que necesita decir.

Aun así, incluso quien solo escribe desea ser leído. Pero sus motivos son distintos. No busca reconocimiento; busca existencia: que sus palabras existan y tengan vida propia.

Entonces me pregunto: ¿por qué soy solo quien escribe y no un escritor? Mi ego es grande, tal vez demasiado; incluso la osadía no me falta. ¿Acaso temo al juicio de los demás? ¿O realmente no me importa su opinión? Muchos pensarán: “para ser escritor hay que tener talento, hay que escribir algo bueno”. Pero la historia está llena de escritores mediocres, desconocidos, imperfectos, que aun así fueron reconocidos como tales. Yo solo escribo, y lo hago por juicio propio. Eso, quizás, es mi fuerza y también mi condena.

Sé que leer todo esto no ha sido divertido. Mi inoportunidad pesa. Pero si aún estás aquí, lector mío, eres cómplice de esta condición. No me cargues toda la culpa: compartimos el mismo acto de valentía o locura, y eso, en algún sentido, nos iguala.



Cuento: "Presunto inocente"


Siempre quise decir esto: “necesito tomarme un tiempo”, pero nunca lo dije porque me resulta muy femenino. Para ser totalmente honesto, nunca tuve la oportunidad; el tiempo lo necesitaron siempre ellas. No obstante, no me refería a eso. Mi necesidad de tomarme un tiempo es para intentar resolver algunos dilemas existenciales. No me torturan ni me perturban, pero me interesa pensarlos… tal vez para que, algún día, sí me torturen o perturben.

El problema es que no puedo definir cuánto tiempo necesito. Al no poder resolver esto, no empiezo ni siquiera a pensar en mis dilemas. Entonces me confundo: ¿es incapacidad para dominar el tiempo, o es desconocimiento de mis dilemas lo que me impide medirlo? Por momentos, mis dilemas se presentan con absoluta claridad, pero nunca cuando puedo dedicarles atención.

Si esta situación es una prueba especial, debo considerarme víctima. Escapa a mi control y reaparece cuando no puedo dedicarle ni un segundo. Eso me da una excusa suficiente para reclamar inocencia: no soy dueño de mis actos, por lo que nadie puede culparme. Si esto fuese un juicio, cualquier juez consciente debería declararme inocente o, al menos, no culpable.

Sin embargo, tras razonar todo esto, dudo de mi inocencia. Me considero culpable, totalmente culpable. Mi incapacidad para medir el tiempo demuestra insensibilidad ante los dilemas existenciales. Si ser insensible ante los dilemas existenciales es despreciable, entonces debo asumir mi culpa. Solo cabe juzgar si mi poca resolución es incapacidad o desidia. Y si es desidia, reconozco que ha sido considerable: he estado todo este tiempo sin medirlo, atrapado en mi propia inoperancia.

El juicio final debería considerar que la gran mayoría de la humanidad sería inocente, basándose en la incapacidad de sus actos. Por eso, si ustedes, lectores, son mi jurado, espero que tengan en cuenta esta condición. Mi alegato ha terminado. Y si alguna sentencia llegase, será, confío, la más justa: la que reconoce que el tiempo y los dilemas existenciales me vencieron antes de que yo pudiera vencerlos.



Cuento: "Una triste historia, con un final tan triste como la historia"

Había una vez, bueno, se que no es el principio más original, pero en realidad si lo había, porque si no lo hubiese habido no tendría una historia para contar. En definitiva había una vez un tipo, un tipo muy particular, tan particular que no tenía nada de especial, lógico que el no lo sabía y vaya a saber por que confusión cerebral él se sentía especial. Se creía tan especial que en todo lo que él hacía era el mejor, el único problema que este concepto le pertenecía en exclusividad, ya que para los demás era uno más y uno más de los más, los que más abundan. De todos modos pudo sobrevivir a su ego y aunque nunca “brillo” en nada, él no estaba tan convencido, veía lo extraordinario en lo más simple y común, sobre todo si era algo hecho por él. Si bien tenía cierta facilidad para comprender rápidamente lo que a otros les costaba un poco más de tiempo, esto le hacía creer que era un superdotado, que poseía una mente superior y creo yo que ese fue el principal motivo de su triste final, en realidad no tan triste, digamos algo triste, un poco triste, bah casi triste aunque no fue para tanto. Como les decía el tipo era como era y basta, creo que se entendió la idea (cualquier similitud con algún conocido es pura causalidad), la cuestión es que estaba yo sentado en la terraza de un bar de la Av. Cabildo, desayunando mi acostumbrado café con leche y tres medialunas, cuando el extraño azar de la literatura, cruza nuestros caminos (queda claro que el único que no es el tipo, hasta ahora soy yo, ya que no podría cruzarme conmigo mismo y más aun si la historia la estoy escribiendo yo). Disculpen si de aquí en adelante apresuro un poco las cosas, de lo contrario se hará demasiado denso y hasta ahora no he dicho casi nada. La cuestión es que no había lugares libres en la terraza y como mi mesa era la única con una sola persona, el tipo se aminó a solicitarme compartirla, cosa que no de muy buena gana acepté, pero no porque necesitara el lugar, solo me preocupaba que de alguna manera fuera a interrumpir mi desayuno. Llego el mozo y pidió lo mismo que yo e inevitablemente, según pareciera, sucedió lo que me temía, me comenzó a hablar. Como todo aquel que aparentemente le interesa charlar con un total desconocido, empezó agradeciendo el haberle permitido sentarse y justificando su pedido diciendo que era su lugar habitual, generalmente un poco más temprano. En ese momento que cabalgaba mi mente tratando de resolver el dilema que se me había presentado, comer la medialuna seca y luego beber el café con leche o hundirla dentro de la taza, tuve que mirarlo que con mi mayor esfuerzo decirle: “no es ninguna molestia”, al tiempo que le retiraba la mirada para que comprendiera que ahí había terminado la charla y me dedique a resolver mi dilema, pero el tipo no captó el mensaje y continuó diciéndome: “este es el mejor lugar para desayunar de la zona”, sin mirarlo acepte con la cabeza (en ese momento me hubiese encantado tener un diario, tamaño La Nación, para esconderme tras el y así evitar cualquier otro comentario, pero desgraciadamente no había diario a mano). A pesar de mi limitada sociabilidad, no se dio por vencido el tipo, bueno dije que iba a hacer más rápido el relato, por lo tanto solo diré que habló varias veces y no obtuvo ni una mirada de mi parte. En este punto tengo que ser honesto y reconocer que el tipo era bastante cordial, el problema es que yo tenía una mañana especial, en la cual no quería que nadie me estorbara. Creo que después de 15’ el tipo se levanto y dijo algo, supongo que se despidió, pero como ya era una costumbre en esa breve conversación, no levante mi vista de mi café ni omití ningún sonido. Cuando volví a la comodidad de la soledad, no pude evitar pensar en lo sucedido y desarrollar una teoría psicológica del tipo, digna de una zapatero, se me ocurrió que el tipo era muy simpático y agradable, pero eso era, acorde con mi teoría, debido a un estado de soledad mal llevada, parecía desesperado por charlar con alguien, como si buscara a una persona en este mundo a quien él pudiera agradar, alguien que quisiera y valorara su amistad. Luego de unos minutos que desperdicie “analizando” al tipo, volví a mi realidad y mis problemas actuales, estuve varios días tratando de resolver como salir del apriete económico en que me encontraba y por más vueltas que le di, no encontré otra solución que un crédito bancario, el mayor inconveniente es que hacía un tiempo largo que mi cuenta en el banco no acreditaba ningún movimiento de importancia, había estado trabajando con efectivo y “ahorrándome” los impuestos, cosa que me convenía, pero en el banco me desacreditaba como posible beneficiario de un préstamo mediano. Cuando terminé mi desayuno me dirigí al banco, ya me había decidido a charlar con el gerente, total el no ya lo tenía y mi misión era poder lograr el si. Cuando la secretaria me hizo entrar al despacho del gerente, encuentro al tipo del café, quien me mira y sonríe, estiré mi brazo al tiempo que le dije: “encantado, que casualidad, como me dijo que se llamaba”, en ese momento creí que mi suerte podía cambiar, después de todo el tipo había compartido el desayuno conmigo. El tipo se sentó sin estrechar mi mano y me contestó. “no le dije mi nombre y si lo hubiese hecho, no creo que lo recordara”….Fin, pongo fin, aunque no es mi costumbre, para que no busquen nada más, terminó…


Cuento: "Una historia que no es historia"

Para aquellos que vayan a leer este cuento, y digo cuento porque no es real o por lo menos que yo sepa, me siento en la obligación de informarles que es absolutamente arbitrario, que no comparto en ningún momento lo que puede pensar el lector y está sujeto solo a mi voluntad. Hecha la aclaración pertinente y solo como un acto de generosidad de mí parte, daré una simple explicación que se basa en dos premisas fundamentales y son: 1) Que me resulta imposible hacerlo y 2) Que no se me antoja para nada. Bueno, volviendo a la historia, que en realidad no es una historia debido a que no sucedió y que apenas empiezo a dibujar en mi mente, les cuento que estaba, como era su costumbre, sentado frente a su puerta, ligeramente hacia la derecha, pero de todos modos interrumpiendo el paso, en el supuesto que alguien quisiera entrar, cosa que era poco probable debido a que vivía solo, Don Juan Atento Chismorro (hombre generoso y bondadoso consigo mismo), jubilado sin otra ocupación que observar todo lo posible la vida de los demás, aunque solo fuese por fuera, en esos breves momentos en que los veía pasar e ingresar a sus viviendas. Claro que la cosa se ponía más interesante cuando se encontraba con su vecina, Doña Rosa Catalina (de la cual no daré su apellido por la razón de desconocerlo y no tener la necesidad de inventarle uno). La "conversación" era más interesante por la suma de "comentarios" que se aportaban mutuamente, ya que Doña Rosa tenía la misma "pasión" y casi el mismo tiempo para dedicarle, que Don Juan, al pasatiempo que ejercían como "hobby" dilecto. Ese día y por mera casualidad paso frente al dúo un joven, vecino de la cuadra, que en alguna ocasión cometió la torpeza de detenerse a conversar con ellos, de nombre Víctor Buenaventura (no me veo en la obligación de explicar por qué tenía ese nombre y apellido, pero me resultan apropiados para presentarlo y como todo el resto, responde a mi capricho, del cual no he de disculparme). Esa tarde Víctor vuelve a equivocarse y se detiene a compartir una palabras con el interesado dúo, luego de las formalidades, como hablar del tiempo (sin que tenga ninguna importancia cual fuese) y digo tiempo refiriéndome a su estado climático y no a una cuestión temporal abstracta, ya que estas cuestiones estaban alejadas del interés y la comprensión del mentado dúo. Habiendo cumplido con los rigores del inicio de una conversación, este joven, repentinamente, y sin ninguna razón lógica, decide contarles una experiencia reciente que lo tenía algo perturbado. Como es lógico, ante una posible declaración espontánea del joven, el dúo había percibido la perturbación del joven y esto les hacía imaginar distintas posibilidades, una más oscura que la otra, debido a su propia naturaleza y motivación existencial, se prestó con gran interés a escuchar. Debo hacer una pausa en este momento (aunque en realidad Uds. no la notarán, cosa que resulta absolutamente normal, ya que no quedan plasmados estos momentos de recuperación en mi relato en fragmentos en blanco, que serían  muchos e incomprensibles para el lector), por ser interrumpido con frecuencia, más de la deseada, por diversos factores, unos voluntarios que nacen de mi propio pensamiento y otros no tan voluntarios que surgen de las preguntas a las que soy sometido por mi pareja, mientras ve que estoy tratando de escribir algo, pero como, evidentemente, no le resulta importante mi actividad de "escritor", ya que no ha de aportarme ningún beneficio, más allá del personal, no considera inoportunas sus interrupciones y yo no estoy persuadido de que esté equivocada, cosa que he de dirimir conmigo en primera instancia y luego con ella, pero dependiendo de la resultante de lo primero. Volviendo al cuento, que había dejado, intencionalmente, les relato lo que el joven comentó a sus vecinos, el ya creo conocido dúo, con algo de pudor y como sometiéndose al juicio de estos: "Estaba en la parada del colectivo, esperándolo y una mariposa se detuvo en el piso, evidentemente en sus últimos momentos de vida debido a lo lento de su aleteo y pensé (debo aclaran que el joven Víctor, poco o nada sabía de la vida de las mariposas), que hermoso ser que regala su belleza a mis ojos, debería yo hacer algo por ella???, pero que puedo hacer si su fin es inevitable???, entonces y a pesar de lo duro que me resultó, hice lo único que podía para terminar con su sufrimiento y la aplaste con mi zapato". Para no aumentar el tormento de este joven, aunque sea solo un cuento, han de ser cuidadosos los lectores del mismo en no divulgar lo que a continuación he de informarles: la mariposa no estaba agonizando, ni mucho menos, simplemente se había apareado y con su carga de huevos buscaba plantas donde depositarlos, tarea la cual la había agotado al punto de tener que detenerse a descansar y su aleteo lento era para recuperarse lo más pronto posible, por lo tanto mi pedido de no divulgación, ya que este joven inocente asesino de una mariposa madre de muchos herederos, evitó con su piedad que otros ojos, eventualmente, gozaran con la belleza que el había gozado, sin sospecharlo siquiera. Finalizado el relato, Víctor consultó a la pareja de oyentes, si su acción había sido la más correcta y luego de unos segundos, Don Juan, algo contrariado le dice: "Muchacho, has demostrado que eres alguien sensible y creo yo que actuaste con acierto". Víctor algo más relajado y con una leve sonrisa se despide y marcha hacia su casa, Don Juan mira a Doña Rosa esperando un comentario, que no se hace esperar demasiado, "Pero este muchacho es más estúpido de lo que aparenta", comenta indignada Doña Rosa, a lo que Don Juan acota: "Pensar que vivo matando a las molestas mariposas, que para lo único que sirven es para poner huevos en las plantas de mi huerta, para que después las asquerosas orugas se las coman, realmente es más estúpido de lo que aparenta y nosotros perdiendo el tiempo escuchando estas pavadas".
Espero que los únicos que hayan perdido el tiempo, sean Don Juan y Doña Rosa, no los que gentilmente o no, hayan leído este cuento, que si se detienen a pensar y fuera de toda soberbia propia, encierra unos cuantos mensajes, que los lectores podrán dilucidar como les plazca...