Retrato de quien solo escribre


Si fuese oportuno, no escribiría nada. Pero la oportunidad nunca me tocó, ni siquiera me rozó; por eso aquí estoy, escribiendo. Intento que alguien se sume a mi inoportunidad como lector: no solo soy inoportuno al escribir, sino que también lo será quien me lea. Ser cómplice de este instante me iguala a mí, y nos coloca a ambos en una posición curiosa.

El lector disfruta de una ventaja enorme: sabe qué está leyendo y a quién. El escritor, en cambio, no tiene la menor idea de quién leerá sus palabras, ni siquiera si alguien lo hará. Esta vulnerabilidad es tremenda: su obra queda a merced del juicio arbitrario de un desconocido, sin derecho a réplica. Tal vez sea el ego del escritor lo que lo lleva a aceptar esta exposición.

Y aquí surge la pregunta: ¿qué diferencia a un escritor de quien solo escribe? Para mí, la línea es clara, aunque sutil.

Un escritor escribe para ser leído, espera la aprobación, se introduce furtivamente en la mente del lector, dejando huella, buscando inmortalidad y, si puede, fama o éxito. Quien solo escribe lo hace por necesidad: no pretende aprobación, ni éxito, ni fama. Está más allá del concepto de los demás; lo único que le interesa es expresar lo que siente, decir lo que necesita decir.

Aun así, incluso quien solo escribe desea ser leído. Pero sus motivos son distintos. No busca reconocimiento; busca existencia: que sus palabras existan y tengan vida propia.

Entonces me pregunto: ¿por qué soy solo quien escribe y no un escritor? Mi ego es grande, tal vez demasiado; incluso la osadía no me falta. ¿Acaso temo al juicio de los demás? ¿O realmente no me importa su opinión? Muchos pensarán: “para ser escritor hay que tener talento, hay que escribir algo bueno”. Pero la historia está llena de escritores mediocres, desconocidos, imperfectos, que aun así fueron reconocidos como tales. Yo solo escribo, y lo hago por juicio propio. Eso, quizás, es mi fuerza y también mi condena.

Sé que leer todo esto no ha sido divertido. Mi inoportunidad pesa. Pero si aún estás aquí, lector mío, eres cómplice de esta condición. No me cargues toda la culpa: compartimos el mismo acto de valentía o locura, y eso, en algún sentido, nos iguala.



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