Cuento: "Juventud imprudente"


Le habían advertido no salir sola, pero ella desoía los consejos: le fascinaba caminar bajo la oscuridad del pueblo y sentir el cosquilleo del peligro en el silencio de la noche.
El pueblo era pequeño, por lo que la desaparición de varios jóvenes lo tenían perturbado, todos estaban al tanto y las autoridades no encontraban respuestas. Sin importar esta situación, ella seguía, imprudentemente, transitando la noche en soledad. Como de costumbre, atraviesa un callejón, abandonado y sucio, en los límites del pueblo, donde se cruza con tres jóvenes de apariencia poco amistosa. Acelera el paso y prefiere no prestarles atención, pero uno de ellos la sujeta por el brazo y con actitud agresiva y sádica le dice: "Qué estás buscando, nosotros te lo podemos dar". La arrastraron entre los contenedores, la golpearon para someterla y uno de ellos intentó aprovecharse de su indefensión, fue entonces cuando la muchacha, en lugar de llorar, sonrió, su violador siente como la vida se le escapa, mientras su cuerpo se seca con rapidez, hasta quedar, totalmente, seco y convertirse en polvo. Los otros dos, que se disponían al festín, quedan shockeados y antes que puedan reaccionar, son atrapados por la jovencita, que los sujeta por sus cuellos, besa a uno y en segundos corre la misma suerte que el primero, desintegrándose. El último la mira horrorizado, mientras ella lo mueve en el aire hacia su boca.
Mientras camina por las calles del pueblo, la joven se dice a sí misma: "Debo mudarme a una ciudad más grande, donde este banquete sea frecuente, aquí, ya casi no quedan". El silencio retorna a gobernar la noche y una hermosa joven camina por sus calles.




Cuento: "El hombre del hatillo"



Sus codos apoyados sobre la mesa pegajosa. Solo una botella y un pequeño vaso lo acompañan. Llena el vaso, derramando parte del contenido: sus manos tiemblan. Necesita usar ambas para llevarlo a la boca.La tenue luz, sumada a su enturbiada mirada, hacen que apenas pueda distinguir borrosas siluetas, que lo inquietan con sus sordos murmullos. Por fin consigue beber de un trago su vaso y suspira exhalando un aliento profundo, surgido en sus entrañas hace mucho tiempo, ese tiempo del olvido, del más bajo y miserable olvido. La botella está vacía, la noche ha recorrido la mitad de su trayecto, el lugar está por cerrar, es hora de marchar. El frío lo golpea al salir del local, una intensa niebla opaca las pocas luces de la calle, camina hacia las afueras del pueblo cargando un improvisado hatillo. Nadie se cruza en su camino, continua hasta llegar a las ruinas de un antiguo portal de hierro, oxidado y retorcido, lo recibe en silencio, emplazado en una colina. Ingresa al campo santo con paso lento, pero seguro, evidente conocedor del sitio, por lo que la niebla no lo perturba ni estorba. Se detiene frente a una sepultura, arroja a un costado el hatillo y se inclina. Luego de unos minutos de pasiva observación, por fin se decide, desarma el hatillo cuyo palo es una pala y comienza a cavar en la tumba. Con esfuerzo logra destapar el ataúd y descubrir a una joven, recientemente enterrada, toma de la bolsa unas especias y un hilo de saliva se escurre de su boca, que se transforma en una sonrisa maliciosa, al tiempo que susurra "La mesa está servida".




Cuento: "El cuarto"

La oscuridad hacía más frío el frío, y esa pequeña ventisca que penetra por las rendijas de la ventana es molesta e irrefrenable. La calefacción no llega a este cuarto; no comprendo por qué, pero por más que mantenga cálida toda la casa, aquí nunca se atempera el frío, ni siquiera en verano.
No estoy seguro de por qué termino siendo mi escritorio: tal vez porque nadie más lo quiso, o porque yo lo elegí sin recordar la razón.

La tormenta ha interrumpido el suministro eléctrico. Solo los relámpagos iluminan la habitación, proyectando figuras espeluznantes en las paredes. Reconozco, aunque me suene absurdo, que el ambiente me genera cierto resquemor. Fantaseo con sombras extrañas, y mi cuerpo se estremece, erizándome la piel con un temor que al mismo tiempo me produce placer.

Ese cuarto frío y oscuro me ayuda a sumergirme en mi mundo: el de mis historias de terror. Trabajo aquí, escribo aquí, vivo aquí. La tormenta no cesa y he perdido la noción del tiempo; ya casi no recuerdo otro momento fuera de estas paredes. Intento no pensar en ello, porque me distrae e impide avanzar en la historia, esa que siempre sueño y que es la más aterradora de todas.

Pero ahora me esfuerzo en vano por recordarla. La pesadilla se escapa de mi mente… y sin embargo, hay algo extraño: al mirar alrededor, reconozco los mismos detalles que en mi sueño olvidado. La ventana, la rendija, la sombra en el rincón.

Estoy en mi cuarto de trabajo. Frío, siempre frío. La tormenta ruge, la electricidad no vuelve, y solo los rayos iluminan la habitación. Me recorre un escalofrío, uno distinto, uno que no proviene del viento.

No estoy escribiendo una historia.
Soy parte de ella.