Poema: "Confesiones desde la colina de los muertos"

 

Por la pasión extinguida
brotaban cruces en la colina,
y las lápidas pálidas
entonaban su canto melancólico.

Fui leal a mi espíritu
renunciando a viejas creencias,
y debí endurecer el alma
para mantener viva mi libertad.

En la vulgar puerilidad
sepulté mis pasiones absurdas,
y en solemnes estrados
protegí mis ideas profanas.

Jamás quise ser penitente
del vasto rebaño blanco;
y así pagué, sin clemencia,
el perturbador impuesto de la razón.

Soy un volcán
que oculta su ira indomable;
soy el mar silencioso
que abarca todo sin ser visto.

Soy la humillación merecida
por los que yerran sin saberlo,
y un resplandor fugaz
en las hogueras de la ignorancia.

Aceptar la negación
fue mi destino tosco e inevitable;
tolerar la estupidez ajena,
materia para siempre reprobada.

En el barro turbio de la mediocridad
hube de revolcarme desnudo,
solo por seguir el rastro oscuro
de un mundo que se desgarra.

Quise ser la luz
en la noche eterna del inconsciente,
pero terminé siendo apenas
el infortunio, de la pobre vulgaridad
de mi estéril existencia.


Poema: "Eco de lo que fui"




Mi ayer simuló perfecto
un parecer que solo fue un eco.
Pude crecer siendo imperfecto
y supe perder lo que aún lamento.

Quise partir y ser abrigo,
quise querer y ser querido.
No hay mayor pena que lo perdido
ni mejor perdón que el propio olvido.

En las fauces del dolor me entregué
y por ellas conocí la bella tristeza,
que derramando mieles me ha bañado
bajo una lluvia tenue de pálidos lamentos.

Soy el fruto prohibido de lo probable
sin ser más de lo mismo que muchos.
y para saciar la pasión de lo deseado
renuncié al pudor de mis engaños.

El atardecer que oscurece me recuerda
la fragilidad de mi débil conciencia.
Nada ha de disimular la penumbra
de mi pueril vanidad desierta.

Soy lo que fui y fui lo que soy
y a nadie debo pedirle perdón.




Poema: "Lo que cae del tiempo"

 

Cayeron hojas en el tiempo,
no por otoño, sino por cansancio;
dejaron huecos en la memoria,
como puertas que nadie quiso cerrar.

La tiranía avanza en silencio,
interrumpe con migas de alegría,
mientras los recuerdos se destiñen
como fotos que olvidaron el color.

¿Y cómo vivir sin esa nostalgia?
¿Y cómo aliviar este peso?,
si la angustia desfila elegante
con un vestido empapado en lágrimas.

El ayer, tan convincente, mentía,
prometía eternidades sin conciencia,
y ahora los fantasmas exigen cuentas
por la torpeza que les ofrecimos.

No retengo los últimos abrazos,
se me escapan como agua sucia;
y las palabras dulces, ya distantes,
viajan en un cauce que no mira atrás.

Partir parece un descanso,
quedarse, la verdadera pena,
cargar los restos de lo perdido
como quien arrastra la sombra de su nombre.

Tal vez el final no sea un abismo,
sino un lugar sin nombres ni deberes,
donde lo vivido se disuelva
como un susurro que nadie recuerda.

Un eco en la distancia
repite mi nombre,
y su voz, cada día,
se parece más a la mía.


Cuento: "El límite"

 


Sus manos temblaban incontrolables, un sudor frío recorría su espalda mientras las sombras jugaban con su imaginación. La soledad no le era extraña, pero algo había cambiado, tenía una sensación confusa que lo alertaba, lo disponía a enfrentar lo ilógico, un absurdo inexistente hasta ese instante.
Cada segundo se extendía eterno, el tiempo había perdido su expresión y se dilataba caprichoso, burlándose de las mediciones tradicionales para reflejar otra realidad, algo desconocido e incomprensible.
Experimentar ese sentido primitivo que despierta un temor irracional, pero seguro, palpable, es tan angustiante como la consolidación de la peor pesadilla.
Ignorar lo que vendrá, pero sabiendo que será pavoroso, es difícil de enfrentar con elegancia. En las películas lo muestran distinto, pero la realidad es otra: más profunda, misteriosa y desgarrante.
Perdida la noción del tiempo, las siluetas antes difusas comienzan a representarse con mayor nitidez y resultan más espeluznantes, aterradoras, ya no son sombras con las que jugaba su imaginación.
No hay cómo escapar o esconderse en la oscuridad del cuarto, mientras una fuerte brisa sacude las cortinas, dando el único sonido audible, un silbido ahogado. Al retroceder, choca contra una pared: es el límite. Ya no hay más espacio, la cercanía es inevitable, cada vez más estrecha. El corazón palpita frenético mientras el cuerpo se paraliza, aterido. Cierra sus ojos, como un niño, esperando el horrible final.
Cuando todo se disipa, observa su cuarto, el viento que entra por la ventana, en la penumbra de la noche comprende que fue una pesadilla. Se levanta y quiere salir de la habitación, pero no puede abrir la puerta, no entiende por qué.
Al girar ve la palidez de su cuerpo extendido en la cama.