Cayeron
hojas en el tiempo,
no por otoño, sino por cansancio;
dejaron
huecos en la memoria,
como puertas que nadie quiso cerrar.
La tiranía avanza en silencio,
interrumpe con migas de
alegría,
mientras los recuerdos se destiñen
como fotos
que olvidaron el color.
¿Y cómo vivir sin esa nostalgia?
¿Y cómo aliviar este
peso?,
si la angustia desfila elegante
con un vestido
empapado en lágrimas.
El ayer, tan convincente, mentía,
prometía eternidades sin
conciencia,
y ahora los fantasmas exigen cuentas
por la
torpeza que les ofrecimos.
No retengo los últimos abrazos,
se me escapan como agua
sucia;
y las palabras dulces, ya distantes,
viajan en un
cauce que no mira atrás.
Partir parece un descanso,
quedarse, la verdadera
pena,
cargar los restos de lo perdido
como quien arrastra
la sombra de su nombre.
Tal vez el final no sea un abismo,
sino un lugar sin nombres
ni deberes,
donde lo vivido se disuelva
como un susurro que
nadie recuerda.
Un eco en la distancia
repite mi nombre,
y su voz, cada
día,
se parece más a la mía.
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