Poema. "Pobres recuerdos"



En el humo de mi peor compañero, junto al café negro que espera,
se dibujan recuerdos de tiempos que fueron tal vez mejores.
En diálogos sin voz, sin sonido, como ecos surgidos del interior,
le regalo al reloj mis solitarias horas, con sueños de un amor lejano.

Transformo el pasado que hoy produce una agridulce nostalgia,
reviviendo instantes infinitos, atesorados en el corazón de memoria.
Intento sentir nuevamente su calor, escondido en mis años juveniles,
en mi otra piel, en mi otro cuerpo, que del placer fue breve reino.

Profundas son las huellas que la vida deja inexorablemente grabadas,
pero el alma no se marchita; permanece intacta en un envase gastado.
Impiadoso deseo que repite lo inalcanzable, lo perdido en la distancia,
en caminos que nunca volverán, dejando solo pobres recuerdos.



Poema: "Ella al caer"


Llueve. Detrás de la ventana la observo, extasiado: tan cristalina y fresca, tan contundente y frágil.
Absorto, no puedo apartar mi mirada del brillo que produce, transformando todo a su alrededor.
Parece todo inútil y vano en su presencia, incontenible, sublime, y al mismo tiempo indispensable.

La tarde se pinta con sus colores; la tierra se estremece suavemente, pero percibo su vital vibrar.
Todos parecen huir, corren tratando de ignorarla, como si fuera posible no notar su existencia.
Ella sigue imperturbable, mágica, como intentando hablarme, tocarme a través de la ventana.

El tiempo tiende a detenerse; nada me importa, solo quiero escuchar su murmullo, comprenderla.
Su presencia me regala aromas, me renueva, me obliga a desearla, a sentirla sobre mi cuerpo.
No sé cuándo comencé a amarla ni cómo aprendí a entenderla; solo sé que es única para mí.

Llueve. Mi reloj se detuvo. Por fin cruza la calle, entra al bar, se acerca a mi mesa y me sonríe.





Epístola: "Mi gran error"



He vivido toda mi vida en un error: creer en un equilibrio que nunca existió. El mundo no es paritario, no hay justicia ni grandeza compartida. Solo existe un gigante invisible, indestructible: la cobardía y la mediocridad.

Los hombres pequeños lo temen, lo ocultan, lo degradan; cualquier gesto de grandeza es empequeñecido hasta desaparecer. La ética, el valor, el amor, la esperanza: todo se encoge y se diluye en su sombra. Una vida pequeña de hombres pequeños produce apenas una herida insignificante en el cuerpo monstruoso del gigante.

Mi error, entonces, es mi optimismo, mi esperanza. Temí al gigante y lo vi triunfar en su miseria: en prejuicios, intolerancia y oscuridad. La derrota parece inevitable, pero aún así debo vivir, aunque sea en el error, porque la verdad, a veces, es demasiado cruel.

Solo queda perdonar mi propia pequeñez y seguir existiendo en la benévola mentira del error, buscando en mi interior la grandeza que el mundo rehúye reconocer.




Epístola: "Carta a mi tierra"



La tierra que me dio el concepto de pertenencia,
que vio a mi madre parirme y brindó sustento
para que mi padre cumpliera sus deberes.

Esa tierra que me enseñó su idioma,
para que pudiera conocerla, comunicarme con ella,
para dar mis primeros pasos y siempre regresar,
aunque ya fuera un hombre.

Me acercó a la vida y me permitió compartirla,
alejándome de lo celestial, evitando errores,
que confundiera la realidad o creyera en lo etéreo.
Me dio el valor para reconocerme humano,
me alertó ante la tentación de lo mágico,
entregándome el conocimiento cierto de lo terrestre,
de la vida y de la muerte.

Me llevó a lo profundo antes de pretender elevarme,
nunca me habló de un más allá, jamás me mintió,
sus entrañas me dieron saber, sus cúspides la razón,
para pensar, elevarme sin sentirme superior,
sin creer en lo superior más allá de todo destino.

Tierra mía, me regalaste el coraje de verme tal como soy.
Sobre tu suelo he vivido; a tu interior he de volver,
conforme, cuando llegue mi final.



Prosa: "La felicidad"



Encontrar la felicidad parecía mi destino más ansiado, y en su búsqueda ofrecí todos mis esfuerzos, sin saber qué caminos debía recorrer. Transité por todos los que pude hallar. Las calles fueron escenarios, montados para calmar mi ansiedad, pero en ellas no la encontré; solo retazos que guardé con avaricia en mi memoria.

Salí a las rutas, ilusionándome con el verdor y la lejanía de la gris ciudad. Solo perfumes y colores hallé: la felicidad no estaba allí, solo lo aparentaba. Intenté refugiarme en pequeños poblados y buscarla en la paz, pero solo rescaté momentos aislados, insuficientes para completarla.

El mar, las montañas, los valles y el cielo me llamaban, diciéndome que estaba por ahí, pero nunca pude encontrarla. Volví derrotado a mi punto de partida, sin éxito ni esperanza. Y cuando creí que jamás la hallaría, la vi… en un espejo. Siempre estuvo al alcance de mis manos, tan cerca, tan dentro de mí, que parecía no existir.

Descubrí que la felicidad estaba en un solo lugar: mi corazón. El único camino para conocerla era el del amor, y entendí que tampoco era permanente: podía marcharse, volver, aparecer en un instante, desaparecer en otro. No era un estado, ni una cosa, ni un momento. Era algo dentro de mí, más allá de mí, pero que solo se completaba compartiéndola con alguien más.

Fue entonces que la conocí de verdad. Por suerte, ahora está casi siempre cerca mío, y puedo acariciarla cuantas veces quiera. Solo espero tener la suerte de retenerla por siempre, aunque sé que depende de mí compartirla con quienes amo.