La tierra que me dio el concepto de pertenencia,
que vio a mi madre parirme y brindó sustento
para que mi padre cumpliera sus deberes.
Esa tierra que me enseñó su idioma,
para que pudiera conocerla, comunicarme con ella,
para dar mis primeros pasos y siempre regresar,
aunque ya fuera un hombre.
Me acercó a la vida y me permitió compartirla,
alejándome de lo celestial, evitando errores,
que confundiera la realidad o creyera en lo etéreo.
Me dio el valor para reconocerme humano,
me alertó ante la tentación de lo mágico,
entregándome el conocimiento cierto de lo terrestre,
de la vida y de la muerte.
Me llevó a lo profundo antes de pretender elevarme,
nunca me habló de un más allá, jamás me mintió,
sus entrañas me dieron saber, sus cúspides la razón,
para pensar, elevarme sin sentirme superior,
sin creer en lo superior más allá de todo destino.
Tierra mía, me regalaste el coraje de verme tal como soy.
Sobre tu suelo he vivido; a tu interior he de volver,
conforme, cuando llegue mi final.
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